“Pensé que los iban a liberar”
“Me enteré de la desaparición de mi hijo y de mi nuera el 17 de octubre de 1976”, contó Delia y detalló su ingenuidad: creía que el avanzado embarazo de su nuera le garantizaría la libertad. Los secuestraron y dejaron a la hermanita de tres años.
Por Alejandra Dandan
Las Abuelas de Plaza de Mayo habían conseguido un dato. Eran tiempos de democracia. Le dijeron a Delia Giovanola de Califano que tenían información de alguien que podía ser su nieto y le preguntaron si ella misma quería hacer la investigación. Delia, que llevaba años buscándolo, dijo que sí. Fue hasta una casa de la avenida Garay. “Toqué timbre y dije: ‘Yo soy la abuela del chico que usted está criando’, pero la persona me acuerdo que me sacó volando, me dijo que yo no era la abuela, me dio un portazo y se fue.”
Todavía no sabían cómo hacer con las búsquedas. Delia había sido una de las primeras mujeres que buscaban a sus nietos. Aún eran tres o cuatro, enviaban cartas, presentaban hábeas corpus y se nombraban Abuelas Argentinas que buscan a sus nietos nacidos en cautiverio.
“Yo me enteré de la desaparición de mi hijo y de mi nuera el 17 de octubre de 1976”, dijo ayer en la sala de audiencias de los Tribunales de Retiro, sentada ante el Tribunal Oral Federal 6, en el juicio sobre el plan sistemático de robo de bebés. “Yo era docente y me hablaron por teléfono a la escuela para decirme de la desaparición de mi hijo y mi nuera embarazada de ocho meses; y a mi nieta de 3 años la dejaron solita durmiendo en una cuna, era un día lunes, se los habían llevado un día antes.”
La nieta es Virginia Ogando, ahora una mujer que encabeza la búsqueda de su hermano, en Internet, con afiches, desde Hijos y la que lo buscó hasta a través de un programa de televisión. La noche del operativo era la que estaba en la cuna. La patota avisó a unos vecinos, les ordenó no abrir la puerta y dijeron que era un procedimiento del Ejército. Cuando la vecina vio, por el ojo de la cerradura, que se iban buscó a Virginia y la puso en contacto con los abuelos.
Delia no tenía idea de lo que estaba pasando. No sabía dónde ir. Acudió a ver al marido de una colega, un militar de alto rango, pero no le dio datos. Primero la recibió, pero después le dijo que ella tenía que averiguar: “Eso fue muy al principio, el primero o segundo día, después no volví a verlo porque evidentemente no me quería ayudar o no podía”.
Cada vez que dejaba la casa por un viaje corto, dejaba también los datos de dónde estaba: “Siempre pensé que los iban a liberar por el estado avanzando del embarazo de mi nuera, que los llevaban a declarar y los iban a liberar, pero bueno, no ocurrió”.
La historia
Su nuera, Estela Montesano, era abogada y su hijo, Jorge Ogando, empleado del Banco Provincia. Delia está convencida de que no integraron una organización armada o política, pero habló del compromiso que habían asumido en medio de una ciudad devastada como La Plata, y del miedo. En la casa alojaron al hijo de un militar de Bahía Blanca y cada tanto prestaban la casa para algunas reuniones de las que pese a eso no querían participar.
Delia los vio por última vez ocho días antes del secuestro, en una misa por el aniversario de la muerte de su madre. Su hijo estaba nervioso. Salía y entraba por un pasillo. Llevó a su nuera al cementerio y en el camino pararon el auto: “Ella me dice que estaban muy preocupados porque había desaparecido el muchacho del matrimonio que estaba con ellos”, explicó. “Yo me quedé muy mal porque no le di ninguna importancia, les dije: ‘Bueno, mejor solos’. Yo no sabía lo que estaba ocurriendo en La Plata, era ajena. Cuando ella me contó seguramente quería contarme algo más, pero yo dije: ‘Mejor así, el matrimonio solo’.”
Esa desaparición los puso en la boca del lobo. Su hijo hizo la denuncia en la base de Inteligencia del Ejército en La Plata y ahí le pidieron los datos y hasta le dijeron que el chico era muy peligroso. Eso es lo que Delia cree que quería decirle su nuera. Después de la desaparición de ese muchacho apodado Bigo, desapareció Emilio Horacio García Ogando, uno de los tíos de Jorge, que se reunía en la casa, y un día después se los llevaron a ellos.
“Durante años juré que no tenían nada que ver con nada, pero el tiempo me fue dando pautas de que estaban comprometidos, de todos modos me llama la atención de que estando comprometidos hayan ido a hacer la denuncia al Servicio de Inteligencia del Ejército: se metieron en la boca del lobo.”
El pozo
En dictadura, Delia firmó solicitadas, peregrinó con Abuelas, participó en ese proceso por el que ellas entendieron que debían realizar una búsqueda específica sobre los nietos. Se reunió en el Tortoni o en Las Violetas y en su casa con las otras mujeres “tratando de disimular porque teníamos miedo”. Esperó hasta la democracia, sin embargo, para reunirse con Alicia Carminatti, una de las sobrevivientes del Pozo de Banfield que podía darle datos de su nuera. A ella la encontró en una confitería de la avenida Pueyrredón. Delia llevó una lista de preguntas: “Hablamos mucho tiempo y me fue contestado algunas cosas, pero otras no, en esos momentos me preguntaba si realmente quería saber porque era muy duro”.
Alicia estuvo en la misma celda de Estela hasta el 29 de diciembre de 1976. “Me dijo que tuvo familia esposada, en un lugar ajeno al lugar donde estaban las celdas y volvió a los tres o cuatro días sin el bebé, que en ese momento le dio una desesperación, llantos y gritos porque reclamaba a su bebé, volvió con el cordón umbilical en la mano que lo fue pasando hasta que llegó donde estaba el marido. El bebé era rubio y de ojos celestes, y le mandó a decir que haga de cuenta que otra vez nació Virginia, que era igualito a ella, que iba a ponerle Martín.”
A través de la Conadep recibió un anónimo de un militar que decía que podía aportar datos sobre el lugar donde habían sido desaparecidos Estela y Jorge. Finalmente no lo vio porque ese militar supuestamente arrepentido seguía trabajando en Campo de Mayo.
En el ’85, Abuelas recibió el dato de la calle Garay. A través de los vecinos supieron el nombre de la escuela. La directora la puso en contacto con el niño, que no era rubio ni de ojos celestes, y al cual Delia le miraba los pies intentando saber si eran un poco chuecos como los de su nuera. En esos rasgos buscaba algo que le dijera algo. La directora sacó la partida de nacimiento. Mientras ella se convencía de que no era su nieto, leyeron que –como en otras apropiaciones– el niño había nacido en una casa particular. Con el tiempo, supieron que era Sebastián Casado Tasca, hijo de otra pareja de desaparecidos.
Durante el testimonio, ella mencionó a Robert Cox. El director del Buenos Aires Herald un día les dijo que no tenía ninguna duda de que en los ministerios de Marina, del Ejército y de la Aeronáutica había listas en espera para esos chicos nacidos en cautiverio y que la suerte de las embarazadas quedaba sellada en el mismo momento del secuestro. Las querellas y el fiscal Martín Niklison pidieron al final de la audiencia que Cox fuera citado a declarar.
“Me enteré de la desaparición de mi hijo y de mi nuera el 17 de octubre de 1976”, contó Delia y detalló su ingenuidad: creía que el avanzado embarazo de su nuera le garantizaría la libertad. Los secuestraron y dejaron a la hermanita de tres años.
Por Alejandra Dandan
Las Abuelas de Plaza de Mayo habían conseguido un dato. Eran tiempos de democracia. Le dijeron a Delia Giovanola de Califano que tenían información de alguien que podía ser su nieto y le preguntaron si ella misma quería hacer la investigación. Delia, que llevaba años buscándolo, dijo que sí. Fue hasta una casa de la avenida Garay. “Toqué timbre y dije: ‘Yo soy la abuela del chico que usted está criando’, pero la persona me acuerdo que me sacó volando, me dijo que yo no era la abuela, me dio un portazo y se fue.”
Todavía no sabían cómo hacer con las búsquedas. Delia había sido una de las primeras mujeres que buscaban a sus nietos. Aún eran tres o cuatro, enviaban cartas, presentaban hábeas corpus y se nombraban Abuelas Argentinas que buscan a sus nietos nacidos en cautiverio.
“Yo me enteré de la desaparición de mi hijo y de mi nuera el 17 de octubre de 1976”, dijo ayer en la sala de audiencias de los Tribunales de Retiro, sentada ante el Tribunal Oral Federal 6, en el juicio sobre el plan sistemático de robo de bebés. “Yo era docente y me hablaron por teléfono a la escuela para decirme de la desaparición de mi hijo y mi nuera embarazada de ocho meses; y a mi nieta de 3 años la dejaron solita durmiendo en una cuna, era un día lunes, se los habían llevado un día antes.”
La nieta es Virginia Ogando, ahora una mujer que encabeza la búsqueda de su hermano, en Internet, con afiches, desde Hijos y la que lo buscó hasta a través de un programa de televisión. La noche del operativo era la que estaba en la cuna. La patota avisó a unos vecinos, les ordenó no abrir la puerta y dijeron que era un procedimiento del Ejército. Cuando la vecina vio, por el ojo de la cerradura, que se iban buscó a Virginia y la puso en contacto con los abuelos.
Delia no tenía idea de lo que estaba pasando. No sabía dónde ir. Acudió a ver al marido de una colega, un militar de alto rango, pero no le dio datos. Primero la recibió, pero después le dijo que ella tenía que averiguar: “Eso fue muy al principio, el primero o segundo día, después no volví a verlo porque evidentemente no me quería ayudar o no podía”.
Cada vez que dejaba la casa por un viaje corto, dejaba también los datos de dónde estaba: “Siempre pensé que los iban a liberar por el estado avanzando del embarazo de mi nuera, que los llevaban a declarar y los iban a liberar, pero bueno, no ocurrió”.
La historia
Su nuera, Estela Montesano, era abogada y su hijo, Jorge Ogando, empleado del Banco Provincia. Delia está convencida de que no integraron una organización armada o política, pero habló del compromiso que habían asumido en medio de una ciudad devastada como La Plata, y del miedo. En la casa alojaron al hijo de un militar de Bahía Blanca y cada tanto prestaban la casa para algunas reuniones de las que pese a eso no querían participar.
Delia los vio por última vez ocho días antes del secuestro, en una misa por el aniversario de la muerte de su madre. Su hijo estaba nervioso. Salía y entraba por un pasillo. Llevó a su nuera al cementerio y en el camino pararon el auto: “Ella me dice que estaban muy preocupados porque había desaparecido el muchacho del matrimonio que estaba con ellos”, explicó. “Yo me quedé muy mal porque no le di ninguna importancia, les dije: ‘Bueno, mejor solos’. Yo no sabía lo que estaba ocurriendo en La Plata, era ajena. Cuando ella me contó seguramente quería contarme algo más, pero yo dije: ‘Mejor así, el matrimonio solo’.”
Esa desaparición los puso en la boca del lobo. Su hijo hizo la denuncia en la base de Inteligencia del Ejército en La Plata y ahí le pidieron los datos y hasta le dijeron que el chico era muy peligroso. Eso es lo que Delia cree que quería decirle su nuera. Después de la desaparición de ese muchacho apodado Bigo, desapareció Emilio Horacio García Ogando, uno de los tíos de Jorge, que se reunía en la casa, y un día después se los llevaron a ellos.
“Durante años juré que no tenían nada que ver con nada, pero el tiempo me fue dando pautas de que estaban comprometidos, de todos modos me llama la atención de que estando comprometidos hayan ido a hacer la denuncia al Servicio de Inteligencia del Ejército: se metieron en la boca del lobo.”
El pozo
En dictadura, Delia firmó solicitadas, peregrinó con Abuelas, participó en ese proceso por el que ellas entendieron que debían realizar una búsqueda específica sobre los nietos. Se reunió en el Tortoni o en Las Violetas y en su casa con las otras mujeres “tratando de disimular porque teníamos miedo”. Esperó hasta la democracia, sin embargo, para reunirse con Alicia Carminatti, una de las sobrevivientes del Pozo de Banfield que podía darle datos de su nuera. A ella la encontró en una confitería de la avenida Pueyrredón. Delia llevó una lista de preguntas: “Hablamos mucho tiempo y me fue contestado algunas cosas, pero otras no, en esos momentos me preguntaba si realmente quería saber porque era muy duro”.
Alicia estuvo en la misma celda de Estela hasta el 29 de diciembre de 1976. “Me dijo que tuvo familia esposada, en un lugar ajeno al lugar donde estaban las celdas y volvió a los tres o cuatro días sin el bebé, que en ese momento le dio una desesperación, llantos y gritos porque reclamaba a su bebé, volvió con el cordón umbilical en la mano que lo fue pasando hasta que llegó donde estaba el marido. El bebé era rubio y de ojos celestes, y le mandó a decir que haga de cuenta que otra vez nació Virginia, que era igualito a ella, que iba a ponerle Martín.”
A través de la Conadep recibió un anónimo de un militar que decía que podía aportar datos sobre el lugar donde habían sido desaparecidos Estela y Jorge. Finalmente no lo vio porque ese militar supuestamente arrepentido seguía trabajando en Campo de Mayo.
En el ’85, Abuelas recibió el dato de la calle Garay. A través de los vecinos supieron el nombre de la escuela. La directora la puso en contacto con el niño, que no era rubio ni de ojos celestes, y al cual Delia le miraba los pies intentando saber si eran un poco chuecos como los de su nuera. En esos rasgos buscaba algo que le dijera algo. La directora sacó la partida de nacimiento. Mientras ella se convencía de que no era su nieto, leyeron que –como en otras apropiaciones– el niño había nacido en una casa particular. Con el tiempo, supieron que era Sebastián Casado Tasca, hijo de otra pareja de desaparecidos.
Durante el testimonio, ella mencionó a Robert Cox. El director del Buenos Aires Herald un día les dijo que no tenía ninguna duda de que en los ministerios de Marina, del Ejército y de la Aeronáutica había listas en espera para esos chicos nacidos en cautiverio y que la suerte de las embarazadas quedaba sellada en el mismo momento del secuestro. Las querellas y el fiscal Martín Niklison pidieron al final de la audiencia que Cox fuera citado a declarar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario