Entrevista a Rigoberto y Gilberto Gaona Paiva, tíos del nieto recuperado Pablo Javier Gaona
Antes de que su sobrino fuera identificado este mes, los hermanos Gaona Paiva lo habían visto sólo una vez: ese mismo día de 1978 fue secuestrado con sus padres. Aquí describen la búsqueda y el reencuentro: “Nos dimos un abrazo fuerte, fue terrible, lindo, todo junto”.
Por Diego Martínez
Los hermanos Gaona Paiva, seis varones y una mujer, se vieron por última vez el 14 de mayo de 1978. Fue en casa de los viejos, en Villa Celina, para celebrar el aniversario de la independencia de Paraguay y conocer a Pablo Javier, el primer sobrino. El bebé de un mes y un día pasó por todos los brazos y a la tarde partió con sus padres rumbo a Capital. Pero nunca llegaron a destino: el Estado terrorista borró de la tierra a Ricardo, Petí para los íntimos, y a su mujer, María Rosa Miranda, Mery, militantes del Ejército Revolucionario del Pueblo. Los hermanos de Petí, futboleros de alma, buscaron a Pablo en potreros y estadios. Julio César “Chicho” Gaona, que en los ’80 llegó a jugar en Boca y en la selección juvenil, quiso hacer pública la historia, pero los hermanos lo frenaron: “Te van a limpiar, todo a su tiempo”. En 2001 dejaron muestras de ADN en el banco de datos genéticos de Abuelas de Plaza de Mayo. El 1º de agosto, Rigoberto y Oscar fueron convocados a la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi). “Yo venía en el aire, como en las películas –cuenta Rigoberto–. Nos sentamos a esperar y, cuando salió, así (saca pecho), era la foto de mi hermano, no hacía falta ni ADN. Nos dimos un abrazo fuerte, nos quebramos un cachito. Fue terrible, lindo, todo junto.”
–¿Cuándo vinieron de Paraguay?
–En 1959 vino papá a buscar ubicación. Después vino mi mamá con mi hermana y Oscar recién nacido. Yo vine con Ricardo en 1968, él tenía doce años. Acá nacieron Gilberto y Julio César –responde Rigoberto y asiente Gilberto, a quien acompaña su hija Noelia.
–¿Ricardo militó primero en la JUP?
–Sí, en Villa Martelli. El se metía en los barrios humildes y trabajaba, siempre estaba en reuniones, vivía de eso.
–Lo que nosotros vivíamos con el fútbol él lo vivía con la política –apunta Gilberto.
–Tal vez ese destino, el fútbol, nos salvó –redondea su hermano.
–¿Cuándo cayó preso?
–Poco antes del golpe de Estado. Lo detuvieron con un grupo de compañeros. Estuvieron en una comisaría de Villa Martelli y de ahí lo llevaron a la cárcel de Olmos. Creo que estuvo tres meses. Después salió, conoció a Mery y empezó a militar en el ERP. Hasta que pasó lo que pasó.
–¿Ese 14 de mayo conocieron a Pablo?
–Sí, un domingo, día de la Independencia de Paraguay. Nos juntamos toda la familia, mis padres, todos mis hermanos con novias, esposas, y Pablo, tan bebé, tan chiquito... fue la última vez que lo vimos.
–Yo lo alcé una sola vez –agrega Gilberto, serio–. Era el primer bebé, era la noticia, nos juntamos para conocerlo y nunca más lo pudimos ver.
–¿Saben dónde los secuestraron?
–No. Sabemos que fue ese día porque no llegaron al edificio donde vivían y donde Petí trabajaba de portero, en Rodríguez Peña. Nunca más una noticia.
–¿Cómo fue la búsqueda?
–Al principio no sabía que desaparecía tanta gente. Tomé dimensión cuando vinieron de los derechos humanos –dice Rigoberto, en referencia a la visita de la Comisión Interamericana en 1979–. El primer día nos volvimos porque había mucha gente, el segundo no pudimos ir y el tercero metieron a los extranjeros en un salón a llenar un formulario con datos. Al año recibimos una carta de los Estados Unidos, pero preguntando si sabíamos algo, fue otra decepción. Lo esperamos, lo buscamos en concentraciones, marchamos con la foto cada Día de la Memoria, preguntamos a amigos, en la colectividad cuando supimos que se intercambiaban detenidos en el Plan Cóndor, y en 1984 hicimos la denuncia ante la Conadep.
Gilberto pide la palabra, falta un hecho clave: “Después del 14 de mayo un grupo de tareas vino a levantarnos a la casa de Villa Celina. Fueron dos Falcon, tipo tres de la madrugada. Ellos estaban como de joda, sacando juguetes obscenos adelante nuestro. Nos trajeron a la policía central para hacernos preguntas. Mis padres y hermanos, yo con 18 años, Julio César con 16. Estuvimos 18 horas parados. Recuerdo que escuchaba gemidos y quejidos y pensaba ‘están torturando a mis padres’, una impotencia terrible, no se puede borrar. La abuela de Pablo también fue secuestrada”.
El diálogo transita hacia la entrega de muestras de sangre, la esperanza renovada ante cada nieto recuperado, y llega al 1º de agosto: “Cuando llamaron de Conadi pensé que era un trámite. Estaba en la calle, con el gasolero, soy medio sordo. ¿Puedo ir mañana? ‘No, venga’. Llego a casa y habían llamado a Oscar. ‘Parece que lo encontraron.’ Yo venía en el aire, como en las películas. Nos sentamos a esperar y, cuando salió, así (saca pecho), era la foto de mi hermano, no hacía falta ni ADN. Nos dimos un abrazo fuerte, nos quebramos un cachito. Fue terrible, lindo, todo junto”.
–¿Hablaron?
–Poquito. No sabíamos de qué y me dijeron que no pregunte mucho. Después vinimos acá (la sede de Abuelas), nos pasamos el celular y le mandé un solo mensaje para que no se sienta acosado. Es que al segundo día no podía dormir, salía a la calle mal. Se lo puse en un mensajito, y pide tiempo, pero dice que está bien. Tenemos que dejar que se tome su tiempo.
–¿En qué se parece al padre?
–La fisonomía, es igual... en un momento le arranqué una sonrisa. Estábamos sentados uno al lado del otro sin saber bien qué decir cuando llama mi señora. “Estoy con mi sobrino, es un muchacho parecido al papá, pero te voy a contar algo: es de River”. Entonces sonrió y era mi hermano, era la sonrisa de Petí.
–¿Cómo recibió la noticia la abuela?
–Mamá acaba de cumplir 82 años así que no se lo dijimos de una, la fuimos trabajando. Ahora ya sabe, le afectó y por supuesto lo quiere ver. Somos una familia grande, lo vamos a ir conociendo de a pocos, hasta que él pueda venir a casa. Es difícil saber qué rumbo tomar, para él y para nosotros. Si fuera por mí lo llevo ya, pero hay que pensar que somos unos extraños para él y hay que respetar sus tiempos.
Antes de concluir, Rigoberto quiere “agradecer a los amigos que nunca dejaron de preguntar, a la colectividad paraguaya que no deja de llamar, a los compañeros del Movimiento Evita de Villa Martelli con los que marchamos el Día de la Memoria en Plaza de Mayo, y a las Abuelas, claro, no hace falta decirlo”.
Antes de que su sobrino fuera identificado este mes, los hermanos Gaona Paiva lo habían visto sólo una vez: ese mismo día de 1978 fue secuestrado con sus padres. Aquí describen la búsqueda y el reencuentro: “Nos dimos un abrazo fuerte, fue terrible, lindo, todo junto”.
Por Diego Martínez
Los hermanos Gaona Paiva, seis varones y una mujer, se vieron por última vez el 14 de mayo de 1978. Fue en casa de los viejos, en Villa Celina, para celebrar el aniversario de la independencia de Paraguay y conocer a Pablo Javier, el primer sobrino. El bebé de un mes y un día pasó por todos los brazos y a la tarde partió con sus padres rumbo a Capital. Pero nunca llegaron a destino: el Estado terrorista borró de la tierra a Ricardo, Petí para los íntimos, y a su mujer, María Rosa Miranda, Mery, militantes del Ejército Revolucionario del Pueblo. Los hermanos de Petí, futboleros de alma, buscaron a Pablo en potreros y estadios. Julio César “Chicho” Gaona, que en los ’80 llegó a jugar en Boca y en la selección juvenil, quiso hacer pública la historia, pero los hermanos lo frenaron: “Te van a limpiar, todo a su tiempo”. En 2001 dejaron muestras de ADN en el banco de datos genéticos de Abuelas de Plaza de Mayo. El 1º de agosto, Rigoberto y Oscar fueron convocados a la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi). “Yo venía en el aire, como en las películas –cuenta Rigoberto–. Nos sentamos a esperar y, cuando salió, así (saca pecho), era la foto de mi hermano, no hacía falta ni ADN. Nos dimos un abrazo fuerte, nos quebramos un cachito. Fue terrible, lindo, todo junto.”
–¿Cuándo vinieron de Paraguay?
–En 1959 vino papá a buscar ubicación. Después vino mi mamá con mi hermana y Oscar recién nacido. Yo vine con Ricardo en 1968, él tenía doce años. Acá nacieron Gilberto y Julio César –responde Rigoberto y asiente Gilberto, a quien acompaña su hija Noelia.
–¿Ricardo militó primero en la JUP?
–Sí, en Villa Martelli. El se metía en los barrios humildes y trabajaba, siempre estaba en reuniones, vivía de eso.
–Lo que nosotros vivíamos con el fútbol él lo vivía con la política –apunta Gilberto.
–Tal vez ese destino, el fútbol, nos salvó –redondea su hermano.
–¿Cuándo cayó preso?
–Poco antes del golpe de Estado. Lo detuvieron con un grupo de compañeros. Estuvieron en una comisaría de Villa Martelli y de ahí lo llevaron a la cárcel de Olmos. Creo que estuvo tres meses. Después salió, conoció a Mery y empezó a militar en el ERP. Hasta que pasó lo que pasó.
–¿Ese 14 de mayo conocieron a Pablo?
–Sí, un domingo, día de la Independencia de Paraguay. Nos juntamos toda la familia, mis padres, todos mis hermanos con novias, esposas, y Pablo, tan bebé, tan chiquito... fue la última vez que lo vimos.
–Yo lo alcé una sola vez –agrega Gilberto, serio–. Era el primer bebé, era la noticia, nos juntamos para conocerlo y nunca más lo pudimos ver.
–¿Saben dónde los secuestraron?
–No. Sabemos que fue ese día porque no llegaron al edificio donde vivían y donde Petí trabajaba de portero, en Rodríguez Peña. Nunca más una noticia.
–¿Cómo fue la búsqueda?
–Al principio no sabía que desaparecía tanta gente. Tomé dimensión cuando vinieron de los derechos humanos –dice Rigoberto, en referencia a la visita de la Comisión Interamericana en 1979–. El primer día nos volvimos porque había mucha gente, el segundo no pudimos ir y el tercero metieron a los extranjeros en un salón a llenar un formulario con datos. Al año recibimos una carta de los Estados Unidos, pero preguntando si sabíamos algo, fue otra decepción. Lo esperamos, lo buscamos en concentraciones, marchamos con la foto cada Día de la Memoria, preguntamos a amigos, en la colectividad cuando supimos que se intercambiaban detenidos en el Plan Cóndor, y en 1984 hicimos la denuncia ante la Conadep.
Gilberto pide la palabra, falta un hecho clave: “Después del 14 de mayo un grupo de tareas vino a levantarnos a la casa de Villa Celina. Fueron dos Falcon, tipo tres de la madrugada. Ellos estaban como de joda, sacando juguetes obscenos adelante nuestro. Nos trajeron a la policía central para hacernos preguntas. Mis padres y hermanos, yo con 18 años, Julio César con 16. Estuvimos 18 horas parados. Recuerdo que escuchaba gemidos y quejidos y pensaba ‘están torturando a mis padres’, una impotencia terrible, no se puede borrar. La abuela de Pablo también fue secuestrada”.
El diálogo transita hacia la entrega de muestras de sangre, la esperanza renovada ante cada nieto recuperado, y llega al 1º de agosto: “Cuando llamaron de Conadi pensé que era un trámite. Estaba en la calle, con el gasolero, soy medio sordo. ¿Puedo ir mañana? ‘No, venga’. Llego a casa y habían llamado a Oscar. ‘Parece que lo encontraron.’ Yo venía en el aire, como en las películas. Nos sentamos a esperar y, cuando salió, así (saca pecho), era la foto de mi hermano, no hacía falta ni ADN. Nos dimos un abrazo fuerte, nos quebramos un cachito. Fue terrible, lindo, todo junto”.
–¿Hablaron?
–Poquito. No sabíamos de qué y me dijeron que no pregunte mucho. Después vinimos acá (la sede de Abuelas), nos pasamos el celular y le mandé un solo mensaje para que no se sienta acosado. Es que al segundo día no podía dormir, salía a la calle mal. Se lo puse en un mensajito, y pide tiempo, pero dice que está bien. Tenemos que dejar que se tome su tiempo.
–¿En qué se parece al padre?
–La fisonomía, es igual... en un momento le arranqué una sonrisa. Estábamos sentados uno al lado del otro sin saber bien qué decir cuando llama mi señora. “Estoy con mi sobrino, es un muchacho parecido al papá, pero te voy a contar algo: es de River”. Entonces sonrió y era mi hermano, era la sonrisa de Petí.
–¿Cómo recibió la noticia la abuela?
–Mamá acaba de cumplir 82 años así que no se lo dijimos de una, la fuimos trabajando. Ahora ya sabe, le afectó y por supuesto lo quiere ver. Somos una familia grande, lo vamos a ir conociendo de a pocos, hasta que él pueda venir a casa. Es difícil saber qué rumbo tomar, para él y para nosotros. Si fuera por mí lo llevo ya, pero hay que pensar que somos unos extraños para él y hay que respetar sus tiempos.
Antes de concluir, Rigoberto quiere “agradecer a los amigos que nunca dejaron de preguntar, a la colectividad paraguaya que no deja de llamar, a los compañeros del Movimiento Evita de Villa Martelli con los que marchamos el Día de la Memoria en Plaza de Mayo, y a las Abuelas, claro, no hace falta decirlo”.
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