viernes, 7 de septiembre de 2012

Entrevista a Pablo Gaona Miranda, el último nieto en recuperar su identidad

“Antes me sentía atrapado”

Fue secuestrado cuando tenía un mes junto a sus padres, que están desaparecidos. Lo entregó un militar que fue su padrino. Llegó a las Abuelas de Plaza de Mayo después de años de dudas. Su historia. Su búsqueda.

 Por Victoria Ginzberg

Anochece cuando Pablo Gaona Miranda llega a la sede de Abuelas de Plaza de Mayo. Viene de los Tribunales de San Martín, donde Catalina de Sanctis Ovando dio su testimonio en el juicio en el que están acusados sus apropiadores. “Fue fuerte –dice–, sobre todo porque me imagino que voy a tener que pasar por una situación similar.” Pablo es el último joven secuestrado durante el terrorismo de Estado que recuperó su identidad. El “nieto 106” para quienes gustan de las cuantificaciones. Hace apenas un mes que sabe que Ricardo Gaona Paiva y María Rosa Miranda fueron sus padres y que él nació el 13 de abril de 1978 a las tres de la tarde en el Hospital Rivadavia. Hace un mes que sabe que es Pablo Gaona Miranda. Antes era Leandro, un chico que arrastraba dudas sobre su identidad, que las cargó al hombro durante años: “Me sentía atrapado, maniatado. No sabía cómo hacer para soltarme. Ahora tengo una sensación de paz, aunque al principio no entendés nada. Cuando voy a dormir ahora duermo más tranquilo, por lo menos sé quién soy y eso es fundamental”.

Pablo supo desde chiquito que era “adoptado”. Pero “a fines de 2003 o principios de 2004” empezó a sospechar que podía ser hijo de desaparecidos. El hecho de que su padrino, un primo de su “padre”, fuera militar, alimentaba ese sentimiento. Una noche estaba solo en su casa mirando la televisión y se quedó enganchado con una entrevista que Gerardo Rozín le hacía a un joven que había sido apropiado durante la última dictadura. No se acuerda quién era, pero se le grabaron sus frases: dijo que antes de recuperar su identidad sentía que alguien lo estaba buscando, que su madre lo estaba buscando. Pablo se puso a llorar. Y ese día algo cambió. Pero pasó mucho tiempo antes de que se decidiera a llamar a Abuelas de Plaza de Mayo. “Yo tenía mi vida... y lo empecé a negar, a postergar. Me costaba y me costó un montón de años.”

–¿Cuáles eran los miedos?

–Es que una cuestión así, de darse de manera positiva, te cambia toda la vida, uno no sabe qué viene después.

–¿Y ahora qué pensás?

–Haber descubierto la verdad, estar reconstruyéndome y saber quién soy está buenísimo,

–¿Te arrepentís de no haberlo hecho antes?

–Creo que no me tengo que arrepentir de no haberlo hecho antes, creo que el momento en que se dio es el correcto, fue cuando me sentí preparado para dar el paso y hacerlo.

Pablo no les dice “apropiadores” a las personas que lo criaron, dice, por ejemplo, “mi vieja”, pero siempre titubea antes de hacerlo. Todavía vive con ellos. Les cree cuando aseguran que no sabían sobre su origen. La relación, cuenta, es buena, pero también señala que no sabe qué puede pasar si descubre que ellos mienten.

–¿Hablaste con ellos antes de hacerte el análisis?

–Hablé en diciembre de 2008, estaba pasando por una crisis de personalidad, no sabía qué quería hacer, estaba bastante deprimido y en una charla con mi vieja (duda antes de decirlo) le planteo mis dudas y le digo que tenía sospechas de que era hijo de desaparecidos y que quería acercarme a Abuelas para analizarme. Nunca habíamos tocado el tema. Ella se pone a llorar y me dice que también pensaba que yo podía ser hijo de desaparecidos. Ella me dice, y todavía lo sostiene, que no sabía que yo era hijo de desaparecidos. Desde ese momento, fue un cambio terrible para mí. Pensé que si me decía eso era que se caía de maduro.

–Pero no fuiste enseguida a Abuelas...

–Empecé a averiguar cómo era la vida de los nietos que se iban restituyendo, me interioricé sobre cómo era el trabajo de Abuelas. Buscaba en diversos lugares, en Internet, en la página de Abuelas, buscaba si era parecido a las fotografías de las parejas desaparecidas, a las que habían tenido a sus hijos en cautiverio y a los chicos que pudieron haber sido robados junto con sus padres, como fue mi caso.

–¿Te encontrabas parecido a alguien?

–No. Iba de atrás para adelante, desde mediados del año ’77 hasta finales de 1978, iba repasando todos los casos. En la página de Abuelas hay links a otras páginas, por ejemplo, de hermanas que buscan a sus hermanos. En una de esas búsquedas encontré a Flavia Battistiol, la tuve casi dos años de amiga en Facebook, pensaba que podía ser mi hermana. (Flavia y Lorena Battistiol tienen un blog, “Tus hermanas te buscan”, dedicado a la búsqueda de su hermano desaparecido en el que ponen fotos y relatos de su familia). Es que te empezás a preguntar un montón de cosas. También me preguntaba sobre el apoyo que había de parte del Estado. Una de mis dudas era: te analizan, te dicen quién es tu familia... ¿y después qué? ¿Quién sale a tu rescate en ese momento? Pensaba que si llegaba a confirmar lo que sospechaba, quería saber si alguien iba a estar conmigo, si me iban a apoyar. El día de mi restitución se lo comenté a Claudia Carlotto (directora de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad, Conadi) y al secretario de Derechos Humanos, Martín Fresneda. Obvio que está el trabajo de Abuelas de 35 años, pero yo siento que lo que hicieron Néstor y Cristina apoyando estas causas es fundamental para que se dieran estos casos y mi caso. Me esperanzaba que en la gran mayoría de los casos decían que descubrir la verdad los había liberado. Me doy cuenta de que realmente es así, que faltan un montón de cosas para descubrir y para ir reconociéndome, pero que la verdad es todo, para empezar a ser uno es fundamental saber quién sos.

–¿Cómo llegaste al análisis de ADN?

–Desde el momento en que le dije que quería ir a Abuelas a analizarme se cortó la charla, no se habló más del tema y cuando tomé la decisión de pedir la entrevista para ir, no lo sabía nadie, ni mis amigos, ni mi familia, nadie. Lo procesé solo. Había tenido un contacto por mail en donde me invitaron a que me comunicara y a que pidiera una entrevista. Yo dejé pasar un tiempo, un mes o algo así. El 29 de junio agarré el teléfono y me comuniqué. Ellos ya sabían de la existencia del mail. Vine ese mismo día y tuve una entrevista con Laura Rodríguez. Le conté todo y ella me dijo que la única manera de sacarme la duda era analizándome. Ese mismo día ella mandó los papeles a Conadi. La entrevista fue un viernes y el martes me presenté en el Hospital Durand para analizarme.

–¿Esperar fue difícil?

–No. Para mí, el primer gran paso fue venir a hacer la entrevista y contar lo que yo sentía y sospechaba. Eso fue lo más complicado. La extracción de sangre en sí y el tiempo de espera, que en mi caso fue de menos de un mes, no fue tan traumático. El 1º de agosto estaba trabajando y recibí un llamado de Claudia Carlotto. Me llama por mi nombre de hasta ese momento, me dice: “¿Leandro? Quería saber en qué momento nos podíamos ver”. A mí me faltaba presentar unas fotocopias de mi partida de nacimiento y le dije que podía pasar al otro día. Ella me dice: “¿No puede ser hoy?”. Ahí ya me di cuenta de que era importante lo que me tenía que decir y le dije que sí. Ese día me presenté en Conadi y me dieron la noticia.

–¿Y cómo conociste a tu familia?

–Ese mismo día me confirman. Claudia me dice que mis dudas eran ciertas y que yo era hijo de desaparecidos. Primero me da el examen de ADN donde estaban los nombres de todos los familiares que habían dejado sus muestras de sangre, que son un montón, tanto del lado paterno como del lado materno. Me mostró fotos de mis papás. Me enteré de que mi nombre es Pablo Javier Gaona Miranda, que nací el 13 de abril de 1978 en el Hospital Rivadavia a las tres y media de la tarde. Ese día vi mi partida de nacimiento original y me empezó a cambiar la vida.

–Adoptaste enseguida tu nombre, ¿fue fácil?

–No sé cómo explicarlo. Yo me tomé mi tiempo, lo procesé un montón. Lo había pensado tanto... Desde que me dicen que podía ser hijo de desaparecidos hasta que me voy a analizar no podía dejar de pensar en eso. Y yo ya sabía que si pasaba esto iban a venir otro nombre y mi identidad nueva. Lo tenía pensado. Los amigos y en el trabajo ya me llaman Pablo.

–¿Y te das vuelta enseguida?

–Sí. Los primeros días me costaba un poco más.

–¿Qué dicen en tu casa?

–Ellos dicen que mientras yo esté bien y me sienta bien... Pero se va a judicializar. Esto es un proceso que se tiene que hacer.

–¿Los considerás responsables?

–Por las versiones que tengo hasta ahora creo que va a haber un delito por haberme anotado como hijo propio. Después no sé qué más. Ellos dicen que no sabían.

–Pero llegás a ellos a través de un militar...

–Sí. Lo que me comentan es que por medio de este familiar militar me van a buscar a un lugar en San Fernando, parece que es un instituto de monjas o algo por el estilo, donde había chicos.

–¿Era un lugar vinculado con la Iglesia?

–Lo estamos tratando de averiguar. No sé con qué me puedo llegar a encontrar.

–Pero el intermediario debía saber sobre tu origen.

–Yo creo que sí.

–¿Qué relación tenés con él? Fue tu padrino.

–De chico nos solíamos ver de vez en cuando. De grande no. Es un primo de mi papá. Yo por ahora les creo.

–¿En tu casa se hablaba de la dictadura, de los desaparecidos?

–No se hablaba de nada de eso. Fui a una escuela católica, ni sabía lo que había sido el 24 de marzo. Me fui enterando, sobre todo de 2003 en adelante, empecé a leer de los chicos apropiados, los casos de Juan Cabandié, de Horacio Pietragalla, Victoria Montenegro, los iba leyendo, muchos en Página/12, vi un documental de Abuelas, a todas esas cosas les prestaba especial atención.

Pablo es hijo de Ricardo Gaona Paiva y María Rosa Miranda. Ricardo nació en Asunción del Paraguay el 20 de septiembre de 1956. Militó en la Juventud Universitaria Peronista (JUP), estuvo detenido en la comisaría de Villa Martelli y en la cárcel de Olmos, y a poco de recuperar la libertad se integró al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). María Rosa era tucumana y militante del ERP. Pablo nació el 13 de abril de 1978 en el Hospital Rivadavia. Los tres vivían en Barrio Norte, en un edificio en el que Ricardo trabajaba como portero. El 14 de mayo fueron a Villa Martelli, a la casa de los Gaona Paiva, para celebrar el aniversario de la independencia de Paraguay. Fue la última vez que se tuvieron noticias de Ricardo y María Rosa. Morocho, de ojos grandes y marrones, Pablo se ve parecido a su papá. Le gusta reconocerse en él, pero no sólo por las semejanzas físicas.

–¿Cómo fue el encuentro con tu familia?

–Los conocí el día de mi restitución. Dos tíos me miraron de arriba a abajo dos segundos y uno de ellos, Rigoberto, se puso a llorar. Me dijo que era igual a mi papá. Claudia me dijo que acá me estaban esperando todos, si quería venir. Le dije que quería venir a darle un beso a Estela y agradecerles a todos. Vinimos con mis tíos, Estela, Fresneda, Claudia. Después vinieron una tía y una prima por el lado de mi mamá. Después nos juntamos en Abuelas con otros tíos, con mi abuela. Mi abuela me había visto dos veces, el día que nací y el del secuestro.

–¿Te reconocés en cosas que te contaron de tus papás?

–(Sonríe.) Me veo parecido a mi papá, de mi mamá no tengo muchas fotos. Me dicen que le gustaba ayudar, que era el único de todos los hermanos que estaba interesado en la política y militaba desde muy joven. A mis tíos les encantan los deportes, el fútbol. Mi tío Julio jugó en Primera División. Yo soy periodista deportivo y la política me interesó de grande. Saber que mi papá tenía vida de militancia, que quería un cambio, cambios sociales, me produjo orgullo... Me fui enamorando de esas cosas. Me falta saber bien sus pasos. Mi tío dice que camino igual que mi papá.

–Fuiste a ver la audiencia del juicio por Campo de Mayo en la que declaraba Catalina de Sanctis. ¿Qué te pareció?

–Ver un juicio oral con apropiadores y ver cómo declaraba ante los jueces fue fuerte. Ella tiene la historia mucho más procesada. Es impactante, porque me imagino que voy a tener que pasar por eso. A todos los nietos les fui diciendo que una de las cosas que me ayudaron a animarme es verlos en los medios, leer sus testimonios. Es fundamental para los que no se animan a dar el paso, los que se encuentran atrapados, con culpa, que es una de las causas que frenan a los nietos, que sepan que hay un montón de gente que me ayuda, que me acompaña, que no me siento solo.

–¿Antes te sentías solo?

–Me sentía atrapado, maniatado. No sabía cómo hacer para soltarme. Ahora tengo una sensación de paz, aunque al principio no entendés nada. Cuando voy a dormir ahora duermo más tranquilo, por lo menos sé quién soy y eso es fundamental, saber que te acompañan saca muchos miedos.

El 7 de agosto las Abuelas de Plaza de Mayo anunciaron que Pablo había recuperado su identidad en una conferencia de prensa. El no se animó a participar y presentarse, pero se coló entre la gente: “Fue rarísimo, porque estaban hablando de mí. Y fue un lindo momento. No quise estar por la exposición, pero me acompañó un montón de gente desde el primer día. Habían pasado sólo cinco días desde mi restitución. Durante ese tiempo vine todos los días a Abuelas”.

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