La primera presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo murió en 2008. No pudo abrazar a su nieta Ana Libertad. En esta nota, publicada el 26 de mayo de 2006, Página/12 contó la conmovedora historia de su búsqueda.
Por Victoria Ginzberg
En el sillón de pana verde que todavía está en el comedor de su casa comenzó a gestarse en 1977 la Asociación de Abuelas de Plaza de Mayo. Fue una mañana en que Chicha Mariani, otra señora de La Plata que estaba tratando de dar con Clara Anahí, secuestrada cuando tenía tres meses, le tocó el timbre. Alicia Zubasnabar de De la Cuadra –Licha para casi todo el mundo– le contó su historia y la de otras mujeres que se reunían en La Plata o en Buenos Aires, en la Plaza de Mayo. Al poco tiempo, las que buscaban a sus nietos secuestrados o que debían haber nacido en cautiverio sumaban doce, entre ellas estaba Estela Carlotto.
Licha fue la primera presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. Nació en Sauce, un pueblo correntino. Y allí se casó con Roberto Luis De la Cuadra. La pareja decidió mudarse a La Plata para educar a sus cinco hijos: Estela, Soledad, Luis Eduardo, Roberto José y Elena. La década del ’70 encontró a los jóvenes De la Cuadra comprometidos con la militancia política, social y sindical. Y como muchas familias platenses, los De la Cuadra fueron atravesados por el terror de la dictadura.
Licha sintió que el espanto se apoderaba de su cuerpo el 2 de septiembre de 1976, cuando un grupo de hombres, algunos con la cara tapada con medias, otros con ropa de fajina y armas, irrumpió en su departamento para buscar a Roberto José, que en ese entonces trabajaba como obrero en YPF. “Yo a ese muchacho no lo conozco”, dijo Licha en la puerta, cuando la patota estaba a punto de subirla a un auto y se encontró con Roberto José, que llegaba a la casa paterna. La frase de la madre no convenció a los represores, que empujaron a la mujer al ascensor a punta de pistola y se llevaron al hijo.
La desaparición de Roberto José movilizó a la familia De la Cuadra y las gestiones se incrementaron con el secuestro de Elena y su marido, Héctor Baratti, en febrero de 1977, y de Gustavo Freire, esposo de Estela, en diciembre de 1977.
Elena estaba embarazada de cinco meses cuando desapareció. En julio, Licha recibió una llamada telefónica que le anunció que su hija había tenido una niña y que le había puesto Ana Libertad. Sobrevivientes del centro clandestino que funcionó en la comisaría quinta de La Plata le fueron aportando detalles, como la discusión de Héctor con el cura Christian von Wernich, quien se negaba a entregar a la niña a sus abuelos porque “la iban a criar igual que a sus hijos”.
Sin imaginar que la Iglesia estaba aún dentro de los campos de concentración, Licha recurrió a distintas autoridades eclesiásticas hasta que terminó en el despacho de monseñor Emilio Graselli. “Usted no me dijo que Elenita estaba embarazada”, le dijo el cura en el segundo encuentro, demostrando que manejaba buena información. Graselli sabía que Elena estaba “en alguna comisaría”, pero no quiso aportar detalles. “Si se lo digo va a ser para peor, porque usted va a empezar a rondar y le va a ir peor a ella”, fueron sus palabras.
La búsqueda constante de Ana Libertad no hizo que Licha dejara de hacer gestiones por sus hijos y yernos. Su nombre figura en el escrito con el que la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de La Plata pidió que se iniciaran las audiencias del Juicio de la Verdad en esa ciudad. Y durante años estuvo cada miércoles en la sala de audiencias, mirando con sus ojos claros a los testigos o acusados, entre ellos a Von Wernich. El año pasado cumplió noventa años y fue declarada Ciudadana Ilustre de Corrientes. Las Abuelas la homenajearon con el título de Presidenta Honoraria.
Durante muchos años, Licha pensó que sabía quién podía ser su nieta. Inició una causa judicial que sufrió innumerables trabas, hasta que, hace unos meses, logró que la joven en cuestión se hiciera un estudio de ADN. Todavía no tiene el resultado y ahora no está convencida de que esa chica sea Ana Libertad, pero sabe que, de cualquier forma, si no es su nieta, hay grandes posibilidades que sea la nieta de alguna de sus compañeras. Licha es una de las tantas mujeres que esperan. Pero no se quedó sentada en el sillón de pana verde. Pelea y, a pesar del tiempo, no se cansa de exigir respuestas: ¿dónde está su nieta?, ¿dónde están sus hijos, sus yernos? Cuando estas preguntas se contesten, Licha será noticia. Pero Licha –como todas las Abuelas– espera todos los días. Todos los días busca.
Por Victoria Ginzberg
En el sillón de pana verde que todavía está en el comedor de su casa comenzó a gestarse en 1977 la Asociación de Abuelas de Plaza de Mayo. Fue una mañana en que Chicha Mariani, otra señora de La Plata que estaba tratando de dar con Clara Anahí, secuestrada cuando tenía tres meses, le tocó el timbre. Alicia Zubasnabar de De la Cuadra –Licha para casi todo el mundo– le contó su historia y la de otras mujeres que se reunían en La Plata o en Buenos Aires, en la Plaza de Mayo. Al poco tiempo, las que buscaban a sus nietos secuestrados o que debían haber nacido en cautiverio sumaban doce, entre ellas estaba Estela Carlotto.
Licha fue la primera presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. Nació en Sauce, un pueblo correntino. Y allí se casó con Roberto Luis De la Cuadra. La pareja decidió mudarse a La Plata para educar a sus cinco hijos: Estela, Soledad, Luis Eduardo, Roberto José y Elena. La década del ’70 encontró a los jóvenes De la Cuadra comprometidos con la militancia política, social y sindical. Y como muchas familias platenses, los De la Cuadra fueron atravesados por el terror de la dictadura.
Licha sintió que el espanto se apoderaba de su cuerpo el 2 de septiembre de 1976, cuando un grupo de hombres, algunos con la cara tapada con medias, otros con ropa de fajina y armas, irrumpió en su departamento para buscar a Roberto José, que en ese entonces trabajaba como obrero en YPF. “Yo a ese muchacho no lo conozco”, dijo Licha en la puerta, cuando la patota estaba a punto de subirla a un auto y se encontró con Roberto José, que llegaba a la casa paterna. La frase de la madre no convenció a los represores, que empujaron a la mujer al ascensor a punta de pistola y se llevaron al hijo.
La desaparición de Roberto José movilizó a la familia De la Cuadra y las gestiones se incrementaron con el secuestro de Elena y su marido, Héctor Baratti, en febrero de 1977, y de Gustavo Freire, esposo de Estela, en diciembre de 1977.
Elena estaba embarazada de cinco meses cuando desapareció. En julio, Licha recibió una llamada telefónica que le anunció que su hija había tenido una niña y que le había puesto Ana Libertad. Sobrevivientes del centro clandestino que funcionó en la comisaría quinta de La Plata le fueron aportando detalles, como la discusión de Héctor con el cura Christian von Wernich, quien se negaba a entregar a la niña a sus abuelos porque “la iban a criar igual que a sus hijos”.
Sin imaginar que la Iglesia estaba aún dentro de los campos de concentración, Licha recurrió a distintas autoridades eclesiásticas hasta que terminó en el despacho de monseñor Emilio Graselli. “Usted no me dijo que Elenita estaba embarazada”, le dijo el cura en el segundo encuentro, demostrando que manejaba buena información. Graselli sabía que Elena estaba “en alguna comisaría”, pero no quiso aportar detalles. “Si se lo digo va a ser para peor, porque usted va a empezar a rondar y le va a ir peor a ella”, fueron sus palabras.
La búsqueda constante de Ana Libertad no hizo que Licha dejara de hacer gestiones por sus hijos y yernos. Su nombre figura en el escrito con el que la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de La Plata pidió que se iniciaran las audiencias del Juicio de la Verdad en esa ciudad. Y durante años estuvo cada miércoles en la sala de audiencias, mirando con sus ojos claros a los testigos o acusados, entre ellos a Von Wernich. El año pasado cumplió noventa años y fue declarada Ciudadana Ilustre de Corrientes. Las Abuelas la homenajearon con el título de Presidenta Honoraria.
Durante muchos años, Licha pensó que sabía quién podía ser su nieta. Inició una causa judicial que sufrió innumerables trabas, hasta que, hace unos meses, logró que la joven en cuestión se hiciera un estudio de ADN. Todavía no tiene el resultado y ahora no está convencida de que esa chica sea Ana Libertad, pero sabe que, de cualquier forma, si no es su nieta, hay grandes posibilidades que sea la nieta de alguna de sus compañeras. Licha es una de las tantas mujeres que esperan. Pero no se quedó sentada en el sillón de pana verde. Pelea y, a pesar del tiempo, no se cansa de exigir respuestas: ¿dónde está su nieta?, ¿dónde están sus hijos, sus yernos? Cuando estas preguntas se contesten, Licha será noticia. Pero Licha –como todas las Abuelas– espera todos los días. Todos los días busca.
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