martes, 8 de noviembre de 2011

El testimonio de Victoria Julien Grisonas

“No sabía qué sentir, qué pensar”

Ella y su hermano fueron los primeros nietos localizados por Abuelas. Estuvieron en el centro Orletti y fueron dejados en Chile. Se enteró de su historia a los nueve años. “Cosas que no tenían sentido empezaban a tener explicación”, aseguró.

 Por Alejandra Dandan

No entendía por qué tenía tantas abuelas. O por qué se callaban o dejaban de hablar cuando ella entraba de pronto a algún lugar. A los nueve años, viajó por primera vez a Uruguay. O, más bien, volvía al espacio donde había estado secuestrada de muy niña. Quienes suponía como sus padres intentaron explicarle algo de ese viaje antes de salir: “Con mucho cuidado y muy amorosamente me cuentan que vengo de otra familia, que tuve otros papás, que me querían muchísimo, que por eso venía una abuelita a verme con otro acento. Que por problemas políticos ellos se habían muerto”.

“En ese mismo viaje me acerqué un día a mi tía y le dije que me diga qué pasaba porque había cosas que no entendía: y me empiezan a contar, me muestran fotos, escritos, fue algo muy fuerte, muy potente para mí: siempre digo que fue un antes y un después, se me habla por primera vez de la tortura, de la desaparición, de las fuerzas conjuntas, de cuánta gente embarazada, adolescentes, estaban desaparecidos. Es como un golpe en la cabeza: no sabía qué sentir, qué pensar, tuve un efecto de shock: afuera no se notaba nada, pero por adentro sentía algo muy fuerte: cosas que no tenían sentido empezaban a tener explicación. Como que cuando mi madre (adoptiva) se iba yo me ponía muy mal, algo que se llama angustia de la separación de la madre: horror a que la madre desaparezca como si realmente se fuera a morir. Tenía pesadillas, sensación de vacío y dolor, síntomas que después entendí que eran depresivos.”

Claudia Victoria Larrabeiti Yañez es Victoria Julien Grisonas, la hermana de Anatole, los niños secuestrados el 26 de septiembre de 1976 cuando tenían año y medio y cuatro años de edad; que después de pasar por un centro clandestino en Buenos Aires y otro en Montevideo terminaron abandonados en Chile por fuerzas del Plan Cóndor. En aquel momento la prensa chilena los presentó como posibles hijos de “requeridos argentinos”. El acento de Anatole, la ropa, los comentarios de los lugares que habían recorrido o la dificultad de él para pronunciar el nombre de sus padres eran algunos motivos por los que los nombraban de esa forma. Anatole declaró la semana pasada en el juicio por el plan sistemático de robo de bebés. Victoria declaró ayer desde el Consulado argentino en Chile. Antes de empezar, les pidió a los jueces del Tribunal Oral Federal 6 que, como no había psicólogos ni otra asistencia para las víctimas cerca, dejasen estar a su novio dentro de la sala.

–¿Su nombre? –le preguntó la jueza María del Carmen Roqueta.

–Claudia Victoria Larrabeiti Yañez –dijo Victoria.

–¿Nacionalidad?

–Chilena –dijo y rió–: aunque nací en Buenos Aires.

–¿Fecha de nacimiento?

–En mi cédula chilena, el 2 de agosto, y la verdadera el 7 de mayo de 1975.

Y luego:

–¿Tiene algún vínculo de enemistad, amistad o parentesco con los acusados?

–Yo soy víctima de las cosas cometidas por ellos, ésa es mi relación.
El operativo

“Desde los nueve años tuve noción de mi verdadera identidad, que venía de otra familia, pero hace tres o cuatro años empecé una investigación respecto de las personas que nos conocieron cuando éramos bebés. En un aniversario de Abuelas de Plaza de Mayo tuve oportunidad de conocer a un testigo directo del operativo.”

El testigo era un kiosquero: “Conocía a mis padres, a nosotros, porque íbamos a comprar golosinas y dulces y socializaron bastante con ellos, en comidas, en reuniones sin él saber la naturaleza de un compromiso político de mis padres: para él eran sus vecinos y nosotros sus hijos”.

El kiosquero vio el despliegue del enorme operativo el día del secuestro de sus padres, Victoria Grisonas y Roger Julien. Tanquetas, hombres de civil, militares, gente armada y un allanamiento. “Habla de que hay disparos, de que ve a mi madre cuando la tienen detenida. Me cuenta que mi padre intenta escapar por el patio trasero tratando de esconderse y avisando a otra familia. Había disparos. Trata de hacerse pasar por residente de esa casa porque afuera iban tocando las puertas del vecindario. Como se puso una toalla de turbante, no lo reconocen de inmediato hasta que sale y es donde la atrapan. Mi madre trata de escapar conmigo y mi hermano, la capturan, somos separados de ella. Mi hermano tiene el recuerdo de haberla vista herida. El recuerda comentarios de algún policía o militar que le decía: la yegua de tu madre ya no va a estar más”.

Los niños terminaron en Orletti. El kiosquero todavía vio a su madre sujetada de las extremidades del cuerpo, golpes contra el pavimento, la intención de alguien de parar. Alguien apuntándola. No hay otros datos: la idea de que a él lo mataron, la opción de una pastilla de cianuro. La incerteza sobre ella.
El traslado

Victoria y Anatole pasaron de Orletti a un centro clandestino uruguayo. Luego hubo un hotel, aparentemente en Buenos Aires. Y el traslado a una plaza de Valparaíso, en Chile. El poeta Juan Gelman habló de ellos en su declaración de la semana pasada convencido de que llegaron ahí destinados a alguien y que como el contacto no apareció, decidieron dejarlos. Ellos todavía no tienen certeza. “Lo que no se entiende a esta altura de la historia es por qué nos llevan a Chile: algunos dicen que como mi hermano tenía cuatro años y quizá había visto demasiado, la opción más fácil era desvincularnos de Uruguay y Argentina, entonces Chile era un país más lejano.” Los llevaron tres mujeres y dos hombres. Un auto “aparentemente lujoso” los dejó en un parque de diversiones: “Una supuesta tía Mónica nos dice que vamos a ir a los jueguitos, pero que la esperemos ahí, que vuelve en un momento: lo que sucede es que se retiran y no vuelven más, de hecho nos dejan ahí esperando y nadie nos viene a buscar por horas y horas y horas. La gente se dio cuenta de que somos como niños perdidos, que teníamos acento, que no éramos de ahí, estábamos bien vestidos, en una situación extraña, que no había ningún adulto que preguntara por nosotros”.

“Mi hermano tenía conocimiento de muchos lugares con ciertas características, era muy consciente de cómo se llamaba él y yo, y tenía como indicaciones de no hablar del nombre de nuestros padres: mamucha y papucho les decíamos y así empezaron a sospechar que nosotros podíamos venir de gente requerida en Argentina.”

Estuvieron en un hogar de menores. Luego con dos familias. Luego otra aceptó la idea de que “los hermanos de sangre no se separan” y eligió quedarse con los dos. Tres años después, con la difusión de las fotos en diarios que recorrieron el mundo, logró encontrarlos su abuela Angélica. “Ahí apareció otro gran revuelo y la pregunta de: ¿con quién se van a quedar? Mis padres (adoptivos) estaban a un par de días de firmar la adopción plena y se abstuvieron mostrando buena fe.” En ese momento Victoria dejó de hablar. Tomó agua. “Hubo mucho conflicto, obviamente mi abuela se sentía con el derecho de llevarnos, mis padres estaban hechos pedazos con la posibilidad de perdernos; mi hermano y yo no necesitábamos una nueva pérdida. Se dio en entender finalmente que lo más sano era mantener los vínculos, pero no perder a nuestros padres de nuevo, aunque fueran adoptivos. Mi abuela accedió con la condición de que visitáramos y tuviéramos contactos con Uruguay.”

En la audiencia, casi al final, Roqueta le preguntó si todavía recordaba algo o más bien si recuperó alguna imagen o algún olor de esos años. “A mi modo de ver –dijo Victoria– la realidad se construye no sólo de imágenes, sino de sensaciones, de cosas. Tengo sensaciones de ruido fuertes, cierto tipo de sonidos de ruido a golpes y repetidas relaciones vinculares de separación y de abandono. Eso podría mencionar.”

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