“No sé cuál es el día de mi cumpleaños”
Es hija de María Hilda Pérez y José María Laureano Donda, ambos desaparecidos. Victoria Donda fue entregada por su tío Adolfo Miguel Donda, jefe de la ESMA, a su apropiador, Azic. “Celebro este juicio”, destacó ante el tribunal.
Por Alejandra Dandan
Quizás en un momento hacía falta decirlo con esas palabras. “Yo entiendo todas las preguntas que me hacen para encontrar el contexto en el que cada uno vive su infancia –dijo Victoria Donda ante la sala de audiencias, en los Tribunales de Retiro–. Mi infancia no puedo decir que no haya sido normal; me mintieron, pero pude elegir mi camino en la vida, pero eso no es el objeto de este juicio. No estamos juzgando si nos criaron con amor, yo sentí amor y siento amor, pero acá estamos juzgando otra cosa: el plan sistemático con el que se apropiaron de niñas y niños que nacimos en las detenciones clandestinas de nuestros padres. Eso estamos juzgando. El contexto puede ser objeto de otro tipo de reproche penal.”
Como lo son los testimonios de cada uno de los hijos robados por la última dictadura argentina, la voz de Victoria Donda sumergió a la sala de audiencias otra vez en el camino inencastrable de una identidad construida entre los dos lados del mundo. Pese a eso, a los intentos de explicar –a partir de las preguntas de los defensores de su apropiador, José Antonio Azic– cómo es que él la acompañó a algunos trabajos sociales dentro del barrio donde inició su militancia territorial. Cómo discutió. Cómo compró sillas para uno de los comedores. Cómo su apropiadora hizo tortas para los cumpleaños de los pibes de la villa. O cómo el hermano de su padre –el represor Adolfo Miguel Donda– hizo para estar en la Escuela Mecánica de la Armada asistiendo al secuestro de sus padres. Pese a todo eso, Victoria intentó más de una vez hacer eje en lo específico: “No estamos juzgando acá casos individuales –repitió al final–, porque a unos nos trataron bien y a otros mal, pero la verdad es que lo que hicieron tiene que ser juzgado, así que celebro este juicio”.
Hacia el final, Victoria pronunció como lo había hecho antes el nombre de sus padres biológicos. “Estoy orgullosa de ser hija de María Hilda Pérez, que era petisa, le decían Cori y militaba en Montoneros, y de mi papá, José María Laureano Donda, que le decían Pato y era muy alto. Hasta 2006 me alcanzaba con eso, no quería conocerlos más porque cuando uno conoce a alguien lo extraña y yo pensaba que si me concentraba en la vida y la militancia no iba a necesitar conocerlos. Después me entero de que mi abuela Leontina Puebla tenía Alzheimer y si quería conocer cómo era mi mamá de chiquita, tenía que apurarme a verla, porque a mis familiares paternos todavía no los veía y a Donda lo único que le preguntaría no es cómo eran, sino dónde están mi mamá y mi papá”.
“Mi nombre es Victoria”
Victoria empezó de algún modo su declaración con las preguntas siempre protocolares del Tribunal.
–¿Jura o promete decir la verdad? –le preguntó la jueza María Roqueta.
–Prometo –dijo Victoria, y la jueza preguntó su nombre y la fecha de nacimiento. “La fecha de nacimiento es eh... 1977.... eso es lo que dice el documento, 17 de septiembre de 1977, pero no sé cuál es el día verdadero.”
–Con respecto a los acusados, ¿tiene algún vínculo de parentesco, pleito o deuda pendiente?
–Con respecto a uno de ellos, no tengo vínculo de parentesco biológico, pero sí personal.
–¿Con quién? –preguntó Roqueta.
–Con Azic.
El prefecto Juan Antonio Azic robó a dos niñas. Victoria creció convencida de que quien ahora es Carla Valeria Dameri era su hermana. Niklison le preguntó al comienzo desde cuándo sabe que es quien es. “Desde el 8 de octubre de 2004 –dijo Victoria–. Cuando el juez Oyarbide me leyó el resultado del análisis de ADN que se llevó adelante en el Banco de Datos Genéticos del Hospital Durand. El proceso en realidad empezó antes de que yo me enterara de que era hija de desaparecidos, por una investigación que había llevado adelante la comisión Hermanos de Hijos y Abuelas, a partir de denuncias anónimas de vecinos del lugar donde me habían criado.”
Con su identidad, supo que el hermano mayor de su padre, a quien su padre admiraba, por el que entró al Liceo Militar, al que convirtió en testigo de casamiento, era uno de los jefes de tareas de la ESMA y que estuvo “cuando a mi mamá la llevan para tenerme”. Victoria no quiso conocerlo. Supo que tenía una hermana dos años más grande. Que con las leyes de impunidad en vigencia, Donda logró sacarle a su abuela la tenencia de esa hermana, Eva Daniela Donda. También habló con su abuela Leontina, que por lo de la tenencia a fines de los ’80 se había ido a Toronto. Victoria viajó a conocerla en abril de 2006. “Nos vimos como abuela y nieta. Al principio fue medio raro, pero cuando me abrazó sentí que era mi abuela. Me hizo sopa de verduras los quince días que estuve en Toronto, y me di cuenta ahí de que era bastante obsesiva y teníamos cosas en común.”
El abogado de Abuelas Luciano Hazan le pidió que explicara qué significó para ella, personalmente, recuperar su identidad. “La identidad para mí se construye todos los días –dijo ella–. Yo recuperé la identidad biológica, creo que nadie puede vivir sin saber de dónde viene.”
La vida de Victoria empezó a cambiar en las asambleas barriales en la crisis de 2001. Una vez levantó la mano para anotarse en la lista de oradores. Un vecino que había militado en el PC y la había visto de chica al lado de Azic, les dijo a sus responsables políticos que ella podía ser “un servicio” o “podía ser hija de desaparecidos”. En 2003, después de la investigación que empezaron así sus compañeros, a sus 18 años, lo primero que supo fue que la persona que la crió era un represor que había estado en la ESMA. “Y por el gran afecto que le tenía y le sigo temiendo, pensé que iba a tener que dejar de militar porque... –se detuvo– sentía que era una contradicción ese afecto con mi práctica política y práctica de vida.” Cuando empezó a ver papeles, el domicilio de un hospital que no existía, el nombre de un médico que había firmado otras actas de niños apropiados, “me di cuenta de cosas que me habían pasado y eran raras”. Nunca, por ejemplo, había hecho la renovación del DNI en un registro civil. Había leído el Nunca Más, pero nunca se dio cuenta de que figuraba su apellido. Se dio cuenta de que no tenía fotos de recién nacida. Reconstruyó que Héctor Febres, a quien de chica veía y llamaba “padrino”, alguna vez cuando ella leía el libro del Che Guevara y decía que era “guevarista”, y se empezaba a vestir como el Che, dejó de decirle “turquita”, le dijo “zurdita”. Y murmuró: “Hay algunas cosas que no tienen arreglo”.
Tampoco había preguntado dónde había nacido. Y cuando lo hizo, de chica, su apropiadora, que ahora está muerta, le dijo que “era un regalo de Dios”.
La búsqueda
A la madre de Victoria la secuestraron cuando estaba con un embarazo de cinco meses. Se la llevaron de la Plaza de Morón. Ella intentó escaparse, se le rompió un taco y volvieron a agarrarla. Dos horas después, su padre, en esa plaza, encontró los zapatos de Hilda. A él lo secuestraron dos meses después. Estuvieron en la comisaría de Castelar, y a ella luego se la llevaron a la ESMA. Hilda supo que ahí también estaba Donda. Victoria supo que por eso recibió algo que llamó “beneficios” entre comillas. Una mandarina de más o grilletes con los que podía caminar. A pedido suyo, Donda se comprometió a entregar el bebé a la abuela Leontina. Hilda dio a luz en el cuarto de embarazadas, no quiso ser asistida por el médico. José Luis Magnacco sólo entró a cortar el cordón umbilical. Como su madre y las compañeras temían que la mandaran a un orfanato, le punzaron la oreja con una aguja para enhebrar un hilo azul.
Victoria subrayó otras dos cosas. La primera, que no entendía cómo Donda no está siendo juzgado en esta causa por su caso, porque su acusación todavía está en la primera instancia. Y explicó lo de su cumpleaños. “La verdad es que no voy a seguir festejando el día que no nací –dijo–. Tienen 365 días del año para regalarme cosas.”
Es hija de María Hilda Pérez y José María Laureano Donda, ambos desaparecidos. Victoria Donda fue entregada por su tío Adolfo Miguel Donda, jefe de la ESMA, a su apropiador, Azic. “Celebro este juicio”, destacó ante el tribunal.
Por Alejandra Dandan
Quizás en un momento hacía falta decirlo con esas palabras. “Yo entiendo todas las preguntas que me hacen para encontrar el contexto en el que cada uno vive su infancia –dijo Victoria Donda ante la sala de audiencias, en los Tribunales de Retiro–. Mi infancia no puedo decir que no haya sido normal; me mintieron, pero pude elegir mi camino en la vida, pero eso no es el objeto de este juicio. No estamos juzgando si nos criaron con amor, yo sentí amor y siento amor, pero acá estamos juzgando otra cosa: el plan sistemático con el que se apropiaron de niñas y niños que nacimos en las detenciones clandestinas de nuestros padres. Eso estamos juzgando. El contexto puede ser objeto de otro tipo de reproche penal.”
Como lo son los testimonios de cada uno de los hijos robados por la última dictadura argentina, la voz de Victoria Donda sumergió a la sala de audiencias otra vez en el camino inencastrable de una identidad construida entre los dos lados del mundo. Pese a eso, a los intentos de explicar –a partir de las preguntas de los defensores de su apropiador, José Antonio Azic– cómo es que él la acompañó a algunos trabajos sociales dentro del barrio donde inició su militancia territorial. Cómo discutió. Cómo compró sillas para uno de los comedores. Cómo su apropiadora hizo tortas para los cumpleaños de los pibes de la villa. O cómo el hermano de su padre –el represor Adolfo Miguel Donda– hizo para estar en la Escuela Mecánica de la Armada asistiendo al secuestro de sus padres. Pese a todo eso, Victoria intentó más de una vez hacer eje en lo específico: “No estamos juzgando acá casos individuales –repitió al final–, porque a unos nos trataron bien y a otros mal, pero la verdad es que lo que hicieron tiene que ser juzgado, así que celebro este juicio”.
Hacia el final, Victoria pronunció como lo había hecho antes el nombre de sus padres biológicos. “Estoy orgullosa de ser hija de María Hilda Pérez, que era petisa, le decían Cori y militaba en Montoneros, y de mi papá, José María Laureano Donda, que le decían Pato y era muy alto. Hasta 2006 me alcanzaba con eso, no quería conocerlos más porque cuando uno conoce a alguien lo extraña y yo pensaba que si me concentraba en la vida y la militancia no iba a necesitar conocerlos. Después me entero de que mi abuela Leontina Puebla tenía Alzheimer y si quería conocer cómo era mi mamá de chiquita, tenía que apurarme a verla, porque a mis familiares paternos todavía no los veía y a Donda lo único que le preguntaría no es cómo eran, sino dónde están mi mamá y mi papá”.
“Mi nombre es Victoria”
Victoria empezó de algún modo su declaración con las preguntas siempre protocolares del Tribunal.
–¿Jura o promete decir la verdad? –le preguntó la jueza María Roqueta.
–Prometo –dijo Victoria, y la jueza preguntó su nombre y la fecha de nacimiento. “La fecha de nacimiento es eh... 1977.... eso es lo que dice el documento, 17 de septiembre de 1977, pero no sé cuál es el día verdadero.”
–Con respecto a los acusados, ¿tiene algún vínculo de parentesco, pleito o deuda pendiente?
–Con respecto a uno de ellos, no tengo vínculo de parentesco biológico, pero sí personal.
–¿Con quién? –preguntó Roqueta.
–Con Azic.
El prefecto Juan Antonio Azic robó a dos niñas. Victoria creció convencida de que quien ahora es Carla Valeria Dameri era su hermana. Niklison le preguntó al comienzo desde cuándo sabe que es quien es. “Desde el 8 de octubre de 2004 –dijo Victoria–. Cuando el juez Oyarbide me leyó el resultado del análisis de ADN que se llevó adelante en el Banco de Datos Genéticos del Hospital Durand. El proceso en realidad empezó antes de que yo me enterara de que era hija de desaparecidos, por una investigación que había llevado adelante la comisión Hermanos de Hijos y Abuelas, a partir de denuncias anónimas de vecinos del lugar donde me habían criado.”
Con su identidad, supo que el hermano mayor de su padre, a quien su padre admiraba, por el que entró al Liceo Militar, al que convirtió en testigo de casamiento, era uno de los jefes de tareas de la ESMA y que estuvo “cuando a mi mamá la llevan para tenerme”. Victoria no quiso conocerlo. Supo que tenía una hermana dos años más grande. Que con las leyes de impunidad en vigencia, Donda logró sacarle a su abuela la tenencia de esa hermana, Eva Daniela Donda. También habló con su abuela Leontina, que por lo de la tenencia a fines de los ’80 se había ido a Toronto. Victoria viajó a conocerla en abril de 2006. “Nos vimos como abuela y nieta. Al principio fue medio raro, pero cuando me abrazó sentí que era mi abuela. Me hizo sopa de verduras los quince días que estuve en Toronto, y me di cuenta ahí de que era bastante obsesiva y teníamos cosas en común.”
El abogado de Abuelas Luciano Hazan le pidió que explicara qué significó para ella, personalmente, recuperar su identidad. “La identidad para mí se construye todos los días –dijo ella–. Yo recuperé la identidad biológica, creo que nadie puede vivir sin saber de dónde viene.”
La vida de Victoria empezó a cambiar en las asambleas barriales en la crisis de 2001. Una vez levantó la mano para anotarse en la lista de oradores. Un vecino que había militado en el PC y la había visto de chica al lado de Azic, les dijo a sus responsables políticos que ella podía ser “un servicio” o “podía ser hija de desaparecidos”. En 2003, después de la investigación que empezaron así sus compañeros, a sus 18 años, lo primero que supo fue que la persona que la crió era un represor que había estado en la ESMA. “Y por el gran afecto que le tenía y le sigo temiendo, pensé que iba a tener que dejar de militar porque... –se detuvo– sentía que era una contradicción ese afecto con mi práctica política y práctica de vida.” Cuando empezó a ver papeles, el domicilio de un hospital que no existía, el nombre de un médico que había firmado otras actas de niños apropiados, “me di cuenta de cosas que me habían pasado y eran raras”. Nunca, por ejemplo, había hecho la renovación del DNI en un registro civil. Había leído el Nunca Más, pero nunca se dio cuenta de que figuraba su apellido. Se dio cuenta de que no tenía fotos de recién nacida. Reconstruyó que Héctor Febres, a quien de chica veía y llamaba “padrino”, alguna vez cuando ella leía el libro del Che Guevara y decía que era “guevarista”, y se empezaba a vestir como el Che, dejó de decirle “turquita”, le dijo “zurdita”. Y murmuró: “Hay algunas cosas que no tienen arreglo”.
Tampoco había preguntado dónde había nacido. Y cuando lo hizo, de chica, su apropiadora, que ahora está muerta, le dijo que “era un regalo de Dios”.
La búsqueda
A la madre de Victoria la secuestraron cuando estaba con un embarazo de cinco meses. Se la llevaron de la Plaza de Morón. Ella intentó escaparse, se le rompió un taco y volvieron a agarrarla. Dos horas después, su padre, en esa plaza, encontró los zapatos de Hilda. A él lo secuestraron dos meses después. Estuvieron en la comisaría de Castelar, y a ella luego se la llevaron a la ESMA. Hilda supo que ahí también estaba Donda. Victoria supo que por eso recibió algo que llamó “beneficios” entre comillas. Una mandarina de más o grilletes con los que podía caminar. A pedido suyo, Donda se comprometió a entregar el bebé a la abuela Leontina. Hilda dio a luz en el cuarto de embarazadas, no quiso ser asistida por el médico. José Luis Magnacco sólo entró a cortar el cordón umbilical. Como su madre y las compañeras temían que la mandaran a un orfanato, le punzaron la oreja con una aguja para enhebrar un hilo azul.
Victoria subrayó otras dos cosas. La primera, que no entendía cómo Donda no está siendo juzgado en esta causa por su caso, porque su acusación todavía está en la primera instancia. Y explicó lo de su cumpleaños. “La verdad es que no voy a seguir festejando el día que no nací –dijo–. Tienen 365 días del año para regalarme cosas.”
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