Primero fue un blog y luego este libro de título aparentemente ambiguo y absolutamente preciso una vez que se lo lee: ¿Quién te creés que sos? es una combinación de testimonio, diario íntimo y biografía en el que Angela Urondo Raboy reconstruye varias de las facetas más complejas de su propia identidad: hija del poeta Francisco “Paco” Urondo y la periodista Alicia Raboy, con una hermana también desaparecida, Claudia, vivió hasta casi los veinte años ignorando lo que había sucedido con su familia. A partir de los primeros indicios, terminó recuperando su identidad y haciendo un juicio de desadopción. En la actualidad, lanzó una investigación sobre las notas de su madre en el periódico Noticias. En esta entrevista, Angela Urondo explica cómo fue tener recuerdos del primer año de vida y por qué quiere un futuro en el que sus hijos puedan recuperar a sus abuelos sin tener que vivir obsesionados por el lenguaje del exterminio.
Por Mariana Enriquez
Cuando era adolescente, Angela Urondo Raboy –entonces no respondía aún a esos apellidos– paseaba a sus perros por la ESMA; recorrían partes del predio que no estaban vigilados. El lugar le resultaba familiar: vivía a diez cuadras de la ESMA y durante muchísimos años sus padres adoptivos la mandaron al Club Náutico Bouchard, en la calle Comodoro Rivadavia, pegado a la Lugones, separado de la Escuela apenas por un estacionamiento. “Ibamos varias veces por semana y a pasar el día entero los sábados y domingos, religiosamente; el lugar me maravillaba de día y me daba mucho miedo de noche”, escribe en ¿Quién te creés que sos?, su libro que es testimonio, diario íntimo y autobiografía.
En ese momento, Angela –el nombre de pila siempre lo conservó– no sabía que su hermana Claudia Urondo, que continúa desaparecida, había estado secuestrada en la ESMA. Tampoco sabía que su padre, Paco Urondo, había sido asesinado a golpes, a culatazos, el 17 de junio de 1976 en Guaymallén, Mendoza, cuando el auto en el que viajaba con su mujer, Alicia Raboy, su compañera René Ahualli y ella misma, la beba Angela, de once meses, fue interceptado a balazos. Paco, desde hacía poco responsable de la regional Cuyo de Montoneros, les dijo a las mujeres que huyeran. René logró escapar, herida; Alicia y Angela fueron secuestradas. Alicia continúa desaparecida. Angela estuvo detenida en el D2, el centro clandestino más grande de la provincia, luego fue llevada a la Casa Cuna y finalmente, enredada en una trama familiar de ocultamiento y silencios, adoptada legalmente por la prima de su madre y su marido; la pareja adoptante jamás le contó su historia, ni le permitió tener contacto con su familia paterna. Pero Angela recordaba. No sabía bien qué: pero se acordaba.
¿Es común tener recuerdos del primer año de vida?
–No. Hay terapeutas que dicen que la memoria se construye a través de la palabra y que no hay memoria antes del lenguaje. Pero yo tengo memoria, una memoria especial, de un shock postraumático, no la memoria de un cotidiano. Cuando volví a Mendoza constaté algunas cosas: lugares que encontré en sueños, una esquina, una fábrica; después de conocer la Casa Cuna, el D2, el corralón –de donde fuimos secuestradas mi madre y yo–, la casa donde viví, me di cuenta de que ensamblé edificios en mi cabeza. Quedé en una búsqueda constante de mis padres y de algo conocido, entonces guardé amontonadas en la memoria un montón de cosas y quedé con la manija del que busca y no sabe qué, desorientada. Con una sensación de ruido mental. Si yo me acordase de esa época con una memoria, digamos, “normal”, me acordaría de mi mamá dándome la leche; y no me acuerdo de ella ni de mi papá, que es lo que yo desearía. Por más que haga fuerza no me acuerdo de lo que quiero: me acuerdo de lo que me shockeó, y desde ese lugar sostengo que esto es memoria. A mí la palabra me vino a través de mis adoptantes, por eso nunca pude explicar esa memoria previa, pero estaba, se reiteraba y se mantenía presente y yo no entendía por qué, por qué me daba miedo un sueño con un jardín de infantes, un sueño en el que no pasaba nada, por ejemplo.
En el recorrido de ¿Quién te creés que sos? hay varios regresos a los lugares de los sueños, en Mendoza. La primera vez, en 2001: en ese viaje habló con los hermanos Horacio y Miguel, los dueños del corralón donde la atraparon junto a su madre, hombres de más de noventa años. Escribe Angela: “Me contaron paso a paso todo lo ocurrido. Que los policías entraron, apenas unos segundos después de nosotras. Que la escalera no conducía a ningún lugar, sino arriba, al depósito de carbón, que no tenía salida por ninguna parte. Que la encontraron enseguida y la bajaron por la escalera arrastrándola de los pelos. Que la golpearon, brutalmente, que nunca habían visto algo así. Que tuvieron miedo y por eso nunca salieron del corralón, no vieron lo que pasó afuera. Que al rato los policías entraron de nuevo, les sacaron a ‘la beba’ y ellos se la entregaron, qué iban a hacer”.
Hubo muchos regresos más antes del regreso de 2010, cuando se inició, en noviembre de ese año, el juicio por el asesinato de Paco, la desaparición de Alicia Raboy y causas de otras veintidós víctimas del terrorismo de Estado. ¿Quién te creés que sos? también es una crónica de ese juicio, que duró casi uno año. “Este libro fue escrito con incertidumbre, a tientas. Por eso en la primera parte pongo nada más que los documentos, las palabras inapelables: cartas de mi padre, las fotos que tengo con ellos, la sentencia.” En esa primera parte, la de los documentos, también está el primer relato escrito de su caída y la de sus padres: lo firma Rodolfo Walsh el 29 de diciembre de 1976 y apareció originalmente en Los papeles de Walsh. Cuadernos del peronismo montonero auténtico (1979).
¿Te impresionó que en tu historia, que no conocías, aparecieran estos nombres?
–No. Yo no sabía quiénes eran. No conocía a nadie. Fue una especie extraña de suerte. Bastante difícil es todo este proceso; como no tenía idea de quiénes eran, no tuve que lidiar además con la “celebridad”.
Los padres adoptivos le hablaron por primera vez del asesinato de sus padres de una manera brutal, repentina. Angela era adolescente, estaba con ellos en el auto, pasaban frente a la ESMA y, ante el edificio, la madre adoptiva dijo “milicos de mierda”. Angela quiso saber por qué puteaba. “¿No lo sabés? Mataron y torturaron a muchísima gente, mataron también a tus papás”, fue la respuesta. No hubo mucho más. En 1994, cuando tenía 19 años, la familia adoptiva la alentó a reclamar la indemnización que le correspondía como hija de desaparecidos. Cuando fue a la Secretaría de Derechos Humanos para iniciar el trámite por la Ley 24.411, anunció con naturalidad a la chica que la atendía que su padre era Francisco Urondo. La chica se puso a llorar. Angela no entendió por qué: los adoptantes le habían dicho que su padre “escribía libros de economía”.
¿Cuándo decidiste empezar con el proceso de desadopción?
–A partir de mi primer embarazo. Yo tenía una adopción plena: es la que rompe con la familia de origen, con los vínculos de todo tipo. Y además las adopciones, por ley, son sentencias inapelables. Yo fui a la Justicia con toda la teoría en contra, porque el derecho dice que no me tienen que dar cabida, que mis adoptantes tienen derecho a que nadie apele un beneficio que obtuvieron. Me presenté con muchas pruebas: en principio con el ADN hecho y mi familia pidiendo la restitución. Inicié el juicio con una inocencia enorme; recién hace tres semanas tuve mi partida de nacimiento. Mi hijo tiene 5 años.
Y ahora no tenés relación con tu familia adoptiva.
–Cuando tuve a mi hijo se cayó a pedazos la posibilidad de sostenerlos a ellos en algún rol familiar. Una cosa era manejar yo esa dualidad y otra pasársela a él. Decidí que mi hijo tenía sus abuelos, que estaban fallecidos, y así lo educo en su verdad. Ahora tengo dos hijos y ambos saben que a los abuelos los mataron, cuando sean más grandes tendrán clara la historia. Los chicos construyen un vínculo con esos abuelos que tienen, a pesar de la ausencia. Mi hijo habla de “mi abuela Ali”, pero le hacen ruido las fotos; las abuelas que él conoce, las de sus compañeros de jardín, son viejitas. Y en las fotos, mi madre es muy joven.
Palabras infectadas
Gran parte de ¿Quién te creés que sos? se publicó antes en forma de blog –el blog personal de Angela, Pedacitos–. “Yo soy dibujante y cuando abrí el blog había decidido que quería poner en palabras la historia, pero todavía me sostenía en lo visual. Jugaba con fotos, y de a poco empezaron a salir los primeros textos. Trabajaba libremente sin ninguna presión de pensar en el lector ni nada. Necesitaba tener al lector como testigo; era una construcción privada, pero quería la mirada del afuera, necesitaba una sociedad atestiguando lo que estaba ocurriendo.”
Toda la reconstrucción de la historia personal contada en ¿Quién te creés que sos? está dominada por la incorporación, frenética, de un nuevo lenguaje. En cada página se ve casi obligada a descomponer las palabras, a escribir (des)espera, (de)vuelta, (re)unirse; a preguntarse por qué la inquieta la doble significación de la palabra “militar”, por ejemplo. “Cuando conocí a mi hermano Javier –cuenta–, los primeros meses nos vimos mucho, cada dos o tres días, no nos podíamos despegar. A veces nos juntábamos con sus amigos y con los del viejo y hablaban de cosas de las que yo no tenía ni la menor idea, un lenguaje desconocido o muy lejano. Hablaban con naturalidad de, qué sé yo, las FAR, y para mí era chino. El desglose de las palabras tiene que ver con la incorporación rápida de ese lenguaje y de la historia que implicaba. Y el compromiso que suponía.” Quizás el momento más revelador e impactante de esa ambigüedad del lenguaje sea el poema “Caer no es caer”:
Chupar no es chupar
Cita no es cita.
Dar no es dar.
Caer no es caer.
Soplar no es soplar.
Pinza no es pinza.
Fierro no es fierro.
Máquina no es máquina.
Capucha no es capucha.
Submarino no es submarino.
Personal no es personal.
Parrilla no es parrilla.
Apretar no es apretar.
Quebrar no es quebrar
Cantar no es cantar.
Volar no es volar.
Dormir no es dormir.
Limpiar no es limpiar.
Guerra no es guerra.
Cuerpo no es cuerpo.
Desaparecer no es desaparecer.
Morir no es morir.
Ser no es ser.
Yo, nada.
“En el libro hago hincapié en lo que para los sobrevivientes significan las palabras –dice Angela–. Y hay palabras que están infectadas. Yo puedo permitirme tener un lenguaje infectado porque mi historia está marcada, pero no puedo bajo ningún concepto instalar eso a futuro. Mis hijos no tienen que pensar en un exterminio cuando alguien diga asado o una picana cuando alguien diga parrilla. Está bien que se mantenga en la memoria pero no hay que dejar la vida de lado.”
Los hijos fueron un sacudón desde las raíces para Angela Urondo. Quizá fueron ellos, los chicos, quienes abrieron la urgencia por saber quién era Alicia Raboy, la madre. ¿Quién te creés que sos? dedica varias páginas a la investigación sobre la vida de Alicia Raboy, armada con recuerdos, mails y cartas de amigos, incluso charlas –por fin– con algunos miembros de la familia que, en su largo silencio, habían negado a esta mujer, estudiante de ingeniería naval, miembro de Montoneros desde 1971 y encargada de la sección Gremiales del diario Noticias.
En el libro es medular la reconstrucción de la vida y la militancia de tu madre.
–Es que con papá tuve la facilidad de poder leerlo, de poder leer lo que se escribió sobre él y escuchar a gente que lo conoció. Y además tener el recuerdo familiar, sin bronce. Y, por supuesto, el cuerpo de mi padre apareció: mi padre tiene una tumba que puedo visitar. Mi madre sigue desaparecida. Y además había estado en silencio tanto tiempo dentro de la familia... Hay que pensar que mis adoptantes eran sus primos y nunca me hablaron de ella, fue borrada. Los amigos que quedaban eran de una época anterior, ya no sabían quién era Alicia de grande. Pero este último año aparecieron testimonios. De su familia, de amigos, de gente que compartió actividades en Mendoza.
Estás trabajando sobre sus notas en Noticias.
–Es un trabajo arqueológico: tratar de desglosar en la sección Gremiales, cuáles fueron las notas que pudo haber escrito mamá. Tomamos como referencia las que sabemos que fueron de ella, como la cobertura del encuentro de Fidel Castro y José Ber Gelbard en Cuba, que ella cubrió. Se trata de encontrar ciertos usos, ciertos rasgos de estilo. Llevo revisados apenas 80 números. Es un trabajo que merecía salir a la luz porque es la palabra de ella, de una mujer anónima que no pudo criar a su hija, que se apropió de espacios masculinos rompiendo el estereotipo de su familia de clase media judía. Estoy descubriendo a una tipa interesantísima y cuanto más la conozco más me gusta. Es muy, muy extraño enamorarse de la propia madre.
Por Mariana Enriquez
Cuando era adolescente, Angela Urondo Raboy –entonces no respondía aún a esos apellidos– paseaba a sus perros por la ESMA; recorrían partes del predio que no estaban vigilados. El lugar le resultaba familiar: vivía a diez cuadras de la ESMA y durante muchísimos años sus padres adoptivos la mandaron al Club Náutico Bouchard, en la calle Comodoro Rivadavia, pegado a la Lugones, separado de la Escuela apenas por un estacionamiento. “Ibamos varias veces por semana y a pasar el día entero los sábados y domingos, religiosamente; el lugar me maravillaba de día y me daba mucho miedo de noche”, escribe en ¿Quién te creés que sos?, su libro que es testimonio, diario íntimo y autobiografía.
En ese momento, Angela –el nombre de pila siempre lo conservó– no sabía que su hermana Claudia Urondo, que continúa desaparecida, había estado secuestrada en la ESMA. Tampoco sabía que su padre, Paco Urondo, había sido asesinado a golpes, a culatazos, el 17 de junio de 1976 en Guaymallén, Mendoza, cuando el auto en el que viajaba con su mujer, Alicia Raboy, su compañera René Ahualli y ella misma, la beba Angela, de once meses, fue interceptado a balazos. Paco, desde hacía poco responsable de la regional Cuyo de Montoneros, les dijo a las mujeres que huyeran. René logró escapar, herida; Alicia y Angela fueron secuestradas. Alicia continúa desaparecida. Angela estuvo detenida en el D2, el centro clandestino más grande de la provincia, luego fue llevada a la Casa Cuna y finalmente, enredada en una trama familiar de ocultamiento y silencios, adoptada legalmente por la prima de su madre y su marido; la pareja adoptante jamás le contó su historia, ni le permitió tener contacto con su familia paterna. Pero Angela recordaba. No sabía bien qué: pero se acordaba.
¿Es común tener recuerdos del primer año de vida?
–No. Hay terapeutas que dicen que la memoria se construye a través de la palabra y que no hay memoria antes del lenguaje. Pero yo tengo memoria, una memoria especial, de un shock postraumático, no la memoria de un cotidiano. Cuando volví a Mendoza constaté algunas cosas: lugares que encontré en sueños, una esquina, una fábrica; después de conocer la Casa Cuna, el D2, el corralón –de donde fuimos secuestradas mi madre y yo–, la casa donde viví, me di cuenta de que ensamblé edificios en mi cabeza. Quedé en una búsqueda constante de mis padres y de algo conocido, entonces guardé amontonadas en la memoria un montón de cosas y quedé con la manija del que busca y no sabe qué, desorientada. Con una sensación de ruido mental. Si yo me acordase de esa época con una memoria, digamos, “normal”, me acordaría de mi mamá dándome la leche; y no me acuerdo de ella ni de mi papá, que es lo que yo desearía. Por más que haga fuerza no me acuerdo de lo que quiero: me acuerdo de lo que me shockeó, y desde ese lugar sostengo que esto es memoria. A mí la palabra me vino a través de mis adoptantes, por eso nunca pude explicar esa memoria previa, pero estaba, se reiteraba y se mantenía presente y yo no entendía por qué, por qué me daba miedo un sueño con un jardín de infantes, un sueño en el que no pasaba nada, por ejemplo.
En el recorrido de ¿Quién te creés que sos? hay varios regresos a los lugares de los sueños, en Mendoza. La primera vez, en 2001: en ese viaje habló con los hermanos Horacio y Miguel, los dueños del corralón donde la atraparon junto a su madre, hombres de más de noventa años. Escribe Angela: “Me contaron paso a paso todo lo ocurrido. Que los policías entraron, apenas unos segundos después de nosotras. Que la escalera no conducía a ningún lugar, sino arriba, al depósito de carbón, que no tenía salida por ninguna parte. Que la encontraron enseguida y la bajaron por la escalera arrastrándola de los pelos. Que la golpearon, brutalmente, que nunca habían visto algo así. Que tuvieron miedo y por eso nunca salieron del corralón, no vieron lo que pasó afuera. Que al rato los policías entraron de nuevo, les sacaron a ‘la beba’ y ellos se la entregaron, qué iban a hacer”.
Hubo muchos regresos más antes del regreso de 2010, cuando se inició, en noviembre de ese año, el juicio por el asesinato de Paco, la desaparición de Alicia Raboy y causas de otras veintidós víctimas del terrorismo de Estado. ¿Quién te creés que sos? también es una crónica de ese juicio, que duró casi uno año. “Este libro fue escrito con incertidumbre, a tientas. Por eso en la primera parte pongo nada más que los documentos, las palabras inapelables: cartas de mi padre, las fotos que tengo con ellos, la sentencia.” En esa primera parte, la de los documentos, también está el primer relato escrito de su caída y la de sus padres: lo firma Rodolfo Walsh el 29 de diciembre de 1976 y apareció originalmente en Los papeles de Walsh. Cuadernos del peronismo montonero auténtico (1979).
¿Te impresionó que en tu historia, que no conocías, aparecieran estos nombres?
–No. Yo no sabía quiénes eran. No conocía a nadie. Fue una especie extraña de suerte. Bastante difícil es todo este proceso; como no tenía idea de quiénes eran, no tuve que lidiar además con la “celebridad”.
Los padres adoptivos le hablaron por primera vez del asesinato de sus padres de una manera brutal, repentina. Angela era adolescente, estaba con ellos en el auto, pasaban frente a la ESMA y, ante el edificio, la madre adoptiva dijo “milicos de mierda”. Angela quiso saber por qué puteaba. “¿No lo sabés? Mataron y torturaron a muchísima gente, mataron también a tus papás”, fue la respuesta. No hubo mucho más. En 1994, cuando tenía 19 años, la familia adoptiva la alentó a reclamar la indemnización que le correspondía como hija de desaparecidos. Cuando fue a la Secretaría de Derechos Humanos para iniciar el trámite por la Ley 24.411, anunció con naturalidad a la chica que la atendía que su padre era Francisco Urondo. La chica se puso a llorar. Angela no entendió por qué: los adoptantes le habían dicho que su padre “escribía libros de economía”.
¿Cuándo decidiste empezar con el proceso de desadopción?
–A partir de mi primer embarazo. Yo tenía una adopción plena: es la que rompe con la familia de origen, con los vínculos de todo tipo. Y además las adopciones, por ley, son sentencias inapelables. Yo fui a la Justicia con toda la teoría en contra, porque el derecho dice que no me tienen que dar cabida, que mis adoptantes tienen derecho a que nadie apele un beneficio que obtuvieron. Me presenté con muchas pruebas: en principio con el ADN hecho y mi familia pidiendo la restitución. Inicié el juicio con una inocencia enorme; recién hace tres semanas tuve mi partida de nacimiento. Mi hijo tiene 5 años.
Y ahora no tenés relación con tu familia adoptiva.
–Cuando tuve a mi hijo se cayó a pedazos la posibilidad de sostenerlos a ellos en algún rol familiar. Una cosa era manejar yo esa dualidad y otra pasársela a él. Decidí que mi hijo tenía sus abuelos, que estaban fallecidos, y así lo educo en su verdad. Ahora tengo dos hijos y ambos saben que a los abuelos los mataron, cuando sean más grandes tendrán clara la historia. Los chicos construyen un vínculo con esos abuelos que tienen, a pesar de la ausencia. Mi hijo habla de “mi abuela Ali”, pero le hacen ruido las fotos; las abuelas que él conoce, las de sus compañeros de jardín, son viejitas. Y en las fotos, mi madre es muy joven.
Palabras infectadas
Gran parte de ¿Quién te creés que sos? se publicó antes en forma de blog –el blog personal de Angela, Pedacitos–. “Yo soy dibujante y cuando abrí el blog había decidido que quería poner en palabras la historia, pero todavía me sostenía en lo visual. Jugaba con fotos, y de a poco empezaron a salir los primeros textos. Trabajaba libremente sin ninguna presión de pensar en el lector ni nada. Necesitaba tener al lector como testigo; era una construcción privada, pero quería la mirada del afuera, necesitaba una sociedad atestiguando lo que estaba ocurriendo.”
Toda la reconstrucción de la historia personal contada en ¿Quién te creés que sos? está dominada por la incorporación, frenética, de un nuevo lenguaje. En cada página se ve casi obligada a descomponer las palabras, a escribir (des)espera, (de)vuelta, (re)unirse; a preguntarse por qué la inquieta la doble significación de la palabra “militar”, por ejemplo. “Cuando conocí a mi hermano Javier –cuenta–, los primeros meses nos vimos mucho, cada dos o tres días, no nos podíamos despegar. A veces nos juntábamos con sus amigos y con los del viejo y hablaban de cosas de las que yo no tenía ni la menor idea, un lenguaje desconocido o muy lejano. Hablaban con naturalidad de, qué sé yo, las FAR, y para mí era chino. El desglose de las palabras tiene que ver con la incorporación rápida de ese lenguaje y de la historia que implicaba. Y el compromiso que suponía.” Quizás el momento más revelador e impactante de esa ambigüedad del lenguaje sea el poema “Caer no es caer”:
Chupar no es chupar
Cita no es cita.
Dar no es dar.
Caer no es caer.
Soplar no es soplar.
Pinza no es pinza.
Fierro no es fierro.
Máquina no es máquina.
Capucha no es capucha.
Submarino no es submarino.
Personal no es personal.
Parrilla no es parrilla.
Apretar no es apretar.
Quebrar no es quebrar
Cantar no es cantar.
Volar no es volar.
Dormir no es dormir.
Limpiar no es limpiar.
Guerra no es guerra.
Cuerpo no es cuerpo.
Desaparecer no es desaparecer.
Morir no es morir.
Ser no es ser.
Yo, nada.
“En el libro hago hincapié en lo que para los sobrevivientes significan las palabras –dice Angela–. Y hay palabras que están infectadas. Yo puedo permitirme tener un lenguaje infectado porque mi historia está marcada, pero no puedo bajo ningún concepto instalar eso a futuro. Mis hijos no tienen que pensar en un exterminio cuando alguien diga asado o una picana cuando alguien diga parrilla. Está bien que se mantenga en la memoria pero no hay que dejar la vida de lado.”
Los hijos fueron un sacudón desde las raíces para Angela Urondo. Quizá fueron ellos, los chicos, quienes abrieron la urgencia por saber quién era Alicia Raboy, la madre. ¿Quién te creés que sos? dedica varias páginas a la investigación sobre la vida de Alicia Raboy, armada con recuerdos, mails y cartas de amigos, incluso charlas –por fin– con algunos miembros de la familia que, en su largo silencio, habían negado a esta mujer, estudiante de ingeniería naval, miembro de Montoneros desde 1971 y encargada de la sección Gremiales del diario Noticias.
En el libro es medular la reconstrucción de la vida y la militancia de tu madre.
–Es que con papá tuve la facilidad de poder leerlo, de poder leer lo que se escribió sobre él y escuchar a gente que lo conoció. Y además tener el recuerdo familiar, sin bronce. Y, por supuesto, el cuerpo de mi padre apareció: mi padre tiene una tumba que puedo visitar. Mi madre sigue desaparecida. Y además había estado en silencio tanto tiempo dentro de la familia... Hay que pensar que mis adoptantes eran sus primos y nunca me hablaron de ella, fue borrada. Los amigos que quedaban eran de una época anterior, ya no sabían quién era Alicia de grande. Pero este último año aparecieron testimonios. De su familia, de amigos, de gente que compartió actividades en Mendoza.
Estás trabajando sobre sus notas en Noticias.
–Es un trabajo arqueológico: tratar de desglosar en la sección Gremiales, cuáles fueron las notas que pudo haber escrito mamá. Tomamos como referencia las que sabemos que fueron de ella, como la cobertura del encuentro de Fidel Castro y José Ber Gelbard en Cuba, que ella cubrió. Se trata de encontrar ciertos usos, ciertos rasgos de estilo. Llevo revisados apenas 80 números. Es un trabajo que merecía salir a la luz porque es la palabra de ella, de una mujer anónima que no pudo criar a su hija, que se apropió de espacios masculinos rompiendo el estereotipo de su familia de clase media judía. Estoy descubriendo a una tipa interesantísima y cuanto más la conozco más me gusta. Es muy, muy extraño enamorarse de la propia madre.
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