Lidia Pappaleo declaró sobre un parto clandestino que presención en Pozo de Banfield
Papaleo contó que escuchó el parto, el llanto y el diálogo de la mamá con su beba. Relató que cuando la separaron de su hija, la mujer, que sería María Petrakos, les dio a los guardias los datos como si la fuesen a inscribir en el Registro Civil.
Por Alejandra Dandan
Lidia Eva Papaleo de Graiver llevaba un rato declarando. Había hablado de su secuestro, de los interrogatorios bajo tortura que le hicieron en presencia de otros hombres vinculados al grupo Graiver. De las preguntas sobre el dinero, del destino de los fondos del banquero. Pero estaba en el juicio por el plan sistemático de apropiación de hijos de desaparecidos para hablar de otra cosa. De su paso por el centro clandestino ubicado en el Pozo de Banfield, y de la embarazada y del parto que escuchó a unos metros, en el pasillo “inmundo” que estaba frente a su celda.
Cuando le quitaron la niña a la mujer de al lado habían pasado unas veinticuatro horas desde el nacimiento, explicó Lidia. Entró un guardia para pedirle el bebé. Y esa mujer –oyó Lidia pared de por medio– despidió a su hija dándole al guardia las referencias completas del nombre y apellido, como si estuviese dándole los datos para inscribirla en el registro civil. “Yo no sé si era el nombre de ella o de la niña”, dijo Lidia a los miembros del Tribunal Oral Federal 6. “Pero escuché claramente la palabra María y a continuación un apellido italiano que nunca más pude recordar.”
–¿Usted cree que si oye nuevamente ese apellido podría reconocerlo? –le preguntó Luciano Hazan, uno de los abogados de Abuelas de Plaza de Mayo.
–Puede ser –dijo Lidia–, soy una persona muy creyente, le he pedido a Dios que me diga realmente algo porque me siento en deuda con esa criatura.
Ante la mención de los nombres, la mujer dijo que la parturienta podría ser María Petrakos.
Lidia llegó a los Tribunales de Retiro y su relato fue el tercero del día. Antes, había declarado por el mismo caso Gustavo Caraballo, que fue secretario técnico del último gobierno de Perón y abogado de Graiver. Además de reseñar un interrogatorio frente a Ramón Camps y dar datos sobre los secuestros extorsivos organizados por los militares para secuestrar a banqueros y financistas en nombre de Montoneros, también habló de ese parto. De los gritos de un bebé que lloraba desesperado aparentemente por el hambre, y del momento en el que uno de los guardias le acercó una mamadera enviada por un comandante.
Lidia era la que podía hablar de aquel caso con más precisiones. A ella la secuestraron el 14 de marzo de 1977. La llevaron a Puesto Vasco, donde estaba su suegro, su cuñado y un grupo de personas vinculadas con su marido, el banquero Isidoro Graiver. Durante la estadía intentaron obligarla a firmar alguna declaración en la que decía que él había recibido dinero en lingotes de oro de Perón. “Me habían apodado ‘la impura’ porque había estado con un judío y querían hacer aparecer como que había un complot judío”, dijo. La llevaron a La Plata, al Departamento de Policía donde Ramón Camps la enfrentó en un careo con el periodista Jacobo Timerman. Un mes después la trasladaron al Pozo de Banfield, donde la alojaron en el sector donde estaban las mujeres.
Esa primera noche, cuando la guardia se retiró alguien le preguntó a Lidia quién era. Lidia estaba ubicada en la línea de las celdas de las mujeres, y se dio cuenta de que en la línea de atrás estaban los calabozos de los hombres. Las voces aparecían más lejos. Los escuchaba conversar. “Yo estaba aterrada, lastimada, con el cuerpo quemado por las picanas de Puesto Vasco, y entonces esa noche un guardia me abrió la puerta para preguntarme si podía ayudar en un parto, una mujer estaba por tener familia, pero yo no me pude parar porque estaba muy quemada. El guardia cerró la puerta y escuché cómo sacaban de la celda de al lado a alguien, y ella tenía familia, parió en ese pasillo.”
Antes de eso, aclaró, las compañeras de la muchacha que estaba a punto de parir empezaron a llamar a los guardias. “Se ve que estaba acompañada y que había más gente con ella, creo que en los calabozos había más de una persona y ellas empezaron a golpear contra esa chapa, que viniera el guardia porque la chica iba a parir.” Y parió, dijo después: “Parió en ese pasillo inmundo, ahí”.
Con el paso de los años, Gustavo Caraballo leyó en Página/12 que Clara Petrakos, la hermana de esa niña nacida en cautiverio, preguntaba si alguien tenía datos de ese nacimiento, si alguien había estado para abril de 1977 en el Pozo de Banfield. Llamó a Clara para invitarla a su casa, contarle lo poco que él podía decirle y darle los datos de Lidia.
Lidia perdió contacto con su compañera de celda poco después del parto. Al día siguiente la cambiaron a otro calabozo, donde también pusieron a su suegro. Antes de irse, sin embargo, escuchó a la joven: “La escuché cuando nació, que lloraba, que le hablaba de cosas de las que hablan las madres, con ternura”.
Papaleo contó que escuchó el parto, el llanto y el diálogo de la mamá con su beba. Relató que cuando la separaron de su hija, la mujer, que sería María Petrakos, les dio a los guardias los datos como si la fuesen a inscribir en el Registro Civil.
Por Alejandra Dandan
Lidia Eva Papaleo de Graiver llevaba un rato declarando. Había hablado de su secuestro, de los interrogatorios bajo tortura que le hicieron en presencia de otros hombres vinculados al grupo Graiver. De las preguntas sobre el dinero, del destino de los fondos del banquero. Pero estaba en el juicio por el plan sistemático de apropiación de hijos de desaparecidos para hablar de otra cosa. De su paso por el centro clandestino ubicado en el Pozo de Banfield, y de la embarazada y del parto que escuchó a unos metros, en el pasillo “inmundo” que estaba frente a su celda.
Cuando le quitaron la niña a la mujer de al lado habían pasado unas veinticuatro horas desde el nacimiento, explicó Lidia. Entró un guardia para pedirle el bebé. Y esa mujer –oyó Lidia pared de por medio– despidió a su hija dándole al guardia las referencias completas del nombre y apellido, como si estuviese dándole los datos para inscribirla en el registro civil. “Yo no sé si era el nombre de ella o de la niña”, dijo Lidia a los miembros del Tribunal Oral Federal 6. “Pero escuché claramente la palabra María y a continuación un apellido italiano que nunca más pude recordar.”
–¿Usted cree que si oye nuevamente ese apellido podría reconocerlo? –le preguntó Luciano Hazan, uno de los abogados de Abuelas de Plaza de Mayo.
–Puede ser –dijo Lidia–, soy una persona muy creyente, le he pedido a Dios que me diga realmente algo porque me siento en deuda con esa criatura.
Ante la mención de los nombres, la mujer dijo que la parturienta podría ser María Petrakos.
Lidia llegó a los Tribunales de Retiro y su relato fue el tercero del día. Antes, había declarado por el mismo caso Gustavo Caraballo, que fue secretario técnico del último gobierno de Perón y abogado de Graiver. Además de reseñar un interrogatorio frente a Ramón Camps y dar datos sobre los secuestros extorsivos organizados por los militares para secuestrar a banqueros y financistas en nombre de Montoneros, también habló de ese parto. De los gritos de un bebé que lloraba desesperado aparentemente por el hambre, y del momento en el que uno de los guardias le acercó una mamadera enviada por un comandante.
Lidia era la que podía hablar de aquel caso con más precisiones. A ella la secuestraron el 14 de marzo de 1977. La llevaron a Puesto Vasco, donde estaba su suegro, su cuñado y un grupo de personas vinculadas con su marido, el banquero Isidoro Graiver. Durante la estadía intentaron obligarla a firmar alguna declaración en la que decía que él había recibido dinero en lingotes de oro de Perón. “Me habían apodado ‘la impura’ porque había estado con un judío y querían hacer aparecer como que había un complot judío”, dijo. La llevaron a La Plata, al Departamento de Policía donde Ramón Camps la enfrentó en un careo con el periodista Jacobo Timerman. Un mes después la trasladaron al Pozo de Banfield, donde la alojaron en el sector donde estaban las mujeres.
Esa primera noche, cuando la guardia se retiró alguien le preguntó a Lidia quién era. Lidia estaba ubicada en la línea de las celdas de las mujeres, y se dio cuenta de que en la línea de atrás estaban los calabozos de los hombres. Las voces aparecían más lejos. Los escuchaba conversar. “Yo estaba aterrada, lastimada, con el cuerpo quemado por las picanas de Puesto Vasco, y entonces esa noche un guardia me abrió la puerta para preguntarme si podía ayudar en un parto, una mujer estaba por tener familia, pero yo no me pude parar porque estaba muy quemada. El guardia cerró la puerta y escuché cómo sacaban de la celda de al lado a alguien, y ella tenía familia, parió en ese pasillo.”
Antes de eso, aclaró, las compañeras de la muchacha que estaba a punto de parir empezaron a llamar a los guardias. “Se ve que estaba acompañada y que había más gente con ella, creo que en los calabozos había más de una persona y ellas empezaron a golpear contra esa chapa, que viniera el guardia porque la chica iba a parir.” Y parió, dijo después: “Parió en ese pasillo inmundo, ahí”.
Con el paso de los años, Gustavo Caraballo leyó en Página/12 que Clara Petrakos, la hermana de esa niña nacida en cautiverio, preguntaba si alguien tenía datos de ese nacimiento, si alguien había estado para abril de 1977 en el Pozo de Banfield. Llamó a Clara para invitarla a su casa, contarle lo poco que él podía decirle y darle los datos de Lidia.
Lidia perdió contacto con su compañera de celda poco después del parto. Al día siguiente la cambiaron a otro calabozo, donde también pusieron a su suegro. Antes de irse, sin embargo, escuchó a la joven: “La escuché cuando nació, que lloraba, que le hablaba de cosas de las que hablan las madres, con ternura”.
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