Victoria Montengro habló sobre la recuperación de su identidad y de su apropiador.
Contó cómo fue el proceso por el que comprendió que no había amor en el vínculo con su apropiador. “Nada bueno puede surgir de una relación enfermiza, del asesino de mis padres, él me dio el arma con la que los mató”, reveló.
Dice que estar “en el ojo de la tormenta informativa” no la altera. “Estoy tranquila, en paz, porque creo que lo que hago es lo correcto, lo que tengo que hacer”, dice Victoria Montenegro, entre tímida y firme. El proceso de recuperación de su identidad le llevó una década, pero anteayer se animó a denunciar al fiscal de Casación Juan Martín Romero Victorica como cómplice del asesinato de sus padres. Tuvo coraje para contar que su apropiador, el represor Herman Tetzlaff, le confesó que él los mató y le entregó a ella el arma con la cual los había asesinado. “Hace dos años me llegó la verdad, una Navidad, cuando extrañé por primera vez a mi papá biológico, y pude separar al apropiador, dejar de defenderlo”, dijo.
“No fue fácil. Herman no sólo era el jefe del grupo de tareas, sino que es la persona que asesina a mis papás, y me lo cuenta cuando tenía 25 años, cuando aparecí. Me entero después de que la Justicia me da el resultado del ADN y se comprueba quiénes fueron mis padres biológicos. Fuimos a cenar, me dice que era una guerra, que ingresó a la casa y que habían abatido a los subversivos, que eran mis padres. Me dijo que lo había hecho por mí, que quería lo mejor para mí, y recuerdo que se lo agradecía, que le decía ‘papá quedate tranquilo que no tengo dudas de que fue así’, en ese momento, van a ser diez años”, contó Victoria Montenegro. Página/12 detalló el martes su testimonio en la causa sobre el plan sistemático para apropiarse de hijos de desaparecidos en el que denunció al fiscal Juan Martín Romero Victorica por complicidad con su el represor Tetzlaff (ver aparte). La joven amplió ayer en el programa de Víctor Hugo Morales cómo rompió con el cerco afectivo de sus apropiadores. “Durante mi infancia yo estuve enamorada de él, siempre lo quise muchísimo, era todo, era mi vida. Me llevó muchos años entender, para mí todos tenían la culpa menos él. Todos: las Abuelas, mis padres biológicos, la historia, todos. Pero cuando la verdad llega, se te cae el pañuelo y ya hay cosas que no se pueden seguir defendiendo. Y pude incorporar a mis papás, creo fue hace dos años, una Navidad, me acuerdo que por primera vez sentí que extrañaba a mi papá, mi papá Toti (Roque Montenegro). Ahí pude recién recuperar mi identidad y reconocerme como Victoria, antes yo me seguía presentando como María Sol Tetzlaff.”
“La identidad –explicó Victoria– no es sólo el ADN, son un montón de otras cosas que tenés que recuperar porque justamente la idea era devastar todo. (Tetzlaff) me dijo un día, ‘cuando te fuimos a buscar a la comisaría hicimos dos cuadras y tiramos toda tu ropa, para que no quede nada de tu pasado’. Y obviamente me formaron toda la vida para que no quede nada. Entonces te lleva tiempo acomodarlo, pero para eso están las Abuelas, otros nietos, mi familia biológica que es fabulosa y me ayudó mucho en todo esto.”
Victoria relató que hace unos años todavía justificaba al represor, pero que sus sentimientos fueron cambiando: “No lo puedo defender como antes, que decía que la apropiación era un acto de amor, que me habían criado con cariño. No sólo me apropió a mí, sino también a Horacito Pietragalla que es mi primo, nos criamos juntos porque se lo dio a la señora que trabajaba en casa, sé que participó de muchos operativos, sé que mató a mis padres. Me sigue generando contradicciones porque yo no odio a nadie, a él tampoco. Todavía no termino de procesar lo que realmente pasó, pero sé que no tiene justificación”.
El periodista le preguntó si acaso algo bueno pudo haber en esos años, porque su testimonio le suena transparente y sólido. “No, no. Lo bueno mío no lo hizo él, lo bueno mío lo tengo en la sangre y es de mis papás. Nada bueno puede surgir de una relación enfermiza, del asesino de mis padres, de hecho él me dio el arma con la que los mató y hasta hace poco tiempo yo la tenía en mi casa. Ahí no hay amor. Me la había dado para que la cuide porque cuando se lo llevaron detenido tenía que entregar el arma, el arma reglamentaria. Esa arma representa mis propias contradicciones. Ya no está más, ya se fue. Hay mucha perversión en todo esto. En una apropiación no hay amor. Mis abuelos se murieron buscándome. No me dieron la posibilidad de darles a mis abuelos la felicidad de verme.”
Victoria se enteró de que era hija de desaparecidos en el juzgado de Roberto Marquevich, y lo primero que dijo fue que era hija de la subversión. “Recuerdo haber acompañado a mi apropiador al juzgado y que el juez sacara de un cajón una carpeta y le dijo que las Abuelas ya estaban molestando pero que se quedara tranquilo que él ya lo estaba manejando. La causa pasó por seis jueces hasta que la tomó Marquevich. Hasta ese momento tenía todo controlado, pero ahí fue cuando Herman planteó que la situación no se podía controlar más porque era un juez montonero. Para mí Marquevich era el enemigo, pero hoy puedo decir que conmigo se portó excelente, ahora que entiendo lo que estaba haciendo. Entonces era el que me estaba robando a mi familia, ahora entiendo que fue él quien me ayudó a recuperar a mi familia, mi identidad y mi vida.”
En su relato hay un capítulo especial de reconocimiento a las Abuelas de Plaza de Mayo. “Si este golpe es duro para nosotros más duro es lo que pasaron las Abuelas, ellas pusieron su vida y su dolor y su cuerpo para que a nosotros no nos duela tanto. Son fuertes, arrancan con actividades a las 8 de la mañana y a veces son las 9 de la noche y siguen. Ellas nos obligan a ser fuertes. Uno lo que quiere es la verdad, y los 400 nietos, que son hermanos nuestros, que seguramente están encerrados en esta mentira de querer a quienes los criaron. Está bien, eso nadie lo puede cuestionar. Pero hay una verdad que es un abrazo, que te está esperando desde hace 35 años y tenés derecho a saberla.”
Hacia el final, habla de su valiosa y pequeña burbuja familiar que la contiene. “Mi compañero, y tres hijos, el mayor tiene 18 años, la primera vez que hizo por el 24 de marzo una actividad yo ya era Victoria legalmente, pero le hice escribir que en Argentina hubo un Proceso de Reorganización Nacional y que nuestros soldados entraron en guerra para buscar la paz. Mi hijo me mira y me dice ‘mamá, no es esto lo que me están pidiendo’. Y le dije ‘vos vas a escribir eso’. Es el día de hoy que me recuerda que yo lo quería llevar a la Sociedad Rural. Era otra época, no era yo. Y ellos me acompañaron. Tienen a su mamá y a su papá, a su mamá con un par de fallas (se ríe). Dije cosas terribles, defendí el terrorismo de Estado, defendí lo indefendible, les pido perdón porque yo creía en eso, no lo hice con maldad, nada más estaba equivocada.”
Contó cómo fue el proceso por el que comprendió que no había amor en el vínculo con su apropiador. “Nada bueno puede surgir de una relación enfermiza, del asesino de mis padres, él me dio el arma con la que los mató”, reveló.
Dice que estar “en el ojo de la tormenta informativa” no la altera. “Estoy tranquila, en paz, porque creo que lo que hago es lo correcto, lo que tengo que hacer”, dice Victoria Montenegro, entre tímida y firme. El proceso de recuperación de su identidad le llevó una década, pero anteayer se animó a denunciar al fiscal de Casación Juan Martín Romero Victorica como cómplice del asesinato de sus padres. Tuvo coraje para contar que su apropiador, el represor Herman Tetzlaff, le confesó que él los mató y le entregó a ella el arma con la cual los había asesinado. “Hace dos años me llegó la verdad, una Navidad, cuando extrañé por primera vez a mi papá biológico, y pude separar al apropiador, dejar de defenderlo”, dijo.
“No fue fácil. Herman no sólo era el jefe del grupo de tareas, sino que es la persona que asesina a mis papás, y me lo cuenta cuando tenía 25 años, cuando aparecí. Me entero después de que la Justicia me da el resultado del ADN y se comprueba quiénes fueron mis padres biológicos. Fuimos a cenar, me dice que era una guerra, que ingresó a la casa y que habían abatido a los subversivos, que eran mis padres. Me dijo que lo había hecho por mí, que quería lo mejor para mí, y recuerdo que se lo agradecía, que le decía ‘papá quedate tranquilo que no tengo dudas de que fue así’, en ese momento, van a ser diez años”, contó Victoria Montenegro. Página/12 detalló el martes su testimonio en la causa sobre el plan sistemático para apropiarse de hijos de desaparecidos en el que denunció al fiscal Juan Martín Romero Victorica por complicidad con su el represor Tetzlaff (ver aparte). La joven amplió ayer en el programa de Víctor Hugo Morales cómo rompió con el cerco afectivo de sus apropiadores. “Durante mi infancia yo estuve enamorada de él, siempre lo quise muchísimo, era todo, era mi vida. Me llevó muchos años entender, para mí todos tenían la culpa menos él. Todos: las Abuelas, mis padres biológicos, la historia, todos. Pero cuando la verdad llega, se te cae el pañuelo y ya hay cosas que no se pueden seguir defendiendo. Y pude incorporar a mis papás, creo fue hace dos años, una Navidad, me acuerdo que por primera vez sentí que extrañaba a mi papá, mi papá Toti (Roque Montenegro). Ahí pude recién recuperar mi identidad y reconocerme como Victoria, antes yo me seguía presentando como María Sol Tetzlaff.”
“La identidad –explicó Victoria– no es sólo el ADN, son un montón de otras cosas que tenés que recuperar porque justamente la idea era devastar todo. (Tetzlaff) me dijo un día, ‘cuando te fuimos a buscar a la comisaría hicimos dos cuadras y tiramos toda tu ropa, para que no quede nada de tu pasado’. Y obviamente me formaron toda la vida para que no quede nada. Entonces te lleva tiempo acomodarlo, pero para eso están las Abuelas, otros nietos, mi familia biológica que es fabulosa y me ayudó mucho en todo esto.”
Victoria relató que hace unos años todavía justificaba al represor, pero que sus sentimientos fueron cambiando: “No lo puedo defender como antes, que decía que la apropiación era un acto de amor, que me habían criado con cariño. No sólo me apropió a mí, sino también a Horacito Pietragalla que es mi primo, nos criamos juntos porque se lo dio a la señora que trabajaba en casa, sé que participó de muchos operativos, sé que mató a mis padres. Me sigue generando contradicciones porque yo no odio a nadie, a él tampoco. Todavía no termino de procesar lo que realmente pasó, pero sé que no tiene justificación”.
El periodista le preguntó si acaso algo bueno pudo haber en esos años, porque su testimonio le suena transparente y sólido. “No, no. Lo bueno mío no lo hizo él, lo bueno mío lo tengo en la sangre y es de mis papás. Nada bueno puede surgir de una relación enfermiza, del asesino de mis padres, de hecho él me dio el arma con la que los mató y hasta hace poco tiempo yo la tenía en mi casa. Ahí no hay amor. Me la había dado para que la cuide porque cuando se lo llevaron detenido tenía que entregar el arma, el arma reglamentaria. Esa arma representa mis propias contradicciones. Ya no está más, ya se fue. Hay mucha perversión en todo esto. En una apropiación no hay amor. Mis abuelos se murieron buscándome. No me dieron la posibilidad de darles a mis abuelos la felicidad de verme.”
Victoria se enteró de que era hija de desaparecidos en el juzgado de Roberto Marquevich, y lo primero que dijo fue que era hija de la subversión. “Recuerdo haber acompañado a mi apropiador al juzgado y que el juez sacara de un cajón una carpeta y le dijo que las Abuelas ya estaban molestando pero que se quedara tranquilo que él ya lo estaba manejando. La causa pasó por seis jueces hasta que la tomó Marquevich. Hasta ese momento tenía todo controlado, pero ahí fue cuando Herman planteó que la situación no se podía controlar más porque era un juez montonero. Para mí Marquevich era el enemigo, pero hoy puedo decir que conmigo se portó excelente, ahora que entiendo lo que estaba haciendo. Entonces era el que me estaba robando a mi familia, ahora entiendo que fue él quien me ayudó a recuperar a mi familia, mi identidad y mi vida.”
En su relato hay un capítulo especial de reconocimiento a las Abuelas de Plaza de Mayo. “Si este golpe es duro para nosotros más duro es lo que pasaron las Abuelas, ellas pusieron su vida y su dolor y su cuerpo para que a nosotros no nos duela tanto. Son fuertes, arrancan con actividades a las 8 de la mañana y a veces son las 9 de la noche y siguen. Ellas nos obligan a ser fuertes. Uno lo que quiere es la verdad, y los 400 nietos, que son hermanos nuestros, que seguramente están encerrados en esta mentira de querer a quienes los criaron. Está bien, eso nadie lo puede cuestionar. Pero hay una verdad que es un abrazo, que te está esperando desde hace 35 años y tenés derecho a saberla.”
Hacia el final, habla de su valiosa y pequeña burbuja familiar que la contiene. “Mi compañero, y tres hijos, el mayor tiene 18 años, la primera vez que hizo por el 24 de marzo una actividad yo ya era Victoria legalmente, pero le hice escribir que en Argentina hubo un Proceso de Reorganización Nacional y que nuestros soldados entraron en guerra para buscar la paz. Mi hijo me mira y me dice ‘mamá, no es esto lo que me están pidiendo’. Y le dije ‘vos vas a escribir eso’. Es el día de hoy que me recuerda que yo lo quería llevar a la Sociedad Rural. Era otra época, no era yo. Y ellos me acompañaron. Tienen a su mamá y a su papá, a su mamá con un par de fallas (se ríe). Dije cosas terribles, defendí el terrorismo de Estado, defendí lo indefendible, les pido perdón porque yo creía en eso, no lo hice con maldad, nada más estaba equivocada.”
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