lunes, 17 de diciembre de 2012

Sabrina Valenzuela recuperó su identidad en 2008 y busca a su mellizo

“Quiero tomar un mate con mi hermano”

La hija de los desaparecidos Raquel Negro y Tucho Valenzuela nació en el Hospital Militar de Paraná. Los represores quisieron instalar la idea de que su mellizo había nacido muerto. Ella y su familia lo buscan. Hoy se presenta un libro que habla de su historia.

 Por Victoria Ginzberg

–¿Qué hacés, Negrita? –Nada, te estoy llamando. ¿Y vos?

–Yo estoy acá, en el baño, llorando.

Sabrina y Sebastián hablaban por primera vez. A ella le habían adelantado por teléfono el resultado de su estudio de ADN. La habían citado para un par de días después en el juzgado para notificarle el trámite oficialmente. Le anunciaron también que le iban a presentar a su hermano. Ella sabía quién era. Nunca se habían visto, ni habían intercambiado una palabra, pero tenían amigos en común. Esperó un día y no aguantó. “¡Qué me van a andar presentando a mi hermano!”, se dijo. Pidió su número de teléfono y lo rastreó hasta que dio con él, que se acababa de enterar de que había encontrado a su hermana. Atendió en el baño, llorando.

Sabrina Gullino Valenzuela Negro. Así dice Sabrina que prefiere que la nombren. Gullino es el apellido de Raúl y Susana, sus padres adoptivos que la fueron a buscar un día de 1978 a un juzgado, sin conocer de dónde venía, qué había pasado con sus padres, ni dónde había nacido. Valenzuela y Negro son los apellidos de sus padres: Edgar Tulio “Tucho” Valenzuela y Raquel Negro, secuestrados y desaparecidos durante la última dictadura.

Raquel Negro dio a luz en el Hospital Militar de Paraná. Junto con Sabrina nació su hermano mellizo (el “Melli” lo nombra ella todo el tiempo), a quien ella busca acompañada de sus otros hermanos: Sebastián Alvarez (hijo del primer matrimonio de su madre, a quien Tucho crió como su hijo hasta su secuestro) y Matías Espinoza Valenzuela (hijo de su padre y una pareja anterior a Raquel). El año pasado concluyó un juicio en el que fueron condenados los represores Pascual Oscar Guerrieri, Jorge Alberto Fariña, Juan Daniel Amelong y Walter Salvador Dionisio Pagano, y el ex jefe de terapia intensiva del Hospital Militar de Paraná Juan Antonio Zaccaría, por la sustracción y la supresión del estado civil de Sabrina. Además, los testimonios, sobre todo los de las enfermeras, permitieron confirmar que el hermano mellizo de Sabrina había nacido vivo y también lo habían apropiado. “Antes existía la hipótesis de que el Melli podía haber nacido muerto, pero el juicio fue un antes y un después. Los testimonios de las enfermeras fueron muy valiosos, ellas fueron muy valientes, fueron las protagonistas de esta reconstrucción histórica, a diferencia de los médicos, que no reconocieron nada. Sólo se ‘acordaron’ de algunas cosas cuando los carearon con las enfermeras”, contó Sabrina a Página/12.

La historia de Sabrina, de la recuperación de su identidad y del juicio sobre el Hospital Militar de Paraná está relatada en Reencuentro, un libro de Alfredo Hoffman que se presentará en Buenos Aires hoy a las 18 en el salón Emilio Mignone de la Secretaría de Derechos Humanos. El acto –en el que estarán la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto; el autor, Sabrina y sus dos hermanos– será también una forma de visibilizar la búsqueda de los Valenzuela Negro “y de los otros 400 mellis que faltan”.

“Toda mi vida, desde chiquita, busqué parecidos entre la gente. Es raro pensar que hay alguien parecido a mí por ahí. Aunque capaz que no es muy parecido. Con Sebastián y Matías, los tres somos diferentes. Y el Melli no es mi mellizo idéntico. Yo trato de no ilusionarme. Voy con cautela para protegerme, hay muchas cosas que van subterráneamente”, dijo Sabrina. La historia del secuestro de Raquel Negro y Tucho Valenzuela fue relatada por el mismo Tucho en una conferencia de prensa en México, donde los militares lo habían llevado para que se infiltrara y entregara a la cúpula de la organización Montoneros que estaba en el exilio. Tucho, jefe de la columna Rosario, denunció que había viajado junto a represores del Segundo Cuerpo de Ejército, que comandaba Leopoldo Fortunato Galtieri. Que les había hecho creer que aceptaba sus condiciones, es decir su trampa, para poder salir del centro clandestino Quinta de Funes y denunciar al mundo lo que estaba pasando en la Argentina. Contó que Raquel, su compañera, que tenía un embarazo avanzado, se había quedado como rehén y que juntos habían elaborado la estrategia para burlar a sus captores, a pesar de que era casi seguro que Raquel pagaría con su vida si el plan tenía éxito. Tucho pudo evadir a los represores: apenas contactó a sus compañeros hizo la denuncia. De todas formas, la organización lo degradaría y moriría al ser descubierto por los militares cuando intentaba volver al país durante la Contraofensiva.

Después del escape y la denuncia de Tucho, Raquel fue asesinada. Pero antes parió en el Hospital Militar de Paraná. Allí dio a luz a sus mellizos, una nena y un varón. Gracias a la investigación se pudo reconstruir que los niños fueron derivados al Instituto Privado de Pediatría, de donde ambos fueron dados de alta. A Sabrina la dejaron en el Hogar del Huérfano y fue adoptada legalmente. Recuperó su identidad en 2008, cuando coincidieron sus dudas y la causa judicial que se había iniciado en Paraná. El Melli seguía desaparecido. Primero, los represores intentaron imponer la idea de que había nacido muerto; luego, que había muerto a los pocos días de vida. “Puede ser que lo hicieran porque esté con alguien importante. Pero tampoco lo sabemos. Mi hermano Sebastián siempre creía que a mí me habían sacado del país, que estaba en Francia con un militar de alto rango, por ser la hija de Tucho Valenzuela, y no fue así. Es posible que lo tengan como ‘botín de guerra’, pero es importante que chicos que tengan dudas de su identidad sepan que, aunque no hayan sido criados por militares, pueden ser hijos de desaparecidos. Mis papás adoptivos no tuvieron nada que ver, me adoptaron legalmente y eso, aunque yo dudaba, me hacía creer que no debía ser hija de desaparecidos”, explicó Sabrina. Hoy su principal objetivo es recuperar al Melli: “Es una búsqueda que está haciendo toda la familia y también el Estado; este año se sacaron sangre cinco chicos y, aunque no dieron positivo, eso demuestra que hay nuevas pistas, que se está trabajando. Yo lo único que quiero es tomarme un mate con mi hermano y charlar”.

Condenan al obstetra de la ESMA

El juez Luis Rodríguez unificó la pena con una anterior, por un delito similar, por lo que el acusado cumplirá en realidad 15 años de cárcel. Fue el responsable de la maternidad del ex centro clandestino de detención de la Armada.

El represor y obstetra del Hospital Naval en la última dictadura cívico militar, Jorge Magnacco, fue condenado a diez años de prisión por la sustracción, retención y ocultacion de Evelyn Karina Bauer Pegoraro, a cuya madre atendió en el parto que tuvo lugar en el centro clandestino de detención que funcionó en la Escuela de Mecánica de la Armada en la última dictadura cívico-militar.

Según el fallo difundido ayer, el juez federal Luis Rodríguez unificó en 15 años la condena total a Magnacco, en base a otra pena anterior que se había impuesto al represor por delitos similares.

El médico de la Escuela de Mecánica de la Armada es considerado el responsable de la maternidad montada en esa dependencia para que las detenidas dieran a luz a sus hijos que luego eran apropiados y entregados a familiares o allegados a los militares. 

   El juez Rodríguez lo condenó por considerarlo "penalmente responsable del delito de sustracción,retención y ocultación de un menor de diez años, en calidad departícipe necesario", y resolvió unificar la pena con otra condena impuesta anteriormente, lo que elevó la prisión a 15 años.  Las Abuelas de Plaza de Mayo habían pedido 19 años de prisión para el médico represor, pero celebraron que se lo haya reconocido como partícipe necesario de la apropiación de la hija de Susana Beatriz Bauer y de Rubén Pegoraro. Ambos militaban en Montoneros: el joven fue secuestrado el 16 de junio de 1977 en la ciudad de La Plata y ella, el 18 de junio del mismo año en la estación de Constitución de la ciudad de Buenos Aires, con cino meses de embarazo.

   "Por testimonios de sobrevivientes pudo saberse que Susana permaneció detenida en la ESMA, luego fue llevada a la Base Naval de Buzos Tácticos de Mar del Plata, al Centro Clandestino de Detención "La Cacha" y, finalmente, devuelta a la ESMA donde Magnacco la hizo parir en condiciones indignas, a fines de noviembre de 1977", indicó la organización en un comunicado.

   La niña fue entregada al matrimonio compuesto por el ex marino Luis Vázquez Policarpo y su esposa, Ana María Ferra, quienes la anotaron como hija propia, mientras que la falsa partida de nacimiento fue firmada por la partera Justina Cáceres. En 1999, Vázquez reconoció que había recibido a la niña mientras desempeñaba tareas en el Edificio Libertad y desde entonces Abuelas comenzó un arduo trabajo para lograr restituirla, por ese entonces ya una adolescente. "El caso de Evelin llegó a la Corte Suprema, que le negó la posibilidad de conocer su identidad, poniendo como supremo el derecho a la intimidad por sobre el de su origen,  hasta que el 14 de febrero de 2008 la justicia ordenó recoger objetos personales de su domicilio a fin de extraer muestras de ADN", indicó Abuelas.

domingo, 25 de noviembre de 2012

El EAAF identificó los restos de una desaparecida que no llegó a dar a luz

En el marco de la Iniciativa Latinoamericana para la Identificación de Personas Desaparecidas llevada adelante por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), fueron reconocidos los restos de Mirtha Noelia Coutouné, cuyo embarazo, según se confirmó, no llegó a término. Se trata, tristemente, del caso 108 resuelto por Abuelas de Plaza de Mayo.

Tanto Mirtha como su pareja, Héctor Hugo Malnati, fueron secuestrados el 24 de noviembre de 1976 en su domicilio de la ciudad de La Plata. Ella estaba embarazada de tres a cinco meses y posiblemente haya permanecido detenida en el CCD "La Cacha". Héctor también estuvo cautivo en "La Cacha" y en la Comisaría 5° de La Plata.
Mirtha fue asesinada el 31 de diciembre de ese año en la localidad bonaerense de Munro. Sus restos fueron inhumados como NN del cementerio de Vicente López y la Cámara Federal de la Ciudad de Buenos Aires confirmó su identidad. En 2010 habían sido identificados los restos de Héctor, inhumados en el cementerio de Avellaneda.

Su vida

Mirtha nació el 8 de abril de 1952 en Posadas, Misiones, y Héctor el 25 de julio de 1948 en La Plata, provincia de Buenos Aires. Sus compañeros de militancia y amigos la llamaban "Flaca" y a él "San" o "Colo".
Ella era una persona tranquila, querible y que tenía muchos amigos. De niña estudió danzas folklóricas y patín y siempre mostró inclinaciones artísticas. Cuando pasaron los años, tanto ella como sus cuatro hermanos (Alberto, María Silvia, Mario y Ricardo) decidieron ir a estudiar a La Plata.
Mirtha eligió la carrera de Medicina. Fue así que en 1970 los más jóvenes de la numerosa familia partieron y, un año más tarde, sus padres -Noelia y Félix- dejaron todo en Misiones para ir con sus hijos.
La casa de los Coutouné siempre estaba repleta de chicos y chicas y siempre había comida para todos. Mirtha comenzó a militar y así conoció a Héctor Hugo Malnati, se enamoraron y formaron pareja. Como tantos otros compañeros de ruta, ambos soñaban con un mundo mejor y más justo.
Por entonces, la situación en La Plata ya estaba muy difícil a causa de la persecución política, por eso los papás de Mirtha regresaron a Misiones. Poco después Mirtha y Héctor serían secuestrados.

La búsqueda

Noelia, la mamá de Mirtha, se topó con la trágica realidad de la desaparición de sus seres queridos. Sin dejarse paralizar por el dolor inició el peregrinaje que otras Madres y Abuelas recorrieron: ministerios, comisarías, hospitales, habeas corpus. Lo único que recibió fueron puertas cerradas y silencios cómplices.
Durante 30 años la Abuela Noelia quiso conocer el destino de su hija y soñaba con que el embarazo hubiera llegado a término, pero falleció sin saber ni lo uno ni lo otro, sumida en la misma incertidumbre que le impuso el terrorismo de Estado.
La familia Coutouné hoy cierra una etapa y comienza otra, no menos dolorosa pero al menos con la certeza de poder tener un sitio adonde llevarle flores a Mirtha, la Flaca.

martes, 6 de noviembre de 2012

Jorgelina Molina Planas: El largo camino desde el horror al arte

Fue una de las primeras nietas restituidas, pese a ello, a Jorgelina Molina Planas le llevó 26 años recuperar su verdadera identidad
A Jorgelina Paula Molina Planas le llevó 26 años recuperar su verdadera identidad

Por Horacio Aranda Gamboa

Fue una de las primeras nietas restituidas tras el retorno de la democracia, pese a ello, a Jorgelina Paula Molina Planas le llevó 26 años recuperar su verdadera identidad

Las pinturas, los acrílicos y dibujos que penden de las paredes y se multiplican, poseen una belleza de formas y colores inusuales. Son un conjunto de historias que van relatando el horror de una niña de tan sólo 3 años y medio, abandonada en un orfanato. Hablan de su soledad, del llanto. Describen la muerte y la desaparición de sus padres, de cómo debió juntar los pedazos hasta volver a saber quién era. A simple vista, su historia no es simple, ni lineal, tiene matices, como sus cuadros, que pasan de lo oscuro a la luminosidad y que son su carta de presentación.

“Cuando fui entregada en adopción el único modo que encontré para expresar lo que vivía fue a través del dibujo y la pintura”, dice ahora Jorgelina Paula Molina Planas, una de las primeras nietas restituidas en el año 1984. Sostiene que todo ese transitar a través del arte debió ser “mediante códigos, para que mis padres adoptivos no supieran lo que estaba queriendo decir; entonces usaba símbolos, cosas abstractas para no decir y decir al mismo tiempo, y ese fue el único modo que encontré para no terminar enfermándome”.

Sobre una de las repisas del living descansan dos tarjetas navideñas confeccionadas a mano y que denotan un trazo semejante y firme. La primera data de la Navidad de 1999 y está firmada por Carolina Sala, su nombre antiguo, el que le impusieron los padres adoptivos. La segunda se remonta al año 1972 y lleva estampado el nombre de Cristina Isabel Planas, su madre biológica, quien en ese momento se encontraba detenida como presa política en el penal de Rawson. La similitud entre ambas tarjetas es evidente, y el regalo –atesorado por un familiar– terminó llegando a sus manos como un regalo inesperado de la vida.

Mientras la mujer comienza a relatar su historia sentada a la mesa de su casa de San Fernando, su hijo de tan solo 1 año deambula por las habitaciones o va emitiendo golpecitos suaves que llegan desde la puerta de la cocina. La joven observa la escena y se vuelve como pidiendo comprensión mientras sus labios dejan escapar una sonrisa de complicidad. Lo cierto es que hasta llegar a este presente de plenitud, Jorgelina debió atravesar un extenso territorio de soledades, angustias, manipulaciones y mentiras.

Su historia se comenzó a desgranar el 15 de mayo de 1977 cuando fuerzas conjuntas llevaron a cabo un operativo en una vivienda de la localidad bonaerense de Lanús en la que iban a ser capturados cinco integrantes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y entre los que se encontraba Cristina. De ella nunca se volvería a tener noticias y a la fecha figura como desaparecida. Antes de que se la llevaran, su madre la entregó a una mujer que la cuidaba.

Tres años antes, el 12 de agosto de 1974, su padre, José María Molina, integrante de la misma organización armada, era fusilado por el Ejército tras protagonizar el intento de copamiento fallido del regimiento de Capilla del Rosario en la provincia de Catamarca.

Con la bebé en su poder, la mujer a la que había sido entregada en guarda realizó una serie de intentos en pos de dar con el resto de su familia hasta que finalmente decidió entregarla a la Justicia.

Ya en manos de la jueza Delia Pons, titular del Juzgado Nº 1 de Menores de Lomas de Zamora, la niña sería derivada a un orfanato donde iba a permanecer por espacio de seis meses. En ese lapso, Pons nunca se tomó la molestia de rastrear a su familia biológica. “Ella tenía la idea de que ningún hijo de ‘subversivos’ debía ser criado por su familia de origen, sino que debían ser dados en adopción, y ahí es donde se ve el tema del plan sistemático”, cuenta hoy Jorgelina, y agrega que “una vez que me llevan al hogar me otorgan en tránsito a una familia de un oficial de la Fuerza Aérea, quien me venía a visitar, me llevaba a pasear y el que comienza a investigar para ver si podía encontrar a mi familia. Pronto se da cuenta que yo tenía papeles falsos –debido al pase a la clandestinidad de mis padres–, y cuando se lo dice a la jueza ésta le advierte que me entregará en adopción a una familia, la que me cambiará el nombre”.

Mientras todo esto sucedía, su abuela paterna, Ana Taleb de Molina, exiliada en Suecia, comienza una búsqueda incesante para dar con su paradero, la que no abandonará hasta el día de su muerte. Años más tarde se sumará a esa búsqueda su hermano Damián, cinco años mayor que ella e hijo de una ex pareja de su madre.

El 11 de octubre de 1977 finalmente la Justicia la entrega en adopción a un matrimonio conformado por una profesora de biología y un ingeniero civil, impedidos de tener hijos propios. Jorgelina Paula Planas, apellido con que la había anotado su mamá, pasa a llamarse Carolina Sala, y a partir de ahí la niña, junto a su nuevo hermano Fernando, otro hijo adoptado, comienza a vivir una historia plagada de ocultamientos y mentiras.

“Sentía que había llegado a ellos como una cosa que venía a ocupar un agujero de los hijos que no habían podido tener y mi madre adoptiva, una mujer obsesiva, posesiva y sobreprotectora, depositó en mí todas sus frustraciones”, y recuerda que el matrimonio se refería a sus padres biológicos “en un tono despectivo, decían que ‘eran guerrilleros y que ponían bombas’ y que gracias a ellos yo no iba a ser así” y que si algún día alguien me buscaba, ellos me iban a cuidar para que eso no sucediera.

En 1984, la infatigable búsqueda de Ana Taleb de Molina y de Abuelas de Plaza de Mayo terminó dando frutos, formalmente Jorgelina pasó a ser una nieta restituida. En abril de 1996, como un modo de buscar la paz interior que nunca había tenido, la joven ingresa a la congregación de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, donde va a permanecer por el lapso de seis años. En 1992, y sin siquiera poder darle un abrazo, fallece su abuela en Suecia.

El ingreso al convento y el impulso de las monjas la llevan a tender un puente con su historia y un mes más tarde se terminará encontrando con su hermano Damián, al que le había rehuido durante todos esos años. De ahí a reencontrarse con el resto de la familia hubo sólo un tranco.

En el año 2002 Jorgelina abandona el convento y conoce a Antonio, quien a la postre se convertiría en su marido y en el padre de sus tres hijos, Ignacio, Camila y Juan Manuel. La muerte de su madre adoptiva, ocurrida en el año 2009 y crisis mediante, le otorga una sensación de libertad, y pese al temor de la reacción de su familia de adopción, un año después y a veintiséis de hacer sido restituida, decide desandar el largo y doloroso camino recorrido y regresar a su nombre de origen. En medio de toda esa situación, desde Suecia, recibió un regalo que la ayudará a acelerar el proceso. Uno de sus primos de viaje por ese país regresa con una valija repleta de cartas y fotos de su abuela que yacían en un placard cerrado con llave, las que relatan el largo periplo de Ana en pos de reencontrase con ella.

“Al leer esas cartas pude ver el amor de mi abuela, supe de su búsqueda incansable, de su perseverancia, de su lucidez”, y con un dejo de melancolía agrega que pudo percibir “su dolor y entender que lo único que quería era darme un abrazo y comprendí que ningún ser humano que me quisiese bien le podía negar esa posibilidad”.

Antes de despedirse, Jorgelina refiere que cuando mira hacia el pasado logra ver a una niña de 3 años y medio sentada sola y sin entender, a la que envolviendo entre sus brazos sólo atinaría a decirle “quedate tranquila que vas a tener una nueva vida”, dice esto y se marcha tranquila caminando despacio, segura de que el futuro está aquí y llegó para quedarse.

Muestra en Pilar: “G.I.R. - Geografías Interiores. Reconstrucción”

La relación de Molina Planas con el arte está estrechamente vinculada a su familia: “Mi madre era muy creativa y tenía una natural sensibilidad con las artes plásticas”, y su padre, de quien dice haber recibido menos información, “estudió arquitectura y era muy apasionado y disciplinado”.

Una vez reencontrada con su historia, en agosto del año pasado y junto a otras artistas hijas de desaparecidos, ideó una muestra a la que dio en llamar “Familias Q’HEridas” que tuvo lugar en el Centro Cultural Recoleta con enorme aceptación.

En la actualidad, la artista cuya obra sorprende por su potencia expresiva y sus colores destellantes, trabaja en una nueva exposición a la que denominó “G.I.R. - Geografías Interiores. Reconstrucción”, cuya inauguración tendrá lugar el próximo 10 de noviembre a las 17 en la Casa de la Memoria de Pilar, ubicada en San Martín 891 de esa localidad, y que se extenderá hasta el 8 de diciembre.

La muestra, que cuenta con el aval de Abuelas de Plaza de Mayo, está compuesta por pinturas, dibujos, collages, fotografías, documentos y cartas personales que permitirán un recorrido biográfico y artístico sobre el proceso de reconstrucción de su identidad.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Comenzó en La Plata el juicio por la apropiación del nieto recuperado Sebastián Casado Tasca

"Soy digno de mi historia y de mis viejos, y declaro parado en mi dignidad"
El joven declaró ayer en el juicio que se le sigue a su apropiadora, Silvia Beatriz Molina, y la médica que falsificó su partida de nacimiento. Relató el proceso de recuperación de su identidad y el rol de las Abuelas de Plaza de Mayo.


Cuando se presentó en la Conadi para recibir el resultado del ADN que decía que era en un 99,99 % hijo de los desaparecidos Adriana Leonor Tasca y Gaspar Casado, le pidieron que firmara el expediente. "Ese momento fue muy simbólico porque no sabía como firmar. Pregunté '¿cómo firmo?' Y me dijeron: 'Como quieras'. No sabía como firmar pero si sentía la convicción de firmar como Sebastián Casado." Y así firmó. El joven, quien fue robado y apropiado durante la última dictadura cívico militar, declaró ayer ante el Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nº1 de La Plata, que comenzó a juzgar a su apropiadora, Silvia Beatriz Molina, quien lo había anotado como hijo biológico y a Nora Raquel Manacorda, la médica policial que falsificó la partida de nacimiento del niño.
 Sebastián Casado Tasca es víctima del plan sistemático de apropiación y robo de bebés perpetrado durante la dictadura genocida. Y ayer fue el primero de los 23 testigos que comenzaron a hablar en el debate que los jueces Carlos Rozanski, Pablo Jantus y Pablo Vega realizan en los tribunales de 4, entre 51 y 53.

"Mi familia biológica fue lo más maravilloso que me pasó en la vida. Encontrar mi historia es algo increíble", recordó Casado Tasca, quien comenzó contando que tenía 20 años cuando se enteró que al igual que su hermana de crianza, María José –también anotada como propia por sus apropiadores- le contó que era adoptado. Más de una hora le llevó relatar ese proceso.
"No me imaginé nunca que era hijo de desaparecidos", contó. "Cuando le pregunté a Silvia (Molina) me contó que Ángel (Capitolino, el apropiador ya fallecido) le dijo un día que fueron a La Plata, que ella esperó en una plaza y que él se apareció conmigo, que yo provenía de un lugar para madres solteras y que con María José fue algo parecido."

Sebastián recordó que Capitolino era una persona violenta. Lo definió como "un tipo perverso" de quien Molina se separó en 1991 por esa causa. Recordó que el hombre tenía vínculos con militares y señaló a Ricardo Von Kiaw, del Destacamento de Inteligencia 101 de La Plata que está prófugo y acusado de ser el entregador del joven en la apropiación, como uno de ellos.

Casado Tasca recuperó su identidad en febrero de 2006. Nació en marzo de 1978 cuando su madre Adriana Leonor Tasca, una estudiante de derecho secuestrada en La Plata a fines de 1977 embarazada de cinco meses, estaba cautiva en el centro clandestino de detención "La Cacha". Ella permanece desaparecida al igual que su papá, Gaspar Casado, también estudiante de derecho secuestrado, quien fue visto por última vez en la ESMA.

Entre los últimos días de 2004 y los primeros del año siguiente Sebastián se puso en contacto con Abuelas de Plaza de Mayo y pudo conocer la causa que en 1984 le iniciaron a su apropiador y que había caído por falta de mérito. En esos viejos expedientes judiciales leyó que Capitolino decía que él era su hijo biológico. Esa primera aproximación a la verdad lo convenció de seguir. Y durante ese camino se apoyó en sus amigos Sebastián y Charly. También en María Luz, que en la familia de sus apropiadores había sido su prima, pero que a partir de entonces se convirtió en una amiga, luego en su novia y hoy es la madre de su hija.
Ese camino de dudas lo llevó a tomar la decisión de hacerse el análisis de sangre. El 9 de septiembre de 2006 la Conadi le entregó el fallo judicial en el que constaba que era hijo de desaparecidos. "Yo creo que Ángel (Capitolino) estaba dentro del plan. No se que relación tenía con Von Kyaw. Me gustaría que ellos estuvieran acá (siendo juzgados). Y me gustaría ser querellante", dijo Casado Tasca. Su apropiador murió antes de que él supiera la verdad y el joven confesó que en ese momento sintió alivio. Von Kyaw está prófugo. Pero para su apropiadora, con quien aseguró que mantiene un vínculo afectivo, planteó un atenuante. "A mi me han robado de mi vieja. No me regalaron", dijo conmovido y agregó que cree que Silvia Molina "no conocía" esa situación.

"Sin dudas soy una víctima y no puedo dejar de serlo", señaló al final de su relato. "Soy digno de mi historia y mis viejos", agregó. "A mi Abuela Angelita le agradezco por haberme transmitido esa dignidad. Y si declaro lo que declaro lo hago parado en mi dignidad", finalizó. Y los aplausos del público que asistió a la audiencia lo abrazaron.

Un segundo nacimiento

En el juicio a la médica policial y a la apropiadora de Sebastián Casado Tasca también declararon ayer ante el TOFNº1 de La Plata su tía Ana María Tasca y su primo Mario Luis Frías Casado. “Después del nacimiento de mis dos hijos, el acontecimiento más importante de mi vida fue el encuentro de Sebastián. Fue como otro nacimiento”, recordó el joven. Ana María Tasca recordó que su hermana Adriana Leonor Tasca tenía 22 años cuando fue secuestrada en La Plata.

Contó que, al igual que Gaspar Casado, trabajaban en la Caja de Abogados y que militaban en Montoneros. Contó que en enero de 1977 supo por una sobreviviente que su hermana había estado en el centro clandestino La Cacha y que había pedido que le avisaran que buscaran a su hijo que nacería en marzo de ese año. Recordó que 29 después, el 10 de septiembre de 2006, diecisiete primos y una multitud de tíos y otros parientes se reunieron en la casa de la abuela Angelita, en Mar del Plata, para recibir a Sebastián, que venía de Capital Federal, donde el día anterior había conocido su verdadera identidad. 

Por:Pablo Roesler

lunes, 29 de octubre de 2012

Milico prófugo sigue cobrando sueldo estatal


El financiamiento del prófugo
Alfonso tiene pedido de detención y es buscado por su participación en delitos de lesa humanidad. Abuelas de Plaza de Mayo le pidió al Ministerio de Defensa que dejen de pagarle su sueldo, de ocho mil pesos al mes.

Por Irina Hauser
El ex secretario general del Ejército durante el gobierno de Fernando de la Rúa, Eduardo Alfonso, sigue cobrando haberes de retiro militar por 8016,71 pesos, a pesar de que está prófugo desde mayo en una causa en la que se lo acusa de haber participado en un operativo donde fue secuestrada Beatriz Recchia, embarazada de cinco meses, y asesinado su marido, Domingo García, durante la última dictadura. Alfonso, previsor, ya se había ido del país cuando la jueza Alicia Vence –siguiendo órdenes de la Cámara de Casación– ordenó su detención junto con la ampliación de su declaración indagatoria. Todavía Interpol no lo encontró. El se las arregla, según la información que tiene el juzgado, para que alguien retire de su caja de ahorros el dinero que le deposita la Sociedad Militar. Por esto, Abuelas de Plaza de Mayo le pidió al ministro de Defensa, Arturo Puricelli, que dejen de pagarle, porque es un modo de “financiar su fuga” desde el propio Estado.

El 12 de enero de 1977 era un día de mucho calor. Beatriz, Domingo y su hija Juliana, de tres años, dormían. Un grupo de tareas, de cerca de treinta militares, irrumpió a la madrugada en la casa donde vivían en Villa Adelina. A él le dispararon cuando salió al patio. A Beatriz la secuestraron, y sigue desaparecida. Juliana fue llevada a la casa de sus abuelos maternos. Su hermana nació en cautiverio, fue apropiada, ella la buscó y la pudo encontrar en 2009. Las pruebas de la participación de Alfonso en el operativo estaban en su propio legajo personal. Allí había un Informe de Calificación de 1976/1977 que aquel 12 de enero lo daba con parte de enfermo. El diagnóstico decía “herida de bala con perforación intestinal”. En el Boletín Público del Ejército número 4148 del 6 de julio de 1977 está la condecoración que le dieron por haber recibido el disparo. “Con motivo de las operaciones realizadas en la localidad de Villa Adelina, provincia de Buenos Aires, el 12 de enero de 1977. Medalla ‘Herido en combate’ a Teniente primero C. D. Eduardo Alfonso y Teniente primero D. Raúl Fernando Delaico.”

El 19 de diciembre de 2008 Alfonso fue procesado como partícipe necesario de los delitos de allanamiento ilegal, privación ilegal de la libertad agravada y homicidio agravado. Las Abuelas impulsaron y consiguieron su detención, aunque poco después fue liberado. En agosto del año siguiente, la Sala I de la Cámara Federal de San Martín dispuso la falta de mérito del represor con el argumento de que no podía “afirmarse fehacientemente” que Alfonso “conociera la finalidad del grupo operativo”, y que por el disparo que recibió “se impone aceptar que no habría llegado a participar en ninguno de los hechos que podrían considerarse delictivos”. Su defensa argumentaba que había sido un operativo de tránsito. El 22 de mayo de este año la sala II de la Cámara de Casación anuló el sobreseimiento y devolvió la causa a primera instancia. La jueza Vence ordenó la detención de Alfonso y una nueva indagatoria al día siguiente. Cuando lo fueron a buscar a los domicilios que había declarado, no lo encontraron. La investigación estableció que había salido del país con destino a Uruguay apenas unos días antes, el 20 de mayo, y que luego fue a Paraguay. Luego el Gobierno decidió ofrecer una recompensa de 100 mil pesos a quien pueda aportar datos.

La jueza libró la orden de captura internacional a Interpol, pero aún no fue hallado. Luego reportó la situación al Ministerio de Defensa. Una de las cuestiones que detectó, y que constan en el expediente, es que durante todos estos meses la Sociedad Militar “Seguro de Vida” le siguió depositando a Alfonso los haberes de retiro militar en una caja de ahorro del Banco Macro. “Estos haberes están siendo cobrados por algún tercero en su nombre, lo cual resulta de por sí irregular”, denunció Abuelas. “Pero esta situación se torna aún más grave si se advierte que ese dinero puede ser utilizado por el imputado o por otras personas de su círculo cercano que colaboran con él para financiar su fuga y mantenerse al margen de la acción de la Justicia”, dice la presentación ante el ministro de Defensa.

El texto señala también el hecho de que “por un lado se ofrezca una recompensa pública para detener a Alfonso y por otro siga depositándole mes a mes el dinero que puede utilizar para continuar prófugo”. A esto agregan el deber del Estado argentino “de depurar sus fuerzas armadas de aquellas personas implicadas en graves violaciones a los derechos humanos”.

Existe el antecedente en el caso de un teniente coronel que estuvo prófugo, Carlos Alfredo Sabattini, imputado por delitos cometidos en la subzona 1.4 II La Pampa hasta que al final fue detenido. Lo que no existe, al menos todavía, es una instrucción o un protocolo que determine que debe ser así para todos los represores que se escapan para eludir la Justicia.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Identificada nieta 107, hija de María de las Mercedes Moreno


“Yo siempre pensé que la íbamos a encontrar”
Dio a luz encadenada. Entregaron a su beba a la Casa Cuna de Córdoba. Una empleada la inscribió como propia. Hace un año un aviso de Abuelas motivó a otra hija de María a llamar a la institución. La chica tiene ahora 34 años. Pidió tiempo para conocer a su mamá.
Por Laura Vales
En 1977, María de las Mercedes Moreno tenía 24 años. Su marido estaba detenido como preso común en una cárcel de Córdoba, donde también había presos políticos. En las visitas que hacía al penal, por solidaridad, ella comenzó a sacar cartas que esos presos, mantenidos en cautiverio de manera clandestina, escribían a sus familiares. El 26 de septiembre de 1978, embarazada de siete meses, un grupo de tareas secuestró a María de las Mercedes y la llevó al centro clandestino de detención del Departamento de Informaciones de la policía cordobesa. Un mes más tarde dio a luz a una niña, que le quitaron en la sala de partos. Después sabría, por una enfermera, que la beba había sido llevada a la Casa Cuna de Córdoba, pero allí le perdió el rastro. Esta semana, después de 34 años de búsqueda y con 59 cumplidos, María de las Mercedes recibió la noticia de que las Abuelas de Plaza de Mayo habían encontrado a su hija.

El anuncio sobre la nieta recuperada número 107 fue realizado ayer en la sede de Abuelas. “Pocas son las historias en que nuestros nietos se pueden encontrar con sus madres y padres. Por lo general, el terrorismo de Estado se encargó de borrar toda huella de su existencia”, señaló allí Estela de Carlotto. A pedido de la joven recuperada no se dieron a conocer sus datos. La presidenta de Abuelas se limitó a contar que había sido anotada como hija propia por una encargada del Servicio Social de la Casa Cuna en Córdoba y su esposo y que al ser citada por la Justicia la joven accedió voluntariamente a hacerse el análisis de ADN.

Incluso evitaron llamarla por el nombre que María de las Mercedes pensó para ella. “Todavía no la conocimos porque pidió un tiempo para vernos”, explicó la madre, que para el anuncio había viajado desde Córdoba a Buenos Aires acompañada por tres de sus hijas.

Bajita, de pelo corto y rubio y cuerpo grueso, todo en ella daba el aspecto de una mujer fuerte, curtida. “Siempre pensé que la íbamos a encontrar”, aseguró en la rueda de prensa, manteniendo la emoción bajo control.

99,998

María de las Mercedes estuvo detenida en el centro clandestino de detención D2, ubicado en la capital de Córdoba, que dependía del Area 311 del III Cuerpo de Ejército, al mando de Luciano Benjamín Menéndez, desde el 26 de septiembre al 27 de noviembre de 1978. Allí, a pesar de que cursaba el séptimo mes de embarazo, fue sometida a tormentos.

Llevaba dos semanas de cautiverio cuando el parto se le adelantó. El 11 de octubre de 1978 la trasladaron de urgencia a la Maternidad Provincial, donde dio a luz encadenada. La separaron de la niña de inmediato, sin permitirle verla.

Después del parto fue llevada nuevamente al centro clandestino de detención, sin su hija. Pasó dos meses allí, hasta que la mandaron como “detenida especial” a la cárcel del Buen Pastor. Aunque todavía estaría privada de su libertad hasta abril del año siguiente, el blanqueo le salvó la vida.

“Yo sabía que mi hija estaba bien porque mi hermana mayor la llegó a ver dos o tres veces, en la Casa Cuna, y me había contado que estaba perfecta, hermosa”, contó ayer a Página/12. Ayudada por una enfermera amiga de la familia, la hermana había podido enterarse de dónde estaba la niña, e incluso verla de contrabando.

Por eso la tarde en que salió en libertad, el 7 de abril de 1979, María de las Mercedes fue a la Casa Cuna para recuperarla. Las monjas que estaban a cargo del lugar la echaron. “Las subversivas acá no entran”, le advirtieron, y la amenazaron con llamar a la policía. María de las Mercedes fue al juzgado de menores, pero tampoco obtuvo otra respuesta que la amenaza. “No se olvide que tiene cuatro hijos y está sola”, recordó ayer que le dijeron. Su marido y padre de la niña, Carlos Héctor Oviedo, había fallecido por razones no vinculadas al terrorismo de Estado.

En la sede de Abuelas ayer estuvieron el secretario de Derechos Humanos, Martín Fresneda –cordobés, como la nieta recuperada–; la titular de Abuelas Córdoba, Sonia Torres, junto a un gran numero de nietos y abuelas que acompañaron el anuncio. Paola, una de las hermanas de la joven recuperada, contó cómo todos en la familia sabían desde niños que tenían una hermana desaparecida. “Siempre la tuvimos presente, crecimos con la ilusión de encontrarla. Queremos que sepa que tiene una familia que la está esperando”, le dijo a través de las cámaras.

Paola fue la que vio un aviso en la televisión y se comunicó con la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad, que incluyó las muestras de ADN de la familia en el Banco Nacional de Datos Genéticos. Su mamá ya había hecho además una denuncia ante la Fiscalía Federal Número 3 de Córdoba.

El año pasado, María de las Mercedes también hizo la denuncia por el robo de su hija en la filial cordobesa de Abuelas. Con el asesoramiento de las abogadas de la entidad Marité Sánchez y Mariana Paramio, en un año la joven logró ser identificada.

“La madre había hecho una denuncia en el 2001, cuando nosotros no participábamos en el juicio”, relató Sánchez. Una vez que tomaron parte, y con María de las Mercedes reconocida como querellante, pudieron impulsar la investigación. “Sabíamos que una niña había sido inscripta como hija propia por la jefe de trabajadoras sociales de la Casa Cuna, que tenía una relación muy directa con el jefe de la institución, a su vez muy ligado a los militares. La niña había estado un año sin ser inscripta, porque se la habían dado en guarda. Con posterioridad, con un certificado de parto falso, el matrimonio la inscribió como propia.”

El caso sufrió la obstrucción del juez de primera instancia, Alejandro Sánchez Freytes, que consideró que no había un delito de lesa humanidad y se declaró incompetente. Pero tras una apelación, la Cámara Federal ordenó el entrecruzamiento de las muestras de sangre de María de las Mercedes con las de su hija. La joven accedió voluntariamente a dar la muestra. El resultado del ADN dio un grado de certeza de la filiación del 99,998 por ciento.

De la joven se sabe que está casada, que tiene dos hijos y que sabía que no era la hija biológica de sus apropiadores. El caso es conocido en Córdoba: los archivos del diario La Voz señalan que la causa judicial tiene como imputados al matrimonio de Osvaldo Roger Agüero y Laura Dorila Caligaris por haber inscripto como propia a la niña, con un certificado de parto falso, y al juez de menores que les había otorgado anteriormente a la niña en guarda. Las abogadas de Abuelas pedirán, a su vez, que se investigue desde Luciano Benjamín Menéndez para abajo, la responsabilidad de toda la cadena de mandos.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Entrevista a Pablo Gaona Miranda, el último nieto en recuperar su identidad

“Antes me sentía atrapado”

Fue secuestrado cuando tenía un mes junto a sus padres, que están desaparecidos. Lo entregó un militar que fue su padrino. Llegó a las Abuelas de Plaza de Mayo después de años de dudas. Su historia. Su búsqueda.

 Por Victoria Ginzberg

Anochece cuando Pablo Gaona Miranda llega a la sede de Abuelas de Plaza de Mayo. Viene de los Tribunales de San Martín, donde Catalina de Sanctis Ovando dio su testimonio en el juicio en el que están acusados sus apropiadores. “Fue fuerte –dice–, sobre todo porque me imagino que voy a tener que pasar por una situación similar.” Pablo es el último joven secuestrado durante el terrorismo de Estado que recuperó su identidad. El “nieto 106” para quienes gustan de las cuantificaciones. Hace apenas un mes que sabe que Ricardo Gaona Paiva y María Rosa Miranda fueron sus padres y que él nació el 13 de abril de 1978 a las tres de la tarde en el Hospital Rivadavia. Hace un mes que sabe que es Pablo Gaona Miranda. Antes era Leandro, un chico que arrastraba dudas sobre su identidad, que las cargó al hombro durante años: “Me sentía atrapado, maniatado. No sabía cómo hacer para soltarme. Ahora tengo una sensación de paz, aunque al principio no entendés nada. Cuando voy a dormir ahora duermo más tranquilo, por lo menos sé quién soy y eso es fundamental”.

Pablo supo desde chiquito que era “adoptado”. Pero “a fines de 2003 o principios de 2004” empezó a sospechar que podía ser hijo de desaparecidos. El hecho de que su padrino, un primo de su “padre”, fuera militar, alimentaba ese sentimiento. Una noche estaba solo en su casa mirando la televisión y se quedó enganchado con una entrevista que Gerardo Rozín le hacía a un joven que había sido apropiado durante la última dictadura. No se acuerda quién era, pero se le grabaron sus frases: dijo que antes de recuperar su identidad sentía que alguien lo estaba buscando, que su madre lo estaba buscando. Pablo se puso a llorar. Y ese día algo cambió. Pero pasó mucho tiempo antes de que se decidiera a llamar a Abuelas de Plaza de Mayo. “Yo tenía mi vida... y lo empecé a negar, a postergar. Me costaba y me costó un montón de años.”

–¿Cuáles eran los miedos?

–Es que una cuestión así, de darse de manera positiva, te cambia toda la vida, uno no sabe qué viene después.

–¿Y ahora qué pensás?

–Haber descubierto la verdad, estar reconstruyéndome y saber quién soy está buenísimo,

–¿Te arrepentís de no haberlo hecho antes?

–Creo que no me tengo que arrepentir de no haberlo hecho antes, creo que el momento en que se dio es el correcto, fue cuando me sentí preparado para dar el paso y hacerlo.

Pablo no les dice “apropiadores” a las personas que lo criaron, dice, por ejemplo, “mi vieja”, pero siempre titubea antes de hacerlo. Todavía vive con ellos. Les cree cuando aseguran que no sabían sobre su origen. La relación, cuenta, es buena, pero también señala que no sabe qué puede pasar si descubre que ellos mienten.

–¿Hablaste con ellos antes de hacerte el análisis?

–Hablé en diciembre de 2008, estaba pasando por una crisis de personalidad, no sabía qué quería hacer, estaba bastante deprimido y en una charla con mi vieja (duda antes de decirlo) le planteo mis dudas y le digo que tenía sospechas de que era hijo de desaparecidos y que quería acercarme a Abuelas para analizarme. Nunca habíamos tocado el tema. Ella se pone a llorar y me dice que también pensaba que yo podía ser hijo de desaparecidos. Ella me dice, y todavía lo sostiene, que no sabía que yo era hijo de desaparecidos. Desde ese momento, fue un cambio terrible para mí. Pensé que si me decía eso era que se caía de maduro.

–Pero no fuiste enseguida a Abuelas...

–Empecé a averiguar cómo era la vida de los nietos que se iban restituyendo, me interioricé sobre cómo era el trabajo de Abuelas. Buscaba en diversos lugares, en Internet, en la página de Abuelas, buscaba si era parecido a las fotografías de las parejas desaparecidas, a las que habían tenido a sus hijos en cautiverio y a los chicos que pudieron haber sido robados junto con sus padres, como fue mi caso.

–¿Te encontrabas parecido a alguien?

–No. Iba de atrás para adelante, desde mediados del año ’77 hasta finales de 1978, iba repasando todos los casos. En la página de Abuelas hay links a otras páginas, por ejemplo, de hermanas que buscan a sus hermanos. En una de esas búsquedas encontré a Flavia Battistiol, la tuve casi dos años de amiga en Facebook, pensaba que podía ser mi hermana. (Flavia y Lorena Battistiol tienen un blog, “Tus hermanas te buscan”, dedicado a la búsqueda de su hermano desaparecido en el que ponen fotos y relatos de su familia). Es que te empezás a preguntar un montón de cosas. También me preguntaba sobre el apoyo que había de parte del Estado. Una de mis dudas era: te analizan, te dicen quién es tu familia... ¿y después qué? ¿Quién sale a tu rescate en ese momento? Pensaba que si llegaba a confirmar lo que sospechaba, quería saber si alguien iba a estar conmigo, si me iban a apoyar. El día de mi restitución se lo comenté a Claudia Carlotto (directora de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad, Conadi) y al secretario de Derechos Humanos, Martín Fresneda. Obvio que está el trabajo de Abuelas de 35 años, pero yo siento que lo que hicieron Néstor y Cristina apoyando estas causas es fundamental para que se dieran estos casos y mi caso. Me esperanzaba que en la gran mayoría de los casos decían que descubrir la verdad los había liberado. Me doy cuenta de que realmente es así, que faltan un montón de cosas para descubrir y para ir reconociéndome, pero que la verdad es todo, para empezar a ser uno es fundamental saber quién sos.

–¿Cómo llegaste al análisis de ADN?

–Desde el momento en que le dije que quería ir a Abuelas a analizarme se cortó la charla, no se habló más del tema y cuando tomé la decisión de pedir la entrevista para ir, no lo sabía nadie, ni mis amigos, ni mi familia, nadie. Lo procesé solo. Había tenido un contacto por mail en donde me invitaron a que me comunicara y a que pidiera una entrevista. Yo dejé pasar un tiempo, un mes o algo así. El 29 de junio agarré el teléfono y me comuniqué. Ellos ya sabían de la existencia del mail. Vine ese mismo día y tuve una entrevista con Laura Rodríguez. Le conté todo y ella me dijo que la única manera de sacarme la duda era analizándome. Ese mismo día ella mandó los papeles a Conadi. La entrevista fue un viernes y el martes me presenté en el Hospital Durand para analizarme.

–¿Esperar fue difícil?

–No. Para mí, el primer gran paso fue venir a hacer la entrevista y contar lo que yo sentía y sospechaba. Eso fue lo más complicado. La extracción de sangre en sí y el tiempo de espera, que en mi caso fue de menos de un mes, no fue tan traumático. El 1º de agosto estaba trabajando y recibí un llamado de Claudia Carlotto. Me llama por mi nombre de hasta ese momento, me dice: “¿Leandro? Quería saber en qué momento nos podíamos ver”. A mí me faltaba presentar unas fotocopias de mi partida de nacimiento y le dije que podía pasar al otro día. Ella me dice: “¿No puede ser hoy?”. Ahí ya me di cuenta de que era importante lo que me tenía que decir y le dije que sí. Ese día me presenté en Conadi y me dieron la noticia.

–¿Y cómo conociste a tu familia?

–Ese mismo día me confirman. Claudia me dice que mis dudas eran ciertas y que yo era hijo de desaparecidos. Primero me da el examen de ADN donde estaban los nombres de todos los familiares que habían dejado sus muestras de sangre, que son un montón, tanto del lado paterno como del lado materno. Me mostró fotos de mis papás. Me enteré de que mi nombre es Pablo Javier Gaona Miranda, que nací el 13 de abril de 1978 en el Hospital Rivadavia a las tres y media de la tarde. Ese día vi mi partida de nacimiento original y me empezó a cambiar la vida.

–Adoptaste enseguida tu nombre, ¿fue fácil?

–No sé cómo explicarlo. Yo me tomé mi tiempo, lo procesé un montón. Lo había pensado tanto... Desde que me dicen que podía ser hijo de desaparecidos hasta que me voy a analizar no podía dejar de pensar en eso. Y yo ya sabía que si pasaba esto iban a venir otro nombre y mi identidad nueva. Lo tenía pensado. Los amigos y en el trabajo ya me llaman Pablo.

–¿Y te das vuelta enseguida?

–Sí. Los primeros días me costaba un poco más.

–¿Qué dicen en tu casa?

–Ellos dicen que mientras yo esté bien y me sienta bien... Pero se va a judicializar. Esto es un proceso que se tiene que hacer.

–¿Los considerás responsables?

–Por las versiones que tengo hasta ahora creo que va a haber un delito por haberme anotado como hijo propio. Después no sé qué más. Ellos dicen que no sabían.

–Pero llegás a ellos a través de un militar...

–Sí. Lo que me comentan es que por medio de este familiar militar me van a buscar a un lugar en San Fernando, parece que es un instituto de monjas o algo por el estilo, donde había chicos.

–¿Era un lugar vinculado con la Iglesia?

–Lo estamos tratando de averiguar. No sé con qué me puedo llegar a encontrar.

–Pero el intermediario debía saber sobre tu origen.

–Yo creo que sí.

–¿Qué relación tenés con él? Fue tu padrino.

–De chico nos solíamos ver de vez en cuando. De grande no. Es un primo de mi papá. Yo por ahora les creo.

–¿En tu casa se hablaba de la dictadura, de los desaparecidos?

–No se hablaba de nada de eso. Fui a una escuela católica, ni sabía lo que había sido el 24 de marzo. Me fui enterando, sobre todo de 2003 en adelante, empecé a leer de los chicos apropiados, los casos de Juan Cabandié, de Horacio Pietragalla, Victoria Montenegro, los iba leyendo, muchos en Página/12, vi un documental de Abuelas, a todas esas cosas les prestaba especial atención.

Pablo es hijo de Ricardo Gaona Paiva y María Rosa Miranda. Ricardo nació en Asunción del Paraguay el 20 de septiembre de 1956. Militó en la Juventud Universitaria Peronista (JUP), estuvo detenido en la comisaría de Villa Martelli y en la cárcel de Olmos, y a poco de recuperar la libertad se integró al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). María Rosa era tucumana y militante del ERP. Pablo nació el 13 de abril de 1978 en el Hospital Rivadavia. Los tres vivían en Barrio Norte, en un edificio en el que Ricardo trabajaba como portero. El 14 de mayo fueron a Villa Martelli, a la casa de los Gaona Paiva, para celebrar el aniversario de la independencia de Paraguay. Fue la última vez que se tuvieron noticias de Ricardo y María Rosa. Morocho, de ojos grandes y marrones, Pablo se ve parecido a su papá. Le gusta reconocerse en él, pero no sólo por las semejanzas físicas.

–¿Cómo fue el encuentro con tu familia?

–Los conocí el día de mi restitución. Dos tíos me miraron de arriba a abajo dos segundos y uno de ellos, Rigoberto, se puso a llorar. Me dijo que era igual a mi papá. Claudia me dijo que acá me estaban esperando todos, si quería venir. Le dije que quería venir a darle un beso a Estela y agradecerles a todos. Vinimos con mis tíos, Estela, Fresneda, Claudia. Después vinieron una tía y una prima por el lado de mi mamá. Después nos juntamos en Abuelas con otros tíos, con mi abuela. Mi abuela me había visto dos veces, el día que nací y el del secuestro.

–¿Te reconocés en cosas que te contaron de tus papás?

–(Sonríe.) Me veo parecido a mi papá, de mi mamá no tengo muchas fotos. Me dicen que le gustaba ayudar, que era el único de todos los hermanos que estaba interesado en la política y militaba desde muy joven. A mis tíos les encantan los deportes, el fútbol. Mi tío Julio jugó en Primera División. Yo soy periodista deportivo y la política me interesó de grande. Saber que mi papá tenía vida de militancia, que quería un cambio, cambios sociales, me produjo orgullo... Me fui enamorando de esas cosas. Me falta saber bien sus pasos. Mi tío dice que camino igual que mi papá.

–Fuiste a ver la audiencia del juicio por Campo de Mayo en la que declaraba Catalina de Sanctis. ¿Qué te pareció?

–Ver un juicio oral con apropiadores y ver cómo declaraba ante los jueces fue fuerte. Ella tiene la historia mucho más procesada. Es impactante, porque me imagino que voy a tener que pasar por eso. A todos los nietos les fui diciendo que una de las cosas que me ayudaron a animarme es verlos en los medios, leer sus testimonios. Es fundamental para los que no se animan a dar el paso, los que se encuentran atrapados, con culpa, que es una de las causas que frenan a los nietos, que sepan que hay un montón de gente que me ayuda, que me acompaña, que no me siento solo.

–¿Antes te sentías solo?

–Me sentía atrapado, maniatado. No sabía cómo hacer para soltarme. Ahora tengo una sensación de paz, aunque al principio no entendés nada. Cuando voy a dormir ahora duermo más tranquilo, por lo menos sé quién soy y eso es fundamental, saber que te acompañan saca muchos miedos.

El 7 de agosto las Abuelas de Plaza de Mayo anunciaron que Pablo había recuperado su identidad en una conferencia de prensa. El no se animó a participar y presentarse, pero se coló entre la gente: “Fue rarísimo, porque estaban hablando de mí. Y fue un lindo momento. No quise estar por la exposición, pero me acompañó un montón de gente desde el primer día. Habían pasado sólo cinco días desde mi restitución. Durante ese tiempo vine todos los días a Abuelas”.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Testimonio de la nieta Catalina de Sanctis Ovando

"Los dos son responsables”

“Que este tribunal y la sociedad tomen conciencia de la real responsabilidad de estas dos personas y que era requisito que mis padres murieran para que ellos se quedaran conmigo”, pidió la nieta Catalina de Sanctis Ovando ante el TOF 1, de San Martín. Catalina involucró directamente al ex oficial de Inteligencia del Batallón 601 Carlos del Señor Hidalgo Garzón y a su mujer, María Francisca Morillo, imputados por su apropiación.

“Crecí creyendo que era Carolina Hidalgo Garzón, que había nacido el 15 de agosto. Fui criada por un militar (Carlos del Señor Hidalgo Garzón) y por ella (María Francisca Morillo), que decía que era psicopedagoga y no era. Mi adolescencia fue muy dolorosa y me avergonzaban mucho”, dijo Catalina.

La joven contó que cuando la localizaron de Abuelas de Plaza de Mayo no quiso hacerse el análisis genético y que hicieron un allanamiento en su casa para obtener su ADN, lo que fue “un alivio”. Luego se dio cuenta de que sus apropiadores “sabían, que ella sabía que había una mujer que estaba por parir y se iba a quedar con su hija”. También contó que cuando supo que era hija de desaparecidos, su apropiador le empezó a gritar: “¡Hija de subversivos!”. Catalina es hija de Miryam Ovando y Raúl René de Sanctis, ambos dessaparecidos. Ella nació en el Hospital Militar de Campo de Mayo.

También declaró Rodrigo Amieva, marido de Catalina, quien narró cómo su mujer le contó sobre su origen. Le dijo que “ella siempre tuvo un recuerdo, como un sueño, de que era adoptada y que eso lo pudo confirmar”. “La conocí –dijo– con una identidad falsa y después todo lo que pasó fue un proceso duro. Es inimaginable lo que le pasó, es difícil. Sin embargo, yo empecé a ver un poco más de luz en ella. Cuando vio por primera vez una foto en la que se vio parecida, le cambió la cara. Conocer la gran familia que es Abuelas de Plaza de Mayo, conocer a todos los nietos... Yo los veo cuando se juntan periódicamente, que se conocen desde siempre y se acompañan y tienen sus buenos días y malos, y siempre se encontraron. Y saber que siempre la buscaron. Para mí, mi mujer es una leona y espero que sirva de ejemplo para que otros se animen. Me saco el sombrero”.



martes, 14 de agosto de 2012

“Sonrió y era la sonrisa de mi hermano”

Entrevista a Rigoberto y Gilberto Gaona Paiva, tíos del nieto recuperado Pablo Javier Gaona

Antes de que su sobrino fuera identificado este mes, los hermanos Gaona Paiva lo habían visto sólo una vez: ese mismo día de 1978 fue secuestrado con sus padres. Aquí describen la búsqueda y el reencuentro: “Nos dimos un abrazo fuerte, fue terrible, lindo, todo junto”.

 Por Diego Martínez

Los hermanos Gaona Paiva, seis varones y una mujer, se vieron por última vez el 14 de mayo de 1978. Fue en casa de los viejos, en Villa Celina, para celebrar el aniversario de la independencia de Paraguay y conocer a Pablo Javier, el primer sobrino. El bebé de un mes y un día pasó por todos los brazos y a la tarde partió con sus padres rumbo a Capital. Pero nunca llegaron a destino: el Estado terrorista borró de la tierra a Ricardo, Petí para los íntimos, y a su mujer, María Rosa Miranda, Mery, militantes del Ejército Revolucionario del Pueblo. Los hermanos de Petí, futboleros de alma, buscaron a Pablo en potreros y estadios. Julio César “Chicho” Gaona, que en los ’80 llegó a jugar en Boca y en la selección juvenil, quiso hacer pública la historia, pero los hermanos lo frenaron: “Te van a limpiar, todo a su tiempo”. En 2001 dejaron muestras de ADN en el banco de datos genéticos de Abuelas de Plaza de Mayo. El 1º de agosto, Rigoberto y Oscar fueron convocados a la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi). “Yo venía en el aire, como en las películas –cuenta Rigoberto–. Nos sentamos a esperar y, cuando salió, así (saca pecho), era la foto de mi hermano, no hacía falta ni ADN. Nos dimos un abrazo fuerte, nos quebramos un cachito. Fue terrible, lindo, todo junto.”

–¿Cuándo vinieron de Paraguay?

–En 1959 vino papá a buscar ubicación. Después vino mi mamá con mi hermana y Oscar recién nacido. Yo vine con Ricardo en 1968, él tenía doce años. Acá nacieron Gilberto y Julio César –responde Rigoberto y asiente Gilberto, a quien acompaña su hija Noelia.

–¿Ricardo militó primero en la JUP?

–Sí, en Villa Martelli. El se metía en los barrios humildes y trabajaba, siempre estaba en reuniones, vivía de eso.

–Lo que nosotros vivíamos con el fútbol él lo vivía con la política –apunta Gilberto.

–Tal vez ese destino, el fútbol, nos salvó –redondea su hermano.

–¿Cuándo cayó preso?

–Poco antes del golpe de Estado. Lo detuvieron con un grupo de compañeros. Estuvieron en una comisaría de Villa Martelli y de ahí lo llevaron a la cárcel de Olmos. Creo que estuvo tres meses. Después salió, conoció a Mery y empezó a militar en el ERP. Hasta que pasó lo que pasó.

–¿Ese 14 de mayo conocieron a Pablo?

–Sí, un domingo, día de la Independencia de Paraguay. Nos juntamos toda la familia, mis padres, todos mis hermanos con novias, esposas, y Pablo, tan bebé, tan chiquito... fue la última vez que lo vimos.

–Yo lo alcé una sola vez –agrega Gilberto, serio–. Era el primer bebé, era la noticia, nos juntamos para conocerlo y nunca más lo pudimos ver.

–¿Saben dónde los secuestraron?

–No. Sabemos que fue ese día porque no llegaron al edificio donde vivían y donde Petí trabajaba de portero, en Rodríguez Peña. Nunca más una noticia.

–¿Cómo fue la búsqueda?

–Al principio no sabía que desaparecía tanta gente. Tomé dimensión cuando vinieron de los derechos humanos –dice Rigoberto, en referencia a la visita de la Comisión Interamericana en 1979–. El primer día nos volvimos porque había mucha gente, el segundo no pudimos ir y el tercero metieron a los extranjeros en un salón a llenar un formulario con datos. Al año recibimos una carta de los Estados Unidos, pero preguntando si sabíamos algo, fue otra decepción. Lo esperamos, lo buscamos en concentraciones, marchamos con la foto cada Día de la Memoria, preguntamos a amigos, en la colectividad cuando supimos que se intercambiaban detenidos en el Plan Cóndor, y en 1984 hicimos la denuncia ante la Conadep.

Gilberto pide la palabra, falta un hecho clave: “Después del 14 de mayo un grupo de tareas vino a levantarnos a la casa de Villa Celina. Fueron dos Falcon, tipo tres de la madrugada. Ellos estaban como de joda, sacando juguetes obscenos adelante nuestro. Nos trajeron a la policía central para hacernos preguntas. Mis padres y hermanos, yo con 18 años, Julio César con 16. Estuvimos 18 horas parados. Recuerdo que escuchaba gemidos y quejidos y pensaba ‘están torturando a mis padres’, una impotencia terrible, no se puede borrar. La abuela de Pablo también fue secuestrada”.

El diálogo transita hacia la entrega de muestras de sangre, la esperanza renovada ante cada nieto recuperado, y llega al 1º de agosto: “Cuando llamaron de Conadi pensé que era un trámite. Estaba en la calle, con el gasolero, soy medio sordo. ¿Puedo ir mañana? ‘No, venga’. Llego a casa y habían llamado a Oscar. ‘Parece que lo encontraron.’ Yo venía en el aire, como en las películas. Nos sentamos a esperar y, cuando salió, así (saca pecho), era la foto de mi hermano, no hacía falta ni ADN. Nos dimos un abrazo fuerte, nos quebramos un cachito. Fue terrible, lindo, todo junto”.

–¿Hablaron?

–Poquito. No sabíamos de qué y me dijeron que no pregunte mucho. Después vinimos acá (la sede de Abuelas), nos pasamos el celular y le mandé un solo mensaje para que no se sienta acosado. Es que al segundo día no podía dormir, salía a la calle mal. Se lo puse en un mensajito, y pide tiempo, pero dice que está bien. Tenemos que dejar que se tome su tiempo.

–¿En qué se parece al padre?

–La fisonomía, es igual... en un momento le arranqué una sonrisa. Estábamos sentados uno al lado del otro sin saber bien qué decir cuando llama mi señora. “Estoy con mi sobrino, es un muchacho parecido al papá, pero te voy a contar algo: es de River”. Entonces sonrió y era mi hermano, era la sonrisa de Petí.

–¿Cómo recibió la noticia la abuela?

–Mamá acaba de cumplir 82 años así que no se lo dijimos de una, la fuimos trabajando. Ahora ya sabe, le afectó y por supuesto lo quiere ver. Somos una familia grande, lo vamos a ir conociendo de a pocos, hasta que él pueda venir a casa. Es difícil saber qué rumbo tomar, para él y para nosotros. Si fuera por mí lo llevo ya, pero hay que pensar que somos unos extraños para él y hay que respetar sus tiempos.

Antes de concluir, Rigoberto quiere “agradecer a los amigos que nunca dejaron de preguntar, a la colectividad paraguaya que no deja de llamar, a los compañeros del Movimiento Evita de Villa Martelli con los que marchamos el Día de la Memoria en Plaza de Mayo, y a las Abuelas, claro, no hace falta decirlo”.

Ordenan realización de ADN a presunta hija de presa política

Además, la Justicia estableció, en la causa “Moreno, María de las Mercedes”, que los delitos cometidos de supresión de estado civil e identidad son delitos de lesa humanidad y corresponde la investigación a la Justicia Federal.

También la Sala B de la Cámara Federal de Apelaciones de Córdoba ordenó que la causa “Moreno, María de las Mercedes” se acumule con la caratulada “Martella”, en la que se investiga la comisión de delitos de privación ilegítima de la libertad y de torturas en contra de María de las Mercedes Moreno (madre de la menor presuntamente sustraída).

Por ello, se instruyó la determinación de la filiación biológica entre Moreno y su supuesta hija, a través de un examen de ADN.

Según la acusación, el día 26 de septiembre de 1978, personal policial de la Dirección General de Inteligencia (D2) de la Policía de Córdoba, detuvo a María de las Mercedes Moreno, quien se encontraba embarazada y la trasladó al Centro Clandestino de Detención D2, ubicado en Mariano Moreno N° 220.

El 11 de octubre de 1978, Moreno fue trasladada a la Maternidad Provincial para que ese mismo día diera a luz a una niña, la cual el 1 de diciembre de 1978 fue llevada a la Casa Cuna por orden del Juzgado de Menores de Primera Nominación de Córdoba, dado que, según este órgano judicial, al tiempo de su alta -10 de noviembre de 1978- los padres de la misma –Moreno y Oviedo (f)- se encontraban detenidos.

La niña en ese tiempo no fue anotada en el Registro de las personas por lo que era identificada como “la chiquita Moreno”.

Al año siguiente, el 27 de septiembre de 1979, el titular del Juzgado de Menores de Primera Nominación ordenó la salida de la niña de la Casa Cuna y le habría otorgado la guarda judicial con fines de adopción a un matrimonio, quienes habrían inscripto a la niña en el Registro Civil.

Mientras tanto, después de haber dado a luz a la bebé, la madre biológica de ésta fue trasladada al D2. Luego, María de las Mercedes Moreno fue alojada en el Establecimiento Penitenciario provincial Buen Pastor y recobró su libertad el 6 de abril de 1979.

Una vez en libertad, la denunciante junto a dos de sus hermanas concurrió a la Casa Cuna a fin de retirar a la niña, lo que fue impedido por una monja que prestaba funciones en dicha entidad.

Finalmente, no obstante los trámites de guarda efectuados en el Juzgado de Menores, el 19 de diciembre de 1980 el matrimonio que tenía la guarda de la niña habría procurado inscribir a la niña como hija biológica. Para dicho fin, habrían presentado un certificado médico Vicente Antonio Spitale, el cual habría certificado que el 11 de octubre de 1980 atendió a la madre adoptiva en un parto natural, por el cual dio a luz a una criatura de sexo femenino. Por último, el 26 de diciembre de 1980 la supuesta madre habría inscripto a la menor en cuestión como su hija biológica.

lunes, 9 de julio de 2012

Hubo condenas... pero ¿hubo justicia?


Cincuenta años de condena provoca un impacto indudable; da para alegrías, para comparaciones, da lugar a la referencia especialmente en países que se niega como España –todavía- la posibilidad tan siquiera de investigar… cincuenta años para el genocida Videla y los restantes acusados con condenas menores, aún cuando todos y cada uno de ellos fueron partícipes y ejecutores directos en diversos niveles en la apropiación de menores, la mayoría de ellos nacidos en centros clandestinos de detención durante el cautiverio de sus madres, y en el asesinato posterior de ellas.

La impunidad impuesta  y sustentada por los gobiernos post dictatoriales, ha permitido que se perpetraran y acumularan más delitos contra esos entonces bebés y que hoy rondan la treintena, además de la anulación y sustitución de identidad, en muchos casos, hay que incorporar el maltrato y el abuso… un cúmulo de perversiones para “evitar que se criaran en un ambiente hostil al régimen impuesto”  (Reglamento de las FFAA 1976)

Dada la importancia y trascendencia de este juicio, y de la que debería abarcar, es obligado señalar dos cuestiones impostergables, la primera de ellas, la calificación de los delitos y las penas, que hace al momento judicial transitado, y la segunda, la posibilidad concreta de justicia.

Los apropiadores y ejecutores del plan sistemático en unca juicio de casi un año y medio, han merecido condenas desde un abanico de 50 años a absoluciones.
Este insólito escalafón condenatorio evidencia una vez más, la fragmentación inusitada de los juicios, y la negación por parte de elementos conservadores –y no tanto- del poder judicial y en el ámbito político, que lo instaurado en Argentina por los militares y sus cómplices civiles, fue un genocidio.
El delito más tremendo e innombrable, que comenten los Estados terroristas y que aún cuando se repita una y otra vez, queda sin embargo, "desaparecido” para la mayoría de los tribunales y también de las querellas. El aberrante delito de genocidio abarca:
- matanza de miembros del grupo;
- lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo;
- sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear la destrucción física, total o parcial;
- medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo;
- traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo.
Todo ello con la intencionalidad, con la sistematización de la ejecución, y se habla de un grupo nacional, étnico, racial o religioso...

Todos y cada uno de los elementos definitorios señalados los encontramos en los juicios que se parcializan, que se reducen a un número mínimo de casos, causas fragmentadas que generan, por un lado la dilación temporal, dónde van muriendo represores, pero también las víctimas, y dan como resultado entonces que injustamente habrá casos que nunca serán mencionados ni siquiera en esta parcialidad, estarán tan desaparecidos como hasta ahora. Sin olvidar la revictimización de los testigos que tienen que declarar una y otra vez ante diferentes o los mismos represores y asesinos.
La declaración sobre que las conductas investigadas y enjuiciadas, fueron genocidas, violatorias de la Convención sobre Prevención y Sanción del Delito de Genocidio concurren ya en varias sentencias que han contemplado la aplicación de la Convención, ya que está previsto desde 1956 en la legislación argentina, fecha de vigencia en la República Argentina del tratado contra el Genocidio. Esto en cuanto a la acción, tipicidad y la culpabilidad de este delito, por lo que resulta coherente solicitar la calificación de genocidio. Respecto a la punibilidad del mismo, la sumatoria de condenas establecidas por los crímenes de eliminación de personas (con devolución de cuerpos o robo de cuerpos), secuestro, tormentos y torturas, violación, robo de menores... Tan contundentes la pruebas como contundentes deben ser las condenas, prisión perpetua en cárcel común, continuando en la jurisprudencia asentada en los emblemáticos juicios contra Miguel Etchekolatz y Von Wernich.  
Hay pruebas tan concluyentes del genocidio y que el desvío de la tipificación a homicidio y/o desaparición forzada de personas, origina situaciones tales como que el mismo día que se condenaba Videla a 50 años, se castigaba también a un individuo a 45 años de reclusión por homicidio en ocasión de robo. Bignone fue condenado a 18 años hasta llegar a dos absoluciones y otras condenas, ciertamente, nada ejemplares. Habrá que recordar siempre que como General en Jefe, Videla en su defensa, sostuvo que los niños fueron robados "unos con la mejor voluntad para darle un buen hogar a los hijos de terroristas, otros para venderlos".
En este proceso judicial, se ha dictaminado las prácticas sistemáticas, y no el plan sistemático elaborado y aplicado para alcanzar la cifra de 500. Queda, asimismo,  irresuelta la colaboración de la jerarquía católica, tan afín a los planes exterminadores, la complicidad de jueces, fiscales, médicos y todos los que participaron para la implementación de este plan sistemático.
Cincuenta años provoca un impacto indudable, pero un desgarro indudable produce el hecho que se considera a una apropiadora como una víctima, o que se hayan excluido casos con sobrados elementos de prueba.
De los 35 casos que se consideraron en este juicio, 28 personas recuperaron su identidad. De los casi 500 casos de menores apropiados, a 105 se les ha podido restituir la identidad. Faltan 400…  
Y este número de personas que andan por ahí no siendo quiénes son, es el segundo punto que surge como consecuencia de la conclusión del juicio por el robo de menores. Y los 400 que faltan ¿dónde y cómo van a dilucidarse? En 1976 se inició la pesadilla del terror, en 1983 comenzó un proceso democrático, en 1987 se establecieron las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, en 1991, se otorgó el indulto a los jerarcas genocidas, en 1996 se inician los juicios en España, en 2003 se anulan las leyes exculpatorias, desde el 18 de septiembre de 2006 Jorge Julio López continúa desaparecido, en marzo de 2010 fue asesinada en sospechas circunstancias, Silvia Suppo...
Ya es el tiempo de deconstruir la impunidad, es tiempo que decrezca la magnitud del horror y la naturalidad de su absorción social explicitada en aplausos y festejos. Para la alegría colectiva es imprescindible la memoria colectiva, y en ese fallo judicial, no estaban los 400, no estaban.
La simbología de un cuadro descolgado no consuela por Ana María Lanzillotto, por Liliana Delfino, ni por todas las muchachas parturientas que no entraron en el fallo de la "historia"; no consuela porque no repara el dolor de Juliana García ni de Victoria Ruiz Dameri, ni de Virginia Ogando, ni por Fernando ni María Eugenia Amestoy.... no repara, no repara.
Deconstruir la impunidad es ya sin dilación alguna, la apertura de los archivos de la dictadura, que son el códice maldito de la verdad del paradero de los 400 y de los 30.000 que nos faltan: Este es el segundo punto irrenunciable.
Delito de genocidio, condenas de prisión perpetua para los ejecutores y cómplices y, apertura de los archivos de la dictadura.
Los símbolos son la representación perceptible de ideas.
Ya es tiempo de la presentación palpable de la verdad y de la justicia.
Andrea Benites-Dumont   - 9/07/2012 (AEDD, Casapueblos)