miércoles, 27 de abril de 2011

Los papeles que guardaba el apropiador

Allanaron una casa del represor Herman Tetzlaff para buscar documentación

Victoria Montenegro reveló que su apropiador poseía documentos con datos sobre procedimientos realizados durante la dictadura. La Justicia allanó una de sus casas y, aunque no se encontró ese material, se analizan otros elementos hallados.
Por Irina Hauser

Había algo más que Victoria Montenegro tenía atragantado desde hacía muchos años, aparte de que el fiscal de la Cámara de Casación Juan Martín Romero Victorica le pasaba información a su apropiador sobre la causa en su contra. Eso otro era un recuerdo nítido: en una casa donde solía pasar los fines de semana con sus apropiadores en Marcos Paz había visto documentos y papeles vinculados con el terrorismo de Estado, algunos puntualmente con operativos en los que había participado el coronel de Inteligencia Herman Tetzlaff, a quien la mayor parte de su vida creyó su padre, hasta que él mismo le dijo que había matado a sus padres biológicos en marzo de 1976. Así lo relató ante el Tribunal Oral Federal 6 (TOF6), que lleva adelante el juicio sobre el plan sistemático de apropiación de hijos de desaparecidos. A partir de ese testimonio, los jueces ordenaron allanar la vivienda a la que Tetzlaff, con evidente sadismo, llamaba “El Campito”, como el centro clandestino de detención que funcionó dentro de Campo de Mayo. En el procedimiento, que se hizo ayer, se hallaron algunas de sus pertenencias, como una tarjeta de fin de año que le mandó el ex general Santiago Omar Riveros y el libro El Ejército hoy, de 1976, promotor del régimen dictatorial.

Aunque los hallazgos no fueron significativos como evidencia judicial, el abogado de Abuelas de Plaza de Mayo Alan Iud destacó la decisión del TOF6 de impulsar la medida. “Los jueces, casi por regla general, no allanan las casas de los apropiadores investigados. No se entiende por qué, cuando puede ser un gran aporte a la investigación. Hace poco se allanó la casa de un apropiador y se hallaron cartas que dejaban en evidencia que él y su mujer conocían el origen de la chica apropiada”, ilustró Iud.

Victoria le contó a Página/12 que hace diez años que no pisa la casa de Marcos Paz, y tampoco fue ayer, cuando se hizo el allanamiento del que sí participaron agentes de la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA), un secretario del tribunal oral y Iud. Cuando declaró, ante la pregunta de uno de los jueces Victoria dijo que creía que allí ya no debía quedar mucho, “aunque quizá todavía quede algo”, aclaró. “Herman –como le dice a su apropiador, ya fallecido– guardaba documentación con información de operativos en los que había participado y en los que había dinero o cosas de valor. Lo hacía para cubrirse, para que después no le dijeran que se había quedado con algo. Pero sé que por orden del Ejército después quemó muchas cosas”, refrescó en diálogo con este diario lo que declaró ante la Justicia. Recordaba, por ejemplo, que Tetzlaff guardaba papeles en un entretecho.

La casa de Marcos Paz, “El Campito” de Tetzlaff, pertenece ahora a la hermana de crianza de Victoria pero la habitan familiares de su marido, que recibieron con buena predisposición a la policía.

Hay otros papeles de Tetzlaff que Victoria tuvo en su poder y que entregó en el juzgado de Norberto Oyarbide, que instruye la causa sobre los crímenes de la Triple A, en la que ella se presentó porque el asesinato de sus padres y su propio secuestro ocurrieron días antes del 24 de marzo de 1976. También relató esto ante el TOF6 y se lo explicó a Página/12 : “Herman había armado unas listas de las empresas de seguridad que trabajaban para (Alfredo) Yabrán y quienes las integraban y al lado ponía el nombre de los centros clandestinos a los que se ve que pertenecieron. Estas listas las tenía él en el penal donde estaba detenido, en Campo de Mayo, y cuando lo internaron en el Hospital Militar me las traje”. Después falleció. Tuvo en su poder, asimismo, una especie de mapa viejo, donde había una esquina marcada, en Ramos Mejía, cree recordar. “Un día, que me junté con hijos (de desaparecidos) que buscan a sus hermanos, lo mostré –cuenta– y una de ellas, me dice ‘¡Esa era mi casa, la casa de mis papás’.”

Testigo de una despedida

Lidia Pappaleo declaró sobre un parto clandestino que presención en Pozo de Banfield

Papaleo contó que escuchó el parto, el llanto y el diálogo de la mamá con su beba. Relató que cuando la separaron de su hija, la mujer, que sería María Petrakos, les dio a los guardias los datos como si la fuesen a inscribir en el Registro Civil.
Por Alejandra Dandan

Lidia Eva Papaleo de Graiver llevaba un rato declarando. Había hablado de su secuestro, de los interrogatorios bajo tortura que le hicieron en presencia de otros hombres vinculados al grupo Graiver. De las preguntas sobre el dinero, del destino de los fondos del banquero. Pero estaba en el juicio por el plan sistemático de apropiación de hijos de desaparecidos para hablar de otra cosa. De su paso por el centro clandestino ubicado en el Pozo de Banfield, y de la embarazada y del parto que escuchó a unos metros, en el pasillo “inmundo” que estaba frente a su celda.

Cuando le quitaron la niña a la mujer de al lado habían pasado unas veinticuatro horas desde el nacimiento, explicó Lidia. Entró un guardia para pedirle el bebé. Y esa mujer –oyó Lidia pared de por medio– despidió a su hija dándole al guardia las referencias completas del nombre y apellido, como si estuviese dándole los datos para inscribirla en el registro civil. “Yo no sé si era el nombre de ella o de la niña”, dijo Lidia a los miembros del Tribunal Oral Federal 6. “Pero escuché claramente la palabra María y a continuación un apellido italiano que nunca más pude recordar.”

–¿Usted cree que si oye nuevamente ese apellido podría reconocerlo? –le preguntó Luciano Hazan, uno de los abogados de Abuelas de Plaza de Mayo.

–Puede ser –dijo Lidia–, soy una persona muy creyente, le he pedido a Dios que me diga realmente algo porque me siento en deuda con esa criatura.

Ante la mención de los nombres, la mujer dijo que la parturienta podría ser María Petrakos.

Lidia llegó a los Tribunales de Retiro y su relato fue el tercero del día. Antes, había declarado por el mismo caso Gustavo Caraballo, que fue secretario técnico del último gobierno de Perón y abogado de Graiver. Además de reseñar un interrogatorio frente a Ramón Camps y dar datos sobre los secuestros extorsivos organizados por los militares para secuestrar a banqueros y financistas en nombre de Montoneros, también habló de ese parto. De los gritos de un bebé que lloraba desesperado aparentemente por el hambre, y del momento en el que uno de los guardias le acercó una mamadera enviada por un comandante.

Lidia era la que podía hablar de aquel caso con más precisiones. A ella la secuestraron el 14 de marzo de 1977. La llevaron a Puesto Vasco, donde estaba su suegro, su cuñado y un grupo de personas vinculadas con su marido, el banquero Isidoro Graiver. Durante la estadía intentaron obligarla a firmar alguna declaración en la que decía que él había recibido dinero en lingotes de oro de Perón. “Me habían apodado ‘la impura’ porque había estado con un judío y querían hacer aparecer como que había un complot judío”, dijo. La llevaron a La Plata, al Departamento de Policía donde Ramón Camps la enfrentó en un careo con el periodista Jacobo Timerman. Un mes después la trasladaron al Pozo de Banfield, donde la alojaron en el sector donde estaban las mujeres.

Esa primera noche, cuando la guardia se retiró alguien le preguntó a Lidia quién era. Lidia estaba ubicada en la línea de las celdas de las mujeres, y se dio cuenta de que en la línea de atrás estaban los calabozos de los hombres. Las voces aparecían más lejos. Los escuchaba conversar. “Yo estaba aterrada, lastimada, con el cuerpo quemado por las picanas de Puesto Vasco, y entonces esa noche un guardia me abrió la puerta para preguntarme si podía ayudar en un parto, una mujer estaba por tener familia, pero yo no me pude parar porque estaba muy quemada. El guardia cerró la puerta y escuché cómo sacaban de la celda de al lado a alguien, y ella tenía familia, parió en ese pasillo.”

Antes de eso, aclaró, las compañeras de la muchacha que estaba a punto de parir empezaron a llamar a los guardias. “Se ve que estaba acompañada y que había más gente con ella, creo que en los calabozos había más de una persona y ellas empezaron a golpear contra esa chapa, que viniera el guardia porque la chica iba a parir.” Y parió, dijo después: “Parió en ese pasillo inmundo, ahí”.

Con el paso de los años, Gustavo Caraballo leyó en Página/12 que Clara Petrakos, la hermana de esa niña nacida en cautiverio, preguntaba si alguien tenía datos de ese nacimiento, si alguien había estado para abril de 1977 en el Pozo de Banfield. Llamó a Clara para invitarla a su casa, contarle lo poco que él podía decirle y darle los datos de Lidia.

Lidia perdió contacto con su compañera de celda poco después del parto. Al día siguiente la cambiaron a otro calabozo, donde también pusieron a su suegro. Antes de irse, sin embargo, escuchó a la joven: “La escuché cuando nació, que lloraba, que le hablaba de cosas de las que hablan las madres, con ternura”.

martes, 26 de abril de 2011

El secuestro de Clara Anahí

Por Alejandra Dandan

Lilian Marta Stancati esperó muchos años para permitirse recordar lo que escuchó sobre varios operativos sucedidos en su calle durante la última dictadura. Y luego para contarlos. Un día, alrededor del año 2000, supo que María Isabel de Mariani todavía no sabía qué había pasado con su nieta Clara Anahí. Lilian apenas tenía un dato, cuando encontró la forma de acercarse, se lo dijo. En noviembre de 1976, Lilian trabajaba en la delegación municipal de City Bell. En la delegación había dos policías encargados de la seguridad. Uno de ellos, el más charlatán, le contó a Lilian días después que en el bombardeo a la casa de la calle 30 no habían muerto todos, que se salvó una nena: “Me dijo que la nena no había muerto porque la guardaron muy bien adentro de una bañera o a veces me parece que me dijo del placard, no me acuerdo, sí que la resguardaron con mantas y colchones y le guardaron la vida”. Ese policía también le aseguró que la nena se la había entregado a un alto jefe de la policía, cuya mujer no podía tener hijos

Partos en la comisaría

Testimonio de Hugo Pablo Marini, sobreviviente de la comisaría 5a de La Plata

Por Alejandra Dandan

La causa por el plan sistemático del robo de bebés volvió a situarse en la comisaría 5ª de La Plata. Uno de los sobrevivientes del centro clandestino habló ayer del embarazo de Inés Ortega, del nacimiento de su hijo y de las otras parturientas que estaban en el lugar: “Cuando se llevaron a Inés se escuchaban los gritos y de repente sentimos una alegría un poco rara –dijo Hugo Pablo Marini–, porque se escucharon los llantos, había mucho alboroto, felicitaciones, llantos y bronca, todas emociones encontradas”.

Hasta antes de sentarse ante el Tribunal Oral Federal 6 que ayer lo escuchó hablar, Marini no sabía qué había sucedido con ese niño. Sabía que el bebé había vuelto con su madre a la celda enseguida, que estuvo con ella durante unos días y que luego se lo habían robado. Minutos después, ya en el pasillo, supo que ese chico recuperó su identidad, se llama Leonardo Fosatti, trabaja con las Abuelas de Plaza de Mayo y declaró la semana pasada.

Marini era vicepresidente del centro universitario de Chacabuco, militaba en la Juventud Peronista Universitaria y se había afiliado al Partido Auténtico. Lo secuestraron el 11 de enero de 1977. Primero lo llevaron a la Brigada de San Nicolás, luego al Pozo de Arana y finalmente a la comisaría 5ª de La Plata, donde permaneció hasta el 30 de marzo.

“Estuve esposado, con las manos atadas a las espaldas la mayor parte del tiempo, tabicado, pero no considero que se me hayan cometido actos de tortura a sabiendas de lo que sufrieron los demás compañeros. No considero que mis dichos puedan ser relevantes, pero sí me golpearon, estuvimos días sin comer, me dieron toques de picana, simulacros de tiros”, dijo.

Marini explicó que cuando llegó a la comisaría 5ª había unas cuatro o cinco embarazadas. “Las chicas eran llevadas al baño para bañarse cada dos o tres días, las traían de a tres o de a cuatro, una se quedaba en el patio, otra se bañaba y la otra, que podía ser la esposa de algún compañero, se quedaba charlando con nosotros.”

Entre las embarazadas estaba Adriana Calvo, que murió el año pasado, pero durante su cautiverio ayudó a Inés Ortega con el trabajo de parto. Marini nombró además a Inés y a Elena de la Cuadra.

“Inés había entrado en trabajo de parto y me acuerdo que pedían por favor que el cabo de guardia la fuera a atender. Las chicas gritaban, todo era un infierno hasta que se la llevaron. Sacaron a Inés y a alguien que la acompañaba, mientras tanto le gritaban y le decían de todo. Pasaron unas horas y volvieron con el bebé, después supe que el nacimiento fue en la misma comisaría.” Inés tuvo a su hijo en la cocina. Cuando la devolvieron, la llevaron a bañarse y en ese momento logró hablar por la mirilla con su marido, que también estaba secuestrado”, dijo Marini. Los padres de Leandro estuvieron unos días más en el lugar. Ambos están desaparecidos.

Cuando Marini recuperó la libertad, el 30 de marzo, Inés todavía estaba ahí. A él lo llevaron a hablar con una persona que parecía el jefe. “Era alguien muy, muy importante. Se notaba por el rigor que tenían todos los demás, era una persona muy rígida, un hombre muy puntilloso, no se oía una voz que no fuera la de él mientras hablaba; por debajo de la venda se le veían los zapatos lustrados, el pantalón a rayitas muy definidas, tenía un lenguaje muy propio, hablaba con mucha precisión.”

Un día y medio después de esa reunión, a Marini lo sacaron en un auto y lo dejaron en la Circunvalación de La Plata, a unas cinco cuadras de la comisaría 5ª. En ese momento escuchó lo de siempre, que el silencio es salud, que no dijera nada.

“Me dijo que mató a mis papás”

Victoria Montengro habló sobre la recuperación de su identidad y de su apropiador.

Contó cómo fue el proceso por el que comprendió que no había amor en el vínculo con su apropiador. “Nada bueno puede surgir de una relación enfermiza, del asesino de mis padres, él me dio el arma con la que los mató”, reveló.   

Dice que estar “en el ojo de la tormenta informativa” no la altera. “Estoy tranquila, en paz, porque creo que lo que hago es lo correcto, lo que tengo que hacer”, dice Victoria Montenegro, entre tímida y firme. El proceso de recuperación de su identidad le llevó una década, pero anteayer se animó a denunciar al fiscal de Casación Juan Martín Romero Victorica como cómplice del asesinato de sus padres. Tuvo coraje para contar que su apropiador, el represor Herman Tetzlaff, le confesó que él los mató y le entregó a ella el arma con la cual los había asesinado. “Hace dos años me llegó la verdad, una Navidad, cuando extrañé por primera vez a mi papá biológico, y pude separar al apropiador, dejar de defenderlo”, dijo.

“No fue fácil. Herman no sólo era el jefe del grupo de tareas, sino que es la persona que asesina a mis papás, y me lo cuenta cuando tenía 25 años, cuando aparecí. Me entero después de que la Justicia me da el resultado del ADN y se comprueba quiénes fueron mis padres biológicos. Fuimos a cenar, me dice que era una guerra, que ingresó a la casa y que habían abatido a los subversivos, que eran mis padres. Me dijo que lo había hecho por mí, que quería lo mejor para mí, y recuerdo que se lo agradecía, que le decía ‘papá quedate tranquilo que no tengo dudas de que fue así’, en ese momento, van a ser diez años”, contó Victoria Montenegro. Página/12 detalló el martes su testimonio en la causa sobre el plan sistemático para apropiarse de hijos de desaparecidos en el que denunció al fiscal Juan Martín Romero Victorica por complicidad con su el represor Tetzlaff (ver aparte). La joven amplió ayer en el programa de Víctor Hugo Morales cómo rompió con el cerco afectivo de sus apropiadores. “Durante mi infancia yo estuve enamorada de él, siempre lo quise muchísimo, era todo, era mi vida. Me llevó muchos años entender, para mí todos tenían la culpa menos él. Todos: las Abuelas, mis padres biológicos, la historia, todos. Pero cuando la verdad llega, se te cae el pañuelo y ya hay cosas que no se pueden seguir defendiendo. Y pude incorporar a mis papás, creo fue hace dos años, una Navidad, me acuerdo que por primera vez sentí que extrañaba a mi papá, mi papá Toti (Roque Montenegro). Ahí pude recién recuperar mi identidad y reconocerme como Victoria, antes yo me seguía presentando como María Sol Tetzlaff.”

“La identidad –explicó Victoria– no es sólo el ADN, son un montón de otras cosas que tenés que recuperar porque justamente la idea era devastar todo. (Tetzlaff) me dijo un día, ‘cuando te fuimos a buscar a la comisaría hicimos dos cuadras y tiramos toda tu ropa, para que no quede nada de tu pasado’. Y obviamente me formaron toda la vida para que no quede nada. Entonces te lleva tiempo acomodarlo, pero para eso están las Abuelas, otros nietos, mi familia biológica que es fabulosa y me ayudó mucho en todo esto.”

Victoria relató que hace unos años todavía justificaba al represor, pero que sus sentimientos fueron cambiando: “No lo puedo defender como antes, que decía que la apropiación era un acto de amor, que me habían criado con cariño. No sólo me apropió a mí, sino también a Horacito Pietragalla que es mi primo, nos criamos juntos porque se lo dio a la señora que trabajaba en casa, sé que participó de muchos operativos, sé que mató a mis padres. Me sigue generando contradicciones porque yo no odio a nadie, a él tampoco. Todavía no termino de procesar lo que realmente pasó, pero sé que no tiene justificación”.

El periodista le preguntó si acaso algo bueno pudo haber en esos años, porque su testimonio le suena transparente y sólido. “No, no. Lo bueno mío no lo hizo él, lo bueno mío lo tengo en la sangre y es de mis papás. Nada bueno puede surgir de una relación enfermiza, del asesino de mis padres, de hecho él me dio el arma con la que los mató y hasta hace poco tiempo yo la tenía en mi casa. Ahí no hay amor. Me la había dado para que la cuide porque cuando se lo llevaron detenido tenía que entregar el arma, el arma reglamentaria. Esa arma representa mis propias contradicciones. Ya no está más, ya se fue. Hay mucha perversión en todo esto. En una apropiación no hay amor. Mis abuelos se murieron buscándome. No me dieron la posibilidad de darles a mis abuelos la felicidad de verme.”

Victoria se enteró de que era hija de desaparecidos en el juzgado de Roberto Marquevich, y lo primero que dijo fue que era hija de la subversión. “Recuerdo haber acompañado a mi apropiador al juzgado y que el juez sacara de un cajón una carpeta y le dijo que las Abuelas ya estaban molestando pero que se quedara tranquilo que él ya lo estaba manejando. La causa pasó por seis jueces hasta que la tomó Marquevich. Hasta ese momento tenía todo controlado, pero ahí fue cuando Herman planteó que la situación no se podía controlar más porque era un juez montonero. Para mí Marquevich era el enemigo, pero hoy puedo decir que conmigo se portó excelente, ahora que entiendo lo que estaba haciendo. Entonces era el que me estaba robando a mi familia, ahora entiendo que fue él quien me ayudó a recuperar a mi familia, mi identidad y mi vida.”

En su relato hay un capítulo especial de reconocimiento a las Abuelas de Plaza de Mayo. “Si este golpe es duro para nosotros más duro es lo que pasaron las Abuelas, ellas pusieron su vida y su dolor y su cuerpo para que a nosotros no nos duela tanto. Son fuertes, arrancan con actividades a las 8 de la mañana y a veces son las 9 de la noche y siguen. Ellas nos obligan a ser fuertes. Uno lo que quiere es la verdad, y los 400 nietos, que son hermanos nuestros, que seguramente están encerrados en esta mentira de querer a quienes los criaron. Está bien, eso nadie lo puede cuestionar. Pero hay una verdad que es un abrazo, que te está esperando desde hace 35 años y tenés derecho a saberla.”

Hacia el final, habla de su valiosa y pequeña burbuja familiar que la contiene. “Mi compañero, y tres hijos, el mayor tiene 18 años, la primera vez que hizo por el 24 de marzo una actividad yo ya era Victoria legalmente, pero le hice escribir que en Argentina hubo un Proceso de Reorganización Nacional y que nuestros soldados entraron en guerra para buscar la paz. Mi hijo me mira y me dice ‘mamá, no es esto lo que me están pidiendo’. Y le dije ‘vos vas a escribir eso’. Es el día de hoy que me recuerda que yo lo quería llevar a la Sociedad Rural. Era otra época, no era yo. Y ellos me acompañaron. Tienen a su mamá y a su papá, a su mamá con un par de fallas (se ríe). Dije cosas terribles, defendí el terrorismo de Estado, defendí lo indefendible, les pido perdón porque yo creía en eso, no lo hice con maldad, nada más estaba equivocada.”

lunes, 25 de abril de 2011

Victoria Montenegro, hija de desaparecidos, declaró por primera vez contra su apropiador y contra el fiscal cómplice

Reveló así el rol de Romero Victorica
“El fiscal llamaba a casa y le daba información”

En la causa sobre el plan sistemático de apropiación de hijos de desaparecidos, Montenegro denunció que el fiscal de Casación Juan Martín Romero Victorica le filtraba información al coronel Herman Tetzlaff, su apropiador y asesino de su padre biológico.
Por Alejandra Dandan

Entró en la sala de audiencias sin pañuelo, convencida de que no le iba a hacer falta. Su apropiador se lo había dicho muchas veces: que no llorara, que ésa era una forma de mostrarse débil ante el enemigo. Victoria Montenegro ayer lloró, lloró mucho, acompañada por buena parte de la sala. Contó escenas de sus años de hija de desaparecidos apropiada por un coronel de Inteligencia del Ejército. Por primera vez en su vida declaró contra él y, de alguna manera, a favor de la recuperación de la historia de sus padres biológicos. En medio de ese relato denunció al fiscal de Casación Juan Martín Romero Victorica porque, mientras la Justicia investigaba a su apropiador, el fiscal filtraba información hasta veinte días antes. Al terminar la audiencia, en la causa sobre el plan sistemático para apropiar hijos de desaparecidos, el fiscal Martín Niklison pidió al Tribunal Oral Federal 6 que impulse una denuncia penal a Romero Victorica y envíe los datos al procurador general.

“Yo de Romero Victorica nunca dije nada y, pese a que tuve charlas en Abuelas, siempre me contuve –dijo Victoria–. Nunca dije nada porque estaba convencida de que soy una persona sumamente leal y que yo le debía lealtad a él, porque había ayudado a mi papá. Cuando hace poco me llamaron para declarar en una causa, me di cuenta de que a este señor no le debo nada, que en realidad no ayudó nunca. Que mi papá está desaparecido. Y que él hizo todo lo contrario: ayudó a que yo apareciera más tarde, y ahora tengo a mis abuelos muertos, a mi tía también muerta... Recién entonces pude darme cuenta de quién es esta persona.”

Romero Victorica era amigo de Herman Tetzlaff, el apropiador de Victoria. Ella ubicó esa relación desde antes de 1992. En ese momento, la Justicia reabrió una causa contra Tetzlaff y ordenó detenerlo. Romero Victorica, que en la familia era mencionado con un apodo, le puso tres abogados y en tres meses lo sacaron de la cárcel. Victoria dijo que eran abogados que ellos no estaban en condiciones de pagar. Y que luego le adelantó a su apropiador todos los avances de la causa: “El llamaba a casa y le daba información”, explicó. En una ocasión, para el momento de la primera detención de su apropiador, fue Victoria la que le atendió el teléfono. Ella lloraba: “El me dice que me quede tranquila y me pega dos gritos: me dice que llorando no se soluciona nada, que mi padre estaba orgulloso de mí, que yo debía contenerlo, que iba a salir, que él iba a poner a unos amigos para que lo sacaran... Ahí me entero de quién era esta persona”.
 
La historia
Victoria nació el 31 de enero de 1976. Sus padres eran Hilda Ramona Torres y Roque Orlando Montenegro, dos militantes de la JP primero y luego del ERP, salteños, una familia que escapaba del Operativo Independencia. Trece días después del nacimiento, un grupo de tareas entró en la casa donde vivían, en Boulogne. Tetzlaff era el jefe del operativo, un hombre que había sido jefe de los grupos de tareas de El Vesubio, jefe de Inteligencia y en algún momento encargado del arma de Comunicaciones en Campo de Mayo. Se apropió de Victoria seis meses después del operativo en el que –como le confesó más adelante– él mismo asesinó a su padre. ¿Usted vivió con otra identidad durante muchos años? –preguntó Niklison al comenzar la audiencia.

“Me llamaron María Sol Tetzlaff Eduartes, nacida el 28 de mayo del ’76 en Boulogne, San Isidro, como hija del coronel Herman Antonio Tetzlaff y de su esposa, María del Carmen Eduartes. Yo nunca tuve dudas de que no era María Sol, me decían que era hija de ellos”, explicó. ¿Qué versión le dieron? “Yo siempre tuve dudas, pero sobre el horario en el que había nacido. Lo que le preguntaba a mi apropiadora era la hora: sabía que el 29 de mayo era el Día del Ejército. Me decían que el 28 Herman tuvo un desfile militar en San Isidro, ella se descompone y yo nací en la Clínica del Sol.” ¿Cuándo aparecieron las dudas de que no sería hija de ellos? “Cuando tenía nueve años, calculo, llaman a Herman a un juzgado de Morón. Un día yo lo acompaño. Entro con él al despacho del juez y el juez pregunta si no era mejor que yo esperara afuera. El dijo que no. El juez saca del cajón una causa y le dice que las ‘viejas’ ya estaban empezando a molestar. Que se quedara tranquilo, que el encargado de todo esto era otro colega, pero que tomara conocimiento de que estaba pasando esto.”

Eso sucedió alrededor de 1989. Victoria no se acuerda del nombre del juez, pero sabe que en ese momento empezó la causa a Tetzlaff. “Hasta entonces, yo lo que sabía era que en Argentina hubo una guerra, en ese momento yo consideraba a Herman como mi papá, para mí la subversión se estaba vengando de ellos que habían sido soldados; que los desaparecidos eran mentira. Pensaba que no eran personas físicas, sino un invento de las Abuelas.”

Cada vez que aparecía en TV algo que no cerraba con ese relato, Tetzlaff la sentaba a adoctrinarla. Le dijo que lo primero que hacía la subversión era dañar a la familia, núcleo vital de una sociedad sana. Que las Abuelas instaban las dudas para crear miedo. “Por eso para mí eran todas unas mentiras: yo era hija de él y estaba convencida de que todo era un invento.”

Tetzlaff era enorme: medía dos metros y pesaba 145 kilos. Era rubio como su mujer, descendientes de alemanes. Vivían rodeados de policías y de militares en los monoblocks de Villa Lugano, que recién se habían construido, dijo Victoria. El departamento solía estar lleno de banderas. Tetzlaff hablaba de la causa: “La causa no sé qué era exactamente, pero era una bandera celeste y blanca; ellos eran los buenos, había una causa nacional; era el olor a cuero, las botas, la familia cristiana, la misa, cenar afuera porque Mary no cocinaba, para mí ésa era la familia: los restaurantes llenos y Herman que terminaba las conversaciones con la 45 arriba de la mesa diciendo: ‘Yo siempre tengo razón, y más cuando no la tengo’”.
 
Victorica
Entre los amigos de Tetzlaff estaban Leopoldo Galtieri, Guillermo Suárez Mason y Omar Riveros. Con la democracia, a Tetzlaff lo ascendieron de teniente coronel a coronel, lo mandaron a Paraná como juez de instrucción militar para alejarlo por las causas que empezaban a ventilarse en Buenos Aires. Cuando Victoria cumplió 15 años, lo detuvieron por primera vez: entonces apareció Romero Victorica.

“Herman estaba muy nervioso. Un día me llama y me plantea que ya había una causa que había tomado (Roberto) Marquevich, que era un juez montonero, que estaban las Abuelas de por medio, que lo más probable era que me sacaran sangre para compararla con el Banco Genético que en realidad lo manejaban las Abuelas.” En ese momento, también le dijo que seguro iban a decirle que era “hija de la subversión, así es que seguramente después vengan y te saquen de casa. Yo decía mientras tanto que no: que diera lo que diera, me iba a quedar con él; él me lo agradeció y que me dijo que no esperaba otra cosa de mí”.

Para entonces, Tetzlaff tenía a su “amigo en Comodoro Py” que le pasaba todos los datos, dijo ella. Cuando Marquevich, que era juez de San Isidro, la llamó para sacarse sangre, Tetzlaff la acompañó al Banco Genético. Poco después, le anunciaron la primera parte de lo esperado: que no era hija de quienes hasta ese momento suponía sus padres. “Me dijeron que en un 99 por ciento yo no era hija de ellos, pero yo dije que me quedaba con ese uno por ciento, porque sí era hija de ellos. Les decía que eran todos unos subversivos, porque pensaba que era hija de ellos.”

En el camino, Tetzlaff quedó detenido. Romero Victorica puso a sus amigos abogados que, según el relato, le debían un favor. Uno de ellos era un sobrino suyo de apellido Romero Victorica y otro Martín Anzoátegui, juez federal durante la dictadura, que ordenó en 1981 allanamientos a los organismos de derechos humanos. “Lo sacaron a Herman a los tres meses de Caseros, entró en diciembre y salió en abril para la Pascua”, recordó ella.

Mientras tanto, Marquevich seguía buscando la identidad. Un día le pidió más sangre para compararla con otras muestras, pero ella se negó para frenar la causa. Un mes y medio después, su apropiador, que ya sabía lo que estaba pasando, le avisó que la iban a llamar de la Cámara de Casación de San Martín. Ella entró a entrevistarse con los jueces sabiendo que había tres, “uno subversivo y montonero y dos de los nuestros”, dijo. Después de entrevistarla, la Cámara sacó un fallo aceptando que no se sacara sangre, un fallo que nutrió más adelante la resolución de Evelyn Vásquez, que terminó confirmada por la Corte Suprema de Nación.

Victoria le avisó Tetzlaff: “Me acuerdo que Herman me esperaba en una parrilla cerca –dijo–, y yo fui y le llevé el fallo. Me felicitó: ‘Muy bien, m’hija’, me dijo. Se lo di y me acuerdo que cuando me senté creo que fue el comienzo del momento de empezar a hacerme cargo de la otra historia. Pensé: ahora soné si alguna vez quiero saber algo”.

Finalmente, no hizo falta una nueva muestra. Con los nuevos métodos, el juzgado hizo el cruce. Marquevich la llamó un día para decirle cuál era su familia: “Me agarró terror –dijo ella–, porque era hija de la subversión, ése fue el primer miedo”. Cuando su apropiador estaba enfermo o ya había fallecido, ella entró al despacho de Romero Victorica en Comodoro Py. Iba a preguntarle cómo hacer con su nuevo documento porque no lo quería. “¡Si lo habré tenido al gordo acá sentado horas!”, contó que le dijo el fiscal.
 
El complot contra el juez
Un día, Martín Anzoátegui y otro de los abogados que le había asignado Juan Martín Romero Victorica llamaron a Victoria para proponerle un complot contra el juez Roberto Marquevich. “Para destruir al joven Marquevich”, le dijeron, según contó ella. “Creo que fue cuando el juez ordenó la detención de la señora (Ernestina Herrera) de Noble –dijo Victoria–: decían que había pasado todos los límites.” La propuesta consistía en denunciar al magistrado. Tiempo antes, Marquevich se había enojado con ella porque se negaba a leer el expediente con la historia de sus padres. Le preguntó si sabía leer y le gritó que leyera. Victoria salió del despacho diciendo le habían gritado. Y los abogados ahora pretendían montarse a esa situación: “Querían que yo saliera a los medios a decir que había sido víctima de malos tratos de parte del juez y ellos me iban a ayudar para agrandar esa situación”, dijo. “El tema era que si corríamos a Marquevich de la causa se paraba el expediente y papá además zafaba de ir preso.” En ese contexto, Victoria agregó un detalle: ella aceptó hacer la denuncia para la que los abogados aseguraban contar con todos los medios, pero finalmente no avanzaron porque, al parecer, la vieron muy temerosa. Marquevich fue destituido, pero Victoria recordó que entre las causales de la destitución se mencionaba a su apropiadora: al juez lo acusaron de darle a ella prisión domiciliaria y a la dueña de Clarín, no.
 
Golpes, gritos y amenazas
Después de nacer, Victoria estuvo de enero a mayo del ’76 en la comisaría de San Martín, al cuidado de unas monjas. Con ella había otros seis bebés, supo por su apropiador. Las monjas los tenían al parecer durante un plazo perentorio: si no los entregaban en los primeros meses, eran enviados a Casa Cuna. Tetzlaff convenció a su mujer de recoger a la niña cuando se acercaba ese límite. Se llevó otro bebé para Lina, su empleada doméstica. Y él mismo decía que los otros se los llevaron hombres de Lugano. Cuando tenía unos cinco o seis años, ella rompió una taza de porcelana de la apropiadora: “Mary me empieza a pegar, y me dice que me devolvía a las monjas. Cuando llega Herman, él le dijo que ya no podían hacerlo, así que después yo le pido perdón, ella me perdona y me dice que por esta vez me quedo en casa”. Cuando creció, no podía escuchar música porque era subversiva. Su hermana más grande –hija biológica del matrimonio– solía hacerlo pero sin que supiera el padre. “Una vez puso la ‘Marcha de la Bronca’, la apagó y cuando salimos todos en el auto yo me pongo a cantar, porque era pegadiza... No llegué a decir uno, dos y me comí un cachetazo de Herman, que me cimbró la nuca”, contó. “Mary puso música en la radio, Luis Miguel o algo así y me dijo: ‘Vos tenés que escuchar esta música y no música subversiva’.” Otra vez, cuando la película La historia oficial ganó el Oscar, su apropiadora sacó la bandera por la ventana para festejar. ¡Vamos Argentina!, decía. “Cuando llegó Herman –dijo Victoria– va al dormitorio y le dice: ¿qué hacés? Ella le responde que habíamos ganado el Oscar y él le dice: ¿pero no entendés nada?"

domingo, 24 de abril de 2011

Confirman la prisión preventiva de un imputado por robo de bebés

Lo resolvió la Cámara Federal porteña. Se trata de Edgardo Otero, quien era uno de los jefes de la ESMA durante el último gobierno de facto. Se lo acusa de haber sustraído a la hija de una detenida para entregársela a un suboficial de la Prefectura Naval

La Sala II de la Cámara Nacional en lo Criminal y Correccional Federal confirmó la prisión preventiva de Edgardo Aroldo Otero, quien fuera director de la ESMA en el año 1980 y se encuentra procesado por el delito de sustracción, ocultación y retención de un menor de diez años.

En la resolución se indica que "no es la primera vez que esta Cámara debe intervenir en hechos vinculados con nacimientos clandestinos ocurridos durante el último gobierno de facto. Tal como se dijo en alguna de esas oportunidades, 'A esta altura de los acontecimientos se encuentra debidamente acreditada la existencia de un plan sistemático llevado a cabo en el mencionado centro clandestino de detención (ESMA) donde se perpetraron sustracciones de menores acaecidas en un marco fáctico de privación ilegal de la libertad de sus padres, donde fueron sometidos a torturas y tratos degradantes, permaneciendo hasta la fecha como 'detenidos desaparecidos', todo ello bajo el amparo de la utilización del aparato del poder estatal".

Agrega que "se ha sostenido también que en la Escuela Mecánica de la Armada 'paralelamente con el centro clandestino de detención montado para alojar a los secuestrados, funcionó una maternidad ilegal en la cual dieron a luz numerosas mujeres que se encontraban privadas de su libertad. Para ello, en el tercer piso -lugar en que funcionaba el Casino de Oficiales- se acondicionó una habitación para atender los partos, que contaba con todos los elementos necesarios y personal médico. No todas las mujeres embarazadas atendidas se encontraban detenidas en ese lugar originariamente, sino que también pudo probarse que allí se trasladaron mujeres secuestradas que provenían de otros centros clandestinos de detención".

En el marco descrito, señala, “nos encontramos ante un grado de conocimiento que permite afirmar que han existido órdenes secretas impartidas por los ex comandantes de las Fuerzas Armadas para que se sustrajera violentamente a los menores para que fueran entregados a matrimonios vinculados con las fuerzas de seguridad”.

En este contexto, indica, "Otero, en tanto jefe del citado centro clandestino de detención, formó parte de ese plan integral y coadyuvó en el cumplimiento de tales órdenes. En esta línea de pensamiento, el nombrado no podía desconocer lo que ocurría en esa dependencia naval directamente bajo su mando".

"Sobre la base de tal razonamiento es que cabe concluir que siendo Otero Director de la Escuela Mecánica de la Armada, desde el 28 de enero hasta el 19 de diciembre de 1980, período en el que tuvo lugar allí el nacimiento de quien fue fraudulentamente inscripta como Carla Silvina Valeria Azic, dada a luz por la detenida desaparecida Silvia Dameri y luego separada de ella y entregada al entonces suboficial de la Prefectura Naval Juan Antonio Azic, el nombrado no ha sido ajeno al hecho", afirma.

martes, 19 de abril de 2011

Un nieto recuperado afirmó que "el robo de bebés obedeció a un plan determinado"

CARLOS LEONARDO FOSSATI, QUIEN NACIO EN LA COMISARIA QUINTA DE LA PLATA, DIO AYER SU TESTIMONIO
“Restituí mi identidad y la de mi hijo”

En el juicio por el plan sistemático de robo de bebés, el hijo de Inés Beatriz Ortega contó que nació durante el cautiverio de su madre y fue entregado a un matrimonio que lo crió “de buena fe”. A los 28 años recuperó su identidad.
Por Alejandra Dandan

Leonardo Fossati vivió durante toda la vida en un radio no mayor a las diez cuadras de la comisaría quinta de La Plata, el centro clandestino donde nació él, donde estuvieron secuestrados sus padres, datos que recién conoció a los 28 años. “Es paradójico –dijo–: mi familia paterna también vivió muchos años muy cerca, a cinco o seis cuadras y yo iba a jugar a la misma plaza donde mi familia iba a tomar mate.”

Carlos Leonardo Fossati nació en la cocina de la comisaría quinta de La Plata, después de un día de trabajo de parto. Su madre estaba secuestrada desde el 21 de enero de 1977; se la habían llevado de Quilmes con siete meses de embarazo. A Inés Beatriz Ortega le decían Inecita porque en los grupos en los que estaba solía ser la más chica, tenía 17 años, era estudiante secundaria, militaba en la UES. Su padre tenía su mismo nombre, le decían La Chancha porque siempre fue ancho y petiso. Era estudiante de Historia, militante de Montoneros, y el día del secuestro iba al mismo bar con su madre. A los dos se los llevaron a la comisaría quinta. Leonardo supo muchos años después que el baño del centro de exterminio tenía una ventanita por la que sus padres algunas veces se comunicaron. Que su padre siguió así el embarazo. Y festejó a los abrazos con sus compañeros el día que escucharon su llanto.

“Yo nací el 12 de marzo de 1977 en ese centro clandestino de detención estando mi mamá atada de pies y de manos ante las personas que la tenían secuestrada y que en ese mismo momento la insultaban”, dijo Leonardo de corrido apenas empezó a hablar. Se sentó en la audiencia de los Tribunales de Retiro, durante el juicio por el Plan Sistemático de Robo de Bebés. Apenas había empezado cuando un defensor interrumpió:

–¿No es que los testigos deben hablar de cosas que hayan conocido a través de sus sentidos? –le inquirió a la presidenta del Tribunal Oral Federal 6 María del Carmen Roqueta que lo paró y le dijo sencillamente que iban a dejar hablar al testigo. “¿Entonces, ¡vamos a escuchar todo!?”, insistió el abogado. “Sí doctor –dijo ella–, vamos a escuchar todo.”
Leonardo siguió adelante

“Lo que sé lo sé porque una de las sobrevivientes, Adriana Calvo, participó y ayudó en el trabajo de parto de mi mamá en la celda.” Adriana estaba secuestrada, y un día antes del parto empezó a llamar a los guardias para pedirles un médico porque el niño iba a nacer. “Fue en ese momento que la llevaron a la cocina –dijo Leonardo–. Y una vez que nací la llevaron conmigo a la celda donde estuvimos aproximadamente entre uno o dos días hasta que uno de los guardias entró diciéndole a mi madre que ‘el coronel me quería conocer’ y a partir de ese momento nos separaron para siempre no sabiendo mi mamá a dónde me iban a llevar, ésas fueron las circunstancias de mi nacimiento, digamos.”

Leonardo trazó su historia organizada desde el principio hasta el presente en el sentido perfectamente inverso al que la conoció 28 años más tarde.

“El 20 de marzo a mí me anota como hijo propio la familia que me crió”, dijo. Y subrayó la idea de que también los habían engañado a ellos. La familia estaba intentando adoptar a un niño. Ese 20 de marzo supieron a través de una compañera de trabajo que una partera de La Plata tenía en su casa a un varón. Había nacido supuestamente ese día, y les dijo que era hijo de una estudiante cordobesa que había llegado a La Plata. “Obviamente que no fue una adopción con todos los trámites de la ley, pero sí fue de buena fe. A partir de ahí me criaron”, explicó.

Leonardo no supo que había sido adoptado. Pero toda la vida dudó de su identidad. Había cosas tangibles que lo hacían sospechar como los parecidos físicos. No era ni como los supuestos padres, ni como la hermana, nacida en el ’72, también adoptada. Esos padres tenían la edad de los abuelos de sus compañeros de escuela. En la casa había fotos de cuando eran niños pero no de los embarazos. “O había otras muchas sensaciones –dijo él– que son muy difíciles de explicar pero que me acompañaron durante toda mi vida.”

En 2004 se acercó a Abuelas con buena parte de esas dudas presentes. Algo había cambiado cuando nació su hijo. “Es un momento en el que las cosas internas empiezan a cambiar y entre ellas estaba mi origen y mi identidad, creía que era importante conocer la verdad y entonces me acerqué a una tía de crianza para preguntar.” Por ese camino, conoció la historia de la partera y la estudiante y habló con quienes aparecían como sus padres. Tiempo después llegó a Abuelas. “Me acerqué pensando que bueno, yo había nacido en el año ’77 en La Plata, una de las ciudades más castigadas por la dictadura militar, no tenía muchos más datos, sabía que me podían dar una mano y ayudarme aunque –dijo– tenía muy pocas expectativas sobre mi origen.”

Leonardo dudaba. No creía que pudiera ser hijo de desaparecidos. “Siempre asocié a los jóvenes con una identidad falsa a las familias que pertenecían a las fuerzas militares, los poquitos casos que conocía generalmente eran así. Como ése no era mi caso –explicó– creía que no tenía ese origen. En agosto de 2005 pude conocer la verdad y saber quién soy, quiénes son mis padres, que mi familia me estuvo buscando 28 años.” Y dijo: “Pude restituir mi identidad y a su vez a mi hijo y para mí eso fue fundamental en mi vida y es fundamental en la vida”.

Desde entonces, viene conociendo la historia de sus padres. Del centro clandestino. Intentó recuperar eso que los nietos esperan encontrar cuando saben la verdad: el tiempo perdido. Pero eso, dijo Leonardo, es algo que no se recupera nunca. “Y es por eso que estoy acá –explicó–: para dar mi testimonio y para demostrar que esto fue verdad, no fue al azar y que fue un plan que estuvo premeditado y en el cual toda mi familia, al igual que el resto de las familias, fueron víctimas y seguimos siendo víctimas porque mis papás siguen desaparecidos y yo los sigo buscando.”

En el piso de arriba, casi vacío, un policía estaba de pie petrificado, escuchando. Abajo estaban sentados los integrantes de los organismos de derechos humanos y entre ellos hijos de desaparecidos y nietos recuperados. Horas antes de empezar Leonardo se encontró por primera vez con uno de los compañeros de su padre, una de las personas que acaba de conocer entre esos datos que sigue buscando. En estos años supo que su madre tenía una hermana gemela. Que ella quedó embarazada el mismo mes, que después del secuestro de Inés pasó a la clandestinidad y se exilió en Suecia. Que la familia de su padre siempre vivió a unas cuatro o cinco cuadras de su casa. Que la comisaría quinta estaba a la misma distancia. Que la partera permaneció siempre también ahí.

“Para mí es muy importante estar acá”, dijo al final de la audiencia. “A mi familia le arruinaron la vida, este último terrorismo de Estado les quitó a sus seres más queridos y los que quedaron vivos algunos sufrieron torturas físicas, pero otros las torturas de las pérdidas y de la incertidumbre durante muchísimos años y el hecho de que hasta hoy en muchos casos no haya habido justicia para mí es algo increíble.” Por eso agregó que esto, que el juicio, lo que significa para él es entre otras cosas la posibilidad de volver a creer en la Justicia. Que esto es además no sólo su problema, sino que es un problema de todos.

“Quedate y controlá las contracciones”

En La Cacha, los represores ponían a otras secuestradas a asistir a las embarazadas.  
En el juicio por el plan sistemático de robo de bebés, Patricia María Perez Catán contó que ella estudiaba Medicina, la habían secuestrado en Mar del Plata, la trasladaron y la pusieron a controlar el parto de la madre de los mellizos Reggiardo Tolosa.
Por Alejandra Dandan

Patricia María Perez Catán estuvo en La Cacha en 1977. Era estudiante de Medicina y la habían secuestrado en Mar del Plata el 31 de enero de ese año. Pasó por La Cueva, el centro clandestino de la Base Aérea de su ciudad y luego llegó a ese otro campo de exterminio de las cercanías de La Plata, donde estuvo con tres embarazadas. 1977 es el año con menor cantidad de sobrevivientes entre las embarazadas de ese centro de exterminio. A Patricia la pusieron a controlar las contracciones de la madre de los mellizos Reggiardo Tolosa una hora antes del parto con el reloj de uno de los guardias. “Como no querían golpearla en la panza –explicó en la audiencia de ayer–, una vez vi cómo le dejaron las rodillas, golpeadas, terriblemente hinchadas porque le habían preservado el vientre, eso fue un tiempo antes de que empezara su trabajo de parto.”

Patricia María Perez Catán ahora es médica. Se sentó ayer en la sala de audiencias de Comodoro Py, donde se lleva adelante el juicio por el plan sistemático de robo de bebés, con un papel en la mano en el que aparecían algunos nombres, recuerdos de su declaración de 1985, en la que escribió entre otras cosas una poesía dedicada a su hermano Jorge Enrique, secuestrado con ella en enero de 1977 en Mar del Plata, de quien llegó a despedirse unos minutos en La Cueva, y quien está aún desaparecido.

Como a otros tres testigos de la jornada, el Tribunal Oral Federal 6 la convocó para declarar sobre un caso en particular: el de la Negrita María Elena Corvalán, la madre de María Natalia Suárez Nelson Corvalán, una de las nietas restituidas en 2006 por Abuelas de Plaza de Mayo que es, además, uno de los 35 expedientes ventilados durante este juicio. Su madre, María Elena, estuvo en La Cacha desde su secuestro el 8 de junio de 1977 en La Plata, durante un operativo en el que mataron a su compañero, Mario César Suárez Nelson. Ella estaba embarazada, con unos siete meses de gestación.

Patricia la vio poco. La Negrita estaba muy embarazada, explicó. “La veía en los momentos en los que la dejaban caminar por el avanzado estado de gravidez que tenía, sin embargo no hablamos mucho”, dijo porque estaban alojadas en distintos niveles del centro. Esos encuentros sucedieron en el mes de junio, poco antes de que a Patricia se la llevaran a la comisaría octava de La Plata antes de darle la libertad. Hasta entonces, sin embargo, había tenido contacto con otras dos mujeres embarazadas, nombres que no son parte del juicio, pero sobre quienes ella se detuvo a recordar algunos detalles y sobre quienes los jueces del TOF 6 y la fiscalía preguntó y pidió detalles. Una de esas mujeres era “la señora de Torrillas” (Elsa Mattía), a la que secuestraron con su pareja y que permaneció ahí sólo unos días. La otra era Machocha, o María Tolosa de Reggiardo.

Como Patricia era estudiante de Medicina, los guardias la llevaban cada tanto al camastro o el colchón de algún prisionero para hacer alguna curación. En La Cacha no había médicos, ni controles habituales, tampoco para las embarazadas, y cuando alguien estaba grave se lo llevaban a otro lado, dijo la mujer. En ese contexto, la ubicaron con Machocha. Después de varios encuentros, incluso de aquel en el que Patricia se había encontrado con sus rodillas deformadas, como recordó ayer volviendo a llorar, un guardia la puso a su lado cuando empezaron las contracciones. “El guardia me dio el reloj –dijo ella– y me dijo: ‘Quedate acá al lado y controlale las contracciones’. Y bueno, yo le controlaba la frecuencia de las contracciones hasta que en un momento dado se acercó el guardia para preguntarme:

–¿Cuánto puede tardar en parir?

–No sé, no tengo idea: pero hay que atenderla urgente...

Y bueno, a la hora se la llevaron. Con ella estuve hasta que se la llevaron.” El fiscal Martín Niklison le preguntó a Patricia si volvió a ver a Machocha después de esa vez, ella dijo que nunca. Sólo recordó al mismo guardia que entró corriendo después de un tiempo para decir que Machocha había tenido mellizos.

La Cacha es sólo uno de los centros clandestinos que se revisan en el marco del Juicio por el Plan Sistemático, sin embargo es el lugar que más ocupó las últimas audiencias. De los 35 expedientes, dos pertenecen a embarazadas secuestradas en ese lugar. Uno es La Negrita Corvalán y el otro Laura Carlotto, la hija de la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo que estuvo secuestrada más tarde y de cuyo caso se habló en las primeras audiencias. Pese a que esas son el universo de mujeres investigadas, la fiscalía y el TOF presidido por María del Carmen Roqueta parecen aprovechar el paso de los testigos para recoger los datos que aparecen entre ellos. A Patricia María Pérez Catán le preguntaron detalles sobre las otras dos mujeres embarazadas que mencionó, y lo mismo sucedió con los otros dos testigos.

Uno de ellos fue Raúl Guillermo Elizalde, secuestrado en La Plata el 17 de mayo de 1977 y prisionero de La Cacha. Elizalde declaró poco después de Patricia. Explicó que escuchó en el equipo de radio el momento en el que se hacía el operativo de secuestro de la Negrita Corvalán. “¿Quiere decir que usted escuchó ese operativo?”, preguntó Niklison sorprendido. Y Elizalde explicó que la Negrita Corvalán era la persona que ubicaron al lado de él, engrillada, poco después del operativo. “Yo estaba con una bolsa de yerba de arpillera en los ojos porque había tanta gente que me pusieron eso”, dijo él. Mientras tanto, permaneció con ella hasta el momento del parto, durante el cual ella se despidió de sus compañeros dejándoles una carta.

Cuando llegó a La Cacha, la Negrita no sabía qué había pasado con su compañero. Así lo dijo Héctor Quintero poco más tarde. Quintero también estuvo en La Cacha: “A ella la trajeron mientras yo estaba en la planta alta”, explicó. “La pusieron al lado mío, esa fue la primera oportunidad que tuve contacto con ella y estaba embarazada, en realidad con un estado bastante avanzado, cosa que pude comprobar porque estaba cerca.” En ese momento, “recién había ocurrido el operativo o algo así y se le acercó un guardia y le relató que su pareja había sido abatido en ese operativo, que había habido un fuerte combate... Obviamente, ella estaba muy mal y preocupada por su estado y su situación, y me pareció en su momento que eso era una versión deleznable, que en esas circunstancias una referencia de esas características... pero bueno –dijo después–, ahí los límites no existían”.

De acuerdo con los datos de Abuelas, La Negrita tuvo a una bebé en uno de los pabellones del penal de Olmos que funcionaba como maternidad clandestina. En diciembre del año pasado, la Justicia de La Plata condenó a sus apropiadores a diez años de prisión. Ellos son el capitán de la Marina Juan Carlos Herzberg, que actuó como entregador, y Omar Alonso, un comerciante de La Plata que fue quien se la quedó.

jueves, 14 de abril de 2011

“Las asesinaron y les robaron los hijos”

 María Laura Bretal sobreviviente del CCD "La Cacha"

Habló de los partos y el secuestro de los niños de Laura Carlotto y de otra detenida, a la que identificó como “Rosita”. Dijo que el plan sistemático de apropiación de bebés fue planificado por las Fuerzas Armadas como colectivo.
Por Alejandra Dandan

“La Cacha era por la Cachavacha, la bruja que hacía desaparecer a los niños y eso era parte de las verdugueadas que nos hacían a las que estábamos embarazadas ahí, jugaban con eso, nos decían: ‘Ahora le vas a contar el cuentito de la Cachavacha cuando tengas a tu hijo’”, contó María Laura Bretal.

Apenas se sentó, al comenzar una nueva audiencia del juicio por el plan sistemático de apropiación de bebés, esa mujer, socióloga, que ahora tiene 58 años, miró el lugar donde deberían estar sentados los acusados. “Tengo conocimiento de los imputados –dijo–, pero no veo que estén presentes, me parecería interesante que estuvieran, para que se les refresque la memoria, para poder recordar el aberrante plan sistemático del robo de niños.” La presidenta del Tribunal Oral Federal 6, María del Carmen Roqueta, le explicó amigablemente que es un derecho de ellos no estar ahí. “Es un deseo, nomás”, dijo María Laura. “Me gustaría verles la cara como ellos nos habían visto a nosotros.”

María Laura fue convocada a declarar en el marco de la investigación de uno de los 35 casos del juicio, el del hijo de Laura Carlotto, el nieto de la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, que estuvo detenida con ella en ese centro clandestino de detención de los alrededores de La Plata. María Laura fue secuestrada el 3 de mayo de 1978 en Ensenada con su hija de tres años y embarazada de cuatro meses. La secuestró un grupo de tareas integrado por la Policía Bonaerense y fuerzas del SIE (Servicio de Inteligencia del Ejército), al que identificó como una de las cinco fuerzas que operaban dentro del campo de exterminio y la misma fuerza a la que le adjudicó la posesión de Laura. Durante el trayecto, a su hija la cambiaron de auto. Después supo que esa noche la llevaron a su casa. “Obviamente se quedaron con las llaves, robaron. La nena se quedó dormida y al otro día avisaron a la madrugada a mi abuela diciéndole que la nena se había quedado sola en la casa porque yo me había ido a combatir con la guerrilla a Tucumán: así la había abandonado a mi hija.”
La Cacha

María Laura pasó una semana en el área destinada a las torturas. Permaneció en el centro clandestino desde el 3 de mayo hasta el 22 de agosto, cuando la liberaron. Estuvo quince días en las cuevas, descompuesta, con muchos vómitos y muy deteriorada. “Estaba engrillada, encadenada, un día me ataban los pies, al otro día me ataban las manos, siempre encapuchada.” A pedido de sus compañeros, pasó una semana en lo que llamaban el área de las embarazadas, un espacio con camas donde conoció a dos de ellas: Laura Carlotto o Rita y Rosita.

“Rita era una persona muy difícil de confundir: era hermosísima, morocha, alta, con el pelo largo, unos ojos inconfundibles, una mirada muy fuerte, y estaba destabicada porque hacía siete meses que ya estaba ahí. Así que yo a Laura ya la veo con un bombo de siete meses y estaba Rosita, que no supe quién era hasta hace muy poco que la reconocí en una foto, lamentablemente no es caso en este juicio pero ellas dos parieron adentro, las dos tuvieron a sus hijos varones, a las dos las asesinaron después y les robaron el hijo.”

Rosita tenía tres hijas. Con María Laura empezaron a enseñarle el jadeo a Laura y las cosas del preparto. Laura había tenido uno o dos embarazos antes, los había perdido y le resultaba muy raro, dijo, “que en esas situaciones infrahumanas en las que permanecíamos el embarazo podía llegar a término”.

Laura le contó que había sido secuestrado con su compañero, Chiquito; que ya habían secuestrado a su padre; que ellos militaban en la JUP, estudiaban historia y que a Chiquito lo habían fusilado un día después de llegar al centro clandestino. También le dijo que si su hijo nacía varón iba a llevar el nombre de Guido, su padre.

Para junio, Rosita, la otra embarazada, empezó el trabajo de parto. “Estaba casi postrada, estaba muy agotada así que casi no se movía, apenas iba al baño. Tiene su parto para el 18 o 19 de junio y la trasladan a la Unidad 8 de Olmos, porque al día siguiente uno de los guardias dice que había tenido un varón y, obvio, dijo lo que nos decían de todos: que la dejaron en libertad y que no habían tenido tiempo de comprarle el ajuar por lo rápido que fue el parto.” Nunca más nadie supo de Rosita y de su hijo, pero a partir de ese momento su partida se convirtió en una presión más para las embarazadas.

El 26 de junio, Laura empezó con contracciones y empezó a los gritos, un día que María Laura cree estar convencida de que era sábado: “El bebé nació el 26 de junio, pudimos sacar la fecha haciendo cuentas porque nosotros gritábamos que no pasara lo que le había pasado a Rita, que prácticamente lo tuvo ahí en La Cacha, porque los guardias habían estado tomando y no nos hacían caso y no tenían apuro por sacarla”.

En esas condiciones, empezaron a pedir temprano que la sacaran. Se la llevaron, uno o dos días después uno de los guardias del Ejército al que nombró como El Viejo Donoto, que era de los que más hablaban y más tomaban, les dijo que ya había tenido a su hijo. “Me olvidaba de que unas semanas antes –explicó– vino el que era como administrador en La Cacha y nos mostró el ajuar todo blanco que le habían comprado, que también era una forma de tortura psicológica para mí, que era la próxima.”

Diez días mas tarde volvieron a ver a Laura en La Cacha. Para entonces estaba confinada en el espacio llamado la Casita y sin su hijo. En esa ocasión, le dijo a María Laura que creía haber estado en un hospital militar porque había guardias armadas. La habían puesto en una habitación sola, tabicada, y había dado a luz engrillada. Que el parto fue normal, que había tenido un varón, que se lo dejaron de tres a cinco horas y que después ya no se acordaba más nada porque le habían dado una inyección. “Ella pensaba que era el hospital militar central, pero la verdad es que en ese momento no teníamos idea de lo que pasaba con las maternidades clandestinas”, indicó.
La salida

María Laura salió de La Cacha tres días antes del 26 de agosto, el día en que Estela Carlotto recibió el cuerpo asesinado de su hija. Cuando dejó el centro, Laura Carlotto todavía estaba ahí. Antes de irse, la habían escuchado gritar desesperadamente que estaba convencida de que la iban a matar, de que le habían quitado a su hijo.

María Laura fue liberada después del Mundial de Fútbol. Con ella salió otra secuestrada, Norma Akin, que entró cuando estaba de seis meses. María Laura explicó que las embarazadas del ’77 terminaron con los hijos apropiados, y lo mismo sucedió con las dos que compartieron 1978 con ella. Ella tuvo a su hijo en septiembre. Norma Akin también lo tuvo después de quedar liberada. En ambos casos, los apropiadores siguieron vigilándolas afuera. Cuando uno de los jueces le preguntó si creía que había alguna relación entre las fuerzas que operaban dentro del centro de exterminio y lo que sucedió con esos niños, ella dijo que las Fuerzas Armadas operaban como un colectivo, que el plan sistemático estuvo planificado por ese colectivo.

“¿Quiere decir algo más?”, le preguntó Roqueta al final. “Que me hubiese gustado que estuviesen imputados los ejecutores del plan sistemático, no sólo los ideólogos; que es muy importante que estén, (Reynaldo) Bignone en especial. Que hay que continuar estos juicios para encontrar a los culpables, cómplices y civiles que participaron, tanto médicos como jueces como la jerarquía de la Iglesia.”

domingo, 10 de abril de 2011

La carta delatora : la historia de la nieta 103

Por Juan Carlos Tizziani
Desde Santa Fe

Los análisis genéticos demostraron esta semana que María Pía Josefina Kerz es la hija de Cecilia Barral y Ricardo Klotzman, dos militantes desaparecidos el 2 de agosto de 1976, en Rosario. Ellos tenían 24 años. Y ella apenas cinco días cuando un grupo de tareas la entregó a una familia de la ciudad de Santa Fe con un biberón, un kilo de leche en polvo y dos cartas. Una es la confesión del crimen de sus padres: “La niña proviene de una familia que ya no existe. Nadie la reclamará nunca, debido a que no está inscripta en ningún lado. Dios valorará lo que ustedes hagan por ella.

Era el 21 de agosto de 1976, sábado, casi a las nueve de la mañana, cuando un Ford Falcon verde clarito estacionó frente a la casa de los Kerz, a cien metros de la Legislatura de Santa Fe y a trescientos de la Casa Gris y el Palacio de Tribunales. A bordo, llegaron tres hombres jóvenes: uno de ellos bajó, entró al living sin golpear y dejó a la recién nacida. “Esto es para usted”, le dijo a la dueña de casa, Mirta Ovidi de Kerz, que estaba en la puerta, como esperando. Su marido, Serafín Kerz, había salido temprano. Afuera, otro de los individuos amenazó con un revólver al vecino de al lado, Francisco Caminos, y lo obligó a encerrarse en su casa, aunque antes vio que arriba del auto también había armas largas. Caminos obedeció y los visitantes se fueron. A la semana, los Kerz lograron una guarda y, al año siguiente, la adopción, por consejos de la secretaria del Juzgado de Menores de Santa Fe, Margarita Stella Mayoraz, con quien “tenían trato frecuente” y solían verse en la Catedral Metropolitana, después de misa.

Antes de su fallecimiento, Mayoraz tuvo que declarar dos veces, en 2002 y 2004, en otra causa por sustracción de identidad de otra menor, hija de desaparecidos, en que le preguntaron si el Juzgado de Menores había investigado el origen de María Pía. Y ella soltó su confesión: “No, nunca lo investigamos”, dijo.

Media hora después de que le dejaran a la nena, la señora de Kerz llamó a la policía. Desde la Seccional Primera enviaron dos oficiales, Jorge Abero y José González. Abero es el mismo que después operó en el Servicio de Inteligencia (el D-2), según denunció el año pasado la organización Hijos.

La señora de Kerz les contó entonces lo que había pasado. Recordaba bien la hora: “Eran aproximadamente las 8.50”, relató. Ella “se encontraba en la puerta principal” cuando ingresó a su casa “un hombre joven, de estatura regular”, “quien dejó sobre el piso del living a una criatura de corta edad, le entregó un sobre cerrado y una hoja de papel blanco, escrita a máquina y le dijo: ‘Esto es para usted’”. Y se fue tan rápido como había llegado.

El vecino de al lado, Francisco Caminos, testigo de la escena, aportó otros datos. Dijo que el “autor del hecho” –como llamó a quien entregó a la nena– “llegó al lugar acompañado por otros dos hombres”, que lo esperaron “en el interior de un automóvil Ford Falcon, color claro”. La policía anotició entonces al juez de instrucción en turno, Angel Rafael D’Andrea, pariente del entonces subsecretario de Justicia de la provincia, Víctor D’Andrea.

A las 10 de la mañana, por orden del juez D’Andrea, la nena ya estaba en el Hospital de Niños, donde la revisaron tres médicos. Según la señora de Kerz, ella no abrió el sobre que le dejaron con María Pía. Lo abrió uno de los policías. Adentro, había otro sobre cerrado dirigido también a ella y a su marido. Y una esquela con indicaciones, que podría haber escrito el médico que atendió el parto de Cecilia Barral: “Señor Kerz y señora: (La beba) nació con unos días de retraso y como consecuencia sufre un proceso de deshidratación, que, aunque no es grave, (debe) tenerse muy en cuenta. Para ello, además del alimento S-26 cada cuatro horas en una cantidad de 40 a 60 gramos (por ahora), debe tomar té con azúcar. Esto es una indicación para lo inmediato (escrito todo con mayúscula). Luego, el médico será el encargado de determinar su dieta”.

A las cuarenta y ocho horas, la policía clausuró las actuaciones por pedido del Ejército, que devolvió el expediente a la Seccional Primera. Al día siguiente, quedó en manos de la jueza de Menores de Santa Fe, Nelly Ruth Casañas de Puccinelli, quien había sido confirmada en su cargo por la dictadura un mes antes (el 29 de julio de 1976, decreto 2087). El viernes 27, la jueza llamó a declarar a la señora de Kerz, quien repitió el relato que había hecho a los policías la misma mañana del sábado 21, pero con algunas variantes.

La segunda carta también estaba dirigida a los Kerz: “Ingeniero Kerz y señora”: “(...) dejando esa niña en su casa, se arbitrarán las medidas necesarias para que sea bautizada e instruida debidamente”, dice la esquela. “(No soy) nadie para (im)pedir que ustedes se hagan cargo personalmente, ni tampoco es mi intención, pero por (favor) no la manden a una Casa Cuna, de donde puede retirarla cualquiera, que puede o no darle una educación cristiana conveniente. (La niña) proviene de una familia que ya no existe. Nadie la reclamará nunca, debido a que no está inscripta en ningún lado. Dios valorará lo que ustedes hagan por ella”.


LOS DOCUMENTOS SOBRE LA ENTREGA DE LA NIETA RECUPERADA 103.
Una carta que confiesa el crimen que se cometía

El contenido de una carta que en agosto de 1976 un grupo de tareas entregó a la familia Kerz junto a una beba de cinco días que, recientemente se comprobó, es la hija de dos militantes del ERP asesinados en Rosario.
Por Juan Carlos Tizziani

Desde Santa Fe

Los análisis genéticos demostraron esta semana que María Pía Josefina Kerz es la hija de Cecilia Barral y Ricardo Klotzman, dos militantes desaparecidos el 2 de agosto de 1976, en Rosario. Ellos tenían 24 años. Y ella apenas cinco días, cuando un grupo de tareas la entregó a una familia de la ciudad de Santa Fe con un biberón, un kilo de leche en polvo y dos cartas. Una es la confesión del crimen de sus padres: "La niña proviene de una familia que ya no existe. Nadie la reclamará nunca, debido a que no está inscripta en ningún lado. Dios valorará lo que ustedes hagan por ella", dice la esquela que hoy revela Rosario/12. Era el 21 de agosto de 1976, sábado, casi a las nueve de la mañana, cuando un Ford Falcon verde clarito, estacionó frente a la casa de los Kerz, en Amenábar al 3.000, a cien metros de la Legislatura y a trescientos de la Casa Gris y el Palacio de Tribunales. A bordo, llegaron tres hombres jóvenes: uno de ellos bajó, entró al living sin golpear y dejó la recién nacida. "Esto es para usted", le dijo a la dueña de casa, Mirta Ovidi de Kerz, que estaba en la puerta, como esperando. Su marido, Serafín Kerz, había salido temprano. Afuera, otro de los individuos amenazó con un revólver al vecino de al lado, Francisco Caminos, y lo obligó a encerrase en su casa, aunque antes vio que arriba del auto también había armas largas. Caminos obedeció y los visitantes se fueron. A la semana, los Kerz lograron una guarda y al año siguiente, la adopción, por consejos de la secretaria del Juzgado de Menores de Santa Fe, Margarita Stella Mayoraz, con quien "tenían trato frecuente" y solían verse en la Catedral Metropolitana, después de misa. Antes de su fallecimiento, Mayoraz tuvo que declarar dos veces, en 2002 y 2004, en otra causa por sustracción de identidad de otra menor, hija de desaparecidos, donde le preguntaron si el Juzgado de Menores había investigado el origen de María Pía. Y ella soltó su confesión: "No, nunca lo investigamos", dijo.

Media hora después de que le dejaron la nena, la señora de Kerz llamó a la Policía. Desde la Seccional Primera, enviaron dos oficiales, Jorge Abero y José González. Abero es el mismo que después operó en el Servicio de Inteligencia (el tristemente célebre D 2), según denunció el año pasado la organización Hijos.

La señora de Kerz les contó entonces lo que había pasado. Recordaba bien la hora: "Eran aproximadamente las 8.50", relató. Ella "se encontraba en la puerta principal" cuando ingresó a su casa "un hombre joven, de estatura regular", "quien dejó sobre el piso del living una criatura de corta edad, le entregó un sobre cerrado y una hoja de papel blanco, escrita a máquina y le dijo: "Esto es para usted"". Y se fue tan rápido cómo había llegado.

El vecino de al lado, Francisco Caminos, testigo de la escena, aportó otros datos. Dijo que el "autor del hecho" "como llamó a quien entregó la nena "llegó al lugar acompañado por otros dos hombres", que lo esperaron "en el interior de un automóvil Ford Falcon, color claro". La policía anotició entonces al juez de Instrucción en turno, Angel Rafael D`Andrea, pariente del entonces subsecretario de Justicia de la provincia, Víctor D`Andrea.

A las 10 de la mañana, por orden del juez D"Andrea, la nena ya estaba en el hospital de Niños, donde la revisaron tres médicos, entre ellos el jefe de residentes, Juan Carlos Beltramino y dos enfermeras. Los cinco tuvieron que firmar un acta, según consta en el legajo "NN s/abandono" del Juzgado de Menores (Nº 20.206). La carátula es otra metáfora santafesina: la beba tenía nombre y padres que no la abandonaron.

Según la señora de Kerz, ella no abrió el sobre que le dejaron con María Pía. Lo abrió uno de los policías. Adentro, había otro sobre cerrado dirigido también a ella y a su marido. Y una esquela con indicaciones, que podría haber escrito el médico que atendió el parto de Cecilia Barral: "Señor Kerz y señora: (La beba) nació con unos días de retraso y como consecuencia, sufre un proceso de deshidratación, que aunque no es grave, (debe) tenerse muy en cuenta. Para ello, además del alimento S 26 cada cuatro horas en una cantidad de 40 a 60 gramos (por ahora), debe tomar té con azúcar. Esto es una indicación para lo inmediato (escrito todo con mayúscula). Luego, el médico será el encargado de determinar su dieta".

A las cuarenta y ocho horas, la Policía clausuró las actuaciones por pedido del Ejército. El jefe del Area 212 era entonces el coronel José María González, pero al expediente de María Pía lo reclamó su segundo, teniente coronel Adolfo Alvarez, quien era el jefe de la plana mayor y jefe del Comando de Operaciones Tácticas (COT), al mando de los grupos de tareas. Alvarez murió impune, imputado por decenas de secuestros, desapariciones y homicidios.

El miércoles 25, el Ejército devolvió el expediente a la Seccional Primera y al día siguiente quedó en manos de la jueza de Menores de Santa Fe, Nelly Ruth Casañas de Puccinelli, quien había sido confirmada en su cargo por la dictadura un mes antes (el 29 de julio de 1976, decreto 2087). La secretaria social era la abogada Margarita Stella Mayoraz.

El viernes 27, la jueza llamó a declarar a la señora de Kerz, quien repitió el relato que había hecho a los policías la misma mañana del sábado 21, pero con algunas variantes. Ya no dijo que "se encontraba en la puerta principal", sino en el interior de su casa, cuando escuchó "ruidos en la sala", fue a ver qué pasaba y se encontró con el hombre que dejó la nena, "un tarro de leche S26, un biberón y un sobre grande". Ante una pregunta, Kerz repitió que le había dicho Caminos, que en estaba en la vereda. Y vio que eran tres hombres que se movilizaba en "un Ford Falcon color verde claro", que "había sido intimidado desde el coche para que entrara a su casa" y "amenazado con armas de fuego de corto alcance" y también "pudo ver en el interior del vehículo, armas largas".

La señora de Kerz dijo que uno de los policías abrió el sobre grande en su casa, donde se enteró de la dieta y las indicaciones médicas para cuidar a María Pía, pero ignoraba el contenido del sobre más pequeño hasta que llegó al Juzgado. La segunda carta también está dirigida a ellos: "Ingeniero Kerz y señora": "(") dejando esa niña en su casa, se arbitrarán las medidas necesarias para que sea bautizada e instruida debidamente", dice la esquela. "(No soy) nadie para (im)pedir que ustedes se hagan cargo personalmente, ni tampoco es mi intención, pero por (favor) no la manden a una casa cuna, de donde puede retirarla cualquiera, que puede o no darle una educación cristiana conveniente. (La niña) proviene de una familia que ya no existe. Nadie la reclamará nunca, debido a que no está inscripta en ningún lado. Dios valorará lo que ustedes hagan por ella".

El mismo día, la jueza Casañas de Puccinelli entregó la recién nacida en guarda a los Kerz, y el 15 de setiembre, las dos cartas originales para "completar la documentación que se le hará conocer a la niña en el momento oportuno". A los dos meses, el 11 de octubre, cuando Caminos tuvo que declarar ante la jueza ya no se acordaba de casi nada, que no había visto "ninguna anormalidad" en el grupo que trasladó la niña y si uno le hizo "seña con un revolver para que entrara a su casa", lo interpretó como que eran "muchachos jóvenes exhibiendo inconcientemente un arma de fuego".


AYORAZ, SECRETARIA DEL JUZGADO DE MENORES.
"Nunca se investigó el origen"

Desde Santa Fe

La secretaria del Juzgado de Menores de Santa Fe, Margarita Stella Mayoraz, ya fallecida, admitió en dos declaraciones judiciales que el tribunal nunca investigó "el origen" de María Pía Josefina Kerz, la hija Ricardo Klotzman y Cecilia Barral. Y que ella aconsejó al matrimonio Kerz qué debía hacer para quedarse con la recién nacida que un grupo de tareas dejó en su casa. "Yo le aconsejé que pidiera la guarda y después gestionara la adopción para darle un vínculo indestructible", reveló.

Mayoraz declaró dos veces en la causa que investiga "la supresión de identidad" de María Carolina Guallane, en la que está procesado el ex juez de Menores, Luis María Vera Candioti. La primera, el 13 de mayo de 2002, ante la entonces fiscal federal Griselda Tessio. El abogada querellante, Jorge Pedraza le preguntó si recordaba algún caso análogo al de Carolina.

"Me acuerdo del caso de una niña, María Pía Josefina Kerz, que fue dejada en un canasto en la casa del ingeniero Serafín Kerz y de su esposa Mirta Ovidi", respondió Mayoraz. "Yo me encontraba con el ingeniero en misa y me relató el caso, que le habían dejado un canasto con una niña en su domicilio. Entonces, yo le aconsejé que pidiera la guarda y después gestionara la adopción para darle un vínculo indestructible", agregó.

Pedraza quiso saber si "había alguna evidencia (que la recién nacida) proviniera de un operativo antisubversivo". Mayoraz contestó: "Sólo por la fecha. Yo lo único que pensé que era una auténtica NN, hija de padres desconocidos. No pensé en un operativo militar".

El abogado insistió: "¿Cómo es que con su problema de memoria se acuerda del caso Kerz?"

Porque tengo trato frecuente con los Kerz- explicó Mayoraz.

Tessio le preguntó entonces si "el Juzgado de Menores había investigado el origen de esa niña".

No -cerró Mayoraz.

Dos años después, el 25 de febrero de 2004, volvió a declarar en la causa, ahora ante el juez federal Reinaldo Rodríguez. El doctor Pedraza también estaba presente. Y en una de las preguntas le pidieron que ampliara su declaración anterior: "¿Cómo llegó a poder de la familia Kerz esa recién nacida?"

Se la dejaron en un canasto en la puerta del domicilio de la familia Kerz. La encontró el ingeniero Kerz y me consultó qué hacía y le dije que no tenía ningún dato, que podía ser una NN y que hiciera la guarda para mayor seguridad, y luego la adopción. Nunca se supo el origen de esa chica pese a que el tema se debatió en el Juzgado", respondió Mayoraz.