“Me haría mal si fuesen absueltos”
En el marco del juicio por el robo de bebés, Pellerano explicó que en el Hospital Militar había dos salas de aislamiento a las que ellos no tenían acceso. Detalló que eran llevadas mujeres embarazadas a dar a luz que luego eran trasladadas sin sus hijos. Señaló a otros médicos.
Por Alejandra Dandan
Eduardo Alberto Pellerano por momentos se frotaba los dedos de una mano como si buscara sacarse la transpiración. Destapó y descargó varias veces la botella de agua mineral dentro del vaso que cada tanto vaciaba de un solo trago. Pellerano fue uno de los médicos del Hospital Militar de Campo de Mayo durante la dictadura. Declaró por primera vez en 1984 ante la Conadep, en un contexto en el que otros testigos, no él, mencionaron las presiones que sufrieron para no hacerlo de parte del Comando Mayor del Ejército. Pellerano dijo en ese momento más de lo que dijo ayer, citado como testigo en la audiencia por el plan sistemático de robo de bebés. Pese a presentarse como parte del “movimiento nacional y popular”, a decir que “personalmente me haría mal si fuesen absueltos” los acusados o a explicar que renunció al servicio cuando notó “la situación que se vivía” o a rehusarse a atender a NN, pese a eso, se contradijo varias veces, explicó que no se acordaba de los detalles importantes o cómo nombraban a las desaparecidas, como si lo retrajera cierto temor a quedar bajo sospecha.
A esta altura, durante las audiencias del juicio, varios médicos, parteras y enfermeras confirmaron cómo funcionaron los partos clandestinos en el Hospital Militar. Dijeron cómo el sector de Infectología sirvió para aislar a las embarazadas que sólo llegaban ahí para dar a luz en partos, muchas veces apurados con cesáreas y se iban sin registros y sin sus hijos. Declaró incluso una de las mujeres que dio a luz. Y lo que se investiga además de los mecanismos son las metodologías con las que se armó la ficción de las adopciones ilegales en las que tomó intervención el Movimiento Familiar Cristiano, entre otros actores, que se supone que tenía un acuerdo con el Ejército para hacer las entrevistas y adopciones. En el Hospital también hubo un grupo de monjas de la Congregación Misericordia de la Tercera Orden regular de San Francisco, mujeres que cuando declararon en las audiencias no dijeron demasiado o parecieron reticentes con los datos.
El testimonio de Pellerano agregó algo de información a esos asuntos. Pellerano era ginecólogo, entró al Hospital Militar siguiendo a un médico que ubicó como una eminencia a cargo de un equipo de “médicos civiles de excelencia”. La dinámica del Hospital cambió sin embargo, dijo Pellerano, cuando la dirección de Ginecología quedó en manos del médico militar Julio César Caserotto, del que hablaron ya varios testigos como el encargado de los partos clandestinos. Caserotto asumió con el golpe de Estado. Las guardias de los obstetras, que hasta ese momento eran pasivas, empezaron a hacerse en el Hospital, como si se hubiesen acelerado el ritmo de los partos. En ese momento, también Pellerano se sumó a las guardias, una vez a la semana.
El área de Ginecología estaba a unos 60 metros de Infectología. El médico recordó que ahí había dos salitas de aislamiento a las que ellos no podían ingresar. En cierto momento, espió por una hendija y pudo ver a una mujer con anteojos negros, una mujer que ya no sabe si efectivamente era una “NN”, como describió a las personas no identificadas que pasaban por el lugar en declaraciones anteriores. Tampoco recordó si alguien efectivamente les prohibió el paso, aunque la idea de haber tenido que espiar para mirar le sugiere eso. Tampoco se acordó de si en la puerta había guardias armados o si el lugar parecía una celda, como sí lo dijeron otros testigos, como ya está probado, y como él mismo lo dijo ante la Conadep.
Pese a esos problemas de memoria y olvido, Pellerano recordó otras escenas. La presencia de niños dentro del Hospital, niños “en pie”, asociados a la imagen de dos religiosas. “Me acuerdo de que fueron dos mañanas”, explicó. “Una vez vi a una monja con un chiquito, le pregunté: ‘¿qué hacés?’, porque eran las ocho de la mañana, y ella me dijo algo así como que no sabía, que el chico vino de la calle, porque ellas eran mudas”. Otra vez en cambio vio a dos niñas, las dos lloraban y otra religiosa con ellas. Sucedió lo mismo que la primera vez. Pero en ese caso, la monja no le respondió.
Pellerano aclaró que él estaba en el Hospital sólo de ocho de la mañana a dos de la tarde y sólo un día a la semana, en las noches de guardia, podía escuchar o saber algo más. Que en esas noches, entre “trago y trago”, aparecía algo en las cenas en el Casino de Oficiales. Alguna de esas noches escuchó a Caserotto, por ejemplo, decir que quería hacer operaciones “extraperitoniales” a las detenidas, un dato del que el médico había hablado ante la Conadep. “¿Qué eran esas operaciones?”, le preguntó Domingo Altieri, vocal del Tribunal Oral Federal 6. Pellerano explicó que eran técnicas distintas para atender los partos de las detenidas, pero que él no las conocía, no sabía si alguna vez se usaron y que lo que en realidad quería decir es que parecían querer usar a las embarazadas para experimentos. “Nunca las hicimos (las operaciones) –dijo–, ni tampoco nos detuvimos a preguntar eso; la verdad, la cesárea es una sola, hay que abrir, no hay otra forma.”
Entre vaso de agua y vaso de agua, el Tribunal, las querellas y defensas avanzaron con las preguntas que parecían construir lo que él mismo llamó en alguna declaración como la “monstruosidad” de alguno de los médicos. Preguntaron por Ricardo Lederer, otro de los médicos militares, una persona que no era extrovertida, pero que entre copa y copa, alguna vez, le dijo “ser adepto a mejorar la especie, como lo decía Hitler, seguramente habrá querido significar con eso su nazismo con zeta”.
Le preguntaron también por Norberto Bianco, el médico militar encargado en los papeles del área de Traumatología, apropiador de dos niños y encargado de los traslados de las detenidas. ¿Por qué usted alguna vez dijo que era un monstruo?, le preguntó esta vez Altieri. “Porque se decía que tenía la actividad, que seguramente tenía a las encarceladas y las traía y las llevaba en su propio coche, como el más representativo de toda esa actividad”. ¿Cuál era la actividad?, insistió el magistrado. “La actividad de llevar y traer internas y embarazadas del lugar de detenidas; no puedo saberlo, doctor –replicó Pellerano–: nosotros no participábamos.”
Pese a no poder dar cuenta de prohibiciones, límites, mandatos, Pellerano explicó en un momento que en cierta ocasión con otro médico hicieron un acuerdo. Los habían llamado para atender a dos personas. Ellos se prometieron que no iban a atenderlas si no estaban registradas en el libro de guardia, como si eso fuese una práctica normal o parte de una normalidad de la que el médico tampoco pudo dar cuenta: “Mirá –nos dijimos–, si nos obligan a atenderla, vamos a pedir que figure en el libro de guardia; pero no se me ocurre por qué lo decidimos así, fue entre los dos, si usted a lo mejor se lo pregunta cuando declare el otro médico, a lo mejor él se acuerda”.
En el marco del juicio por el robo de bebés, Pellerano explicó que en el Hospital Militar había dos salas de aislamiento a las que ellos no tenían acceso. Detalló que eran llevadas mujeres embarazadas a dar a luz que luego eran trasladadas sin sus hijos. Señaló a otros médicos.
Por Alejandra Dandan
Eduardo Alberto Pellerano por momentos se frotaba los dedos de una mano como si buscara sacarse la transpiración. Destapó y descargó varias veces la botella de agua mineral dentro del vaso que cada tanto vaciaba de un solo trago. Pellerano fue uno de los médicos del Hospital Militar de Campo de Mayo durante la dictadura. Declaró por primera vez en 1984 ante la Conadep, en un contexto en el que otros testigos, no él, mencionaron las presiones que sufrieron para no hacerlo de parte del Comando Mayor del Ejército. Pellerano dijo en ese momento más de lo que dijo ayer, citado como testigo en la audiencia por el plan sistemático de robo de bebés. Pese a presentarse como parte del “movimiento nacional y popular”, a decir que “personalmente me haría mal si fuesen absueltos” los acusados o a explicar que renunció al servicio cuando notó “la situación que se vivía” o a rehusarse a atender a NN, pese a eso, se contradijo varias veces, explicó que no se acordaba de los detalles importantes o cómo nombraban a las desaparecidas, como si lo retrajera cierto temor a quedar bajo sospecha.
A esta altura, durante las audiencias del juicio, varios médicos, parteras y enfermeras confirmaron cómo funcionaron los partos clandestinos en el Hospital Militar. Dijeron cómo el sector de Infectología sirvió para aislar a las embarazadas que sólo llegaban ahí para dar a luz en partos, muchas veces apurados con cesáreas y se iban sin registros y sin sus hijos. Declaró incluso una de las mujeres que dio a luz. Y lo que se investiga además de los mecanismos son las metodologías con las que se armó la ficción de las adopciones ilegales en las que tomó intervención el Movimiento Familiar Cristiano, entre otros actores, que se supone que tenía un acuerdo con el Ejército para hacer las entrevistas y adopciones. En el Hospital también hubo un grupo de monjas de la Congregación Misericordia de la Tercera Orden regular de San Francisco, mujeres que cuando declararon en las audiencias no dijeron demasiado o parecieron reticentes con los datos.
El testimonio de Pellerano agregó algo de información a esos asuntos. Pellerano era ginecólogo, entró al Hospital Militar siguiendo a un médico que ubicó como una eminencia a cargo de un equipo de “médicos civiles de excelencia”. La dinámica del Hospital cambió sin embargo, dijo Pellerano, cuando la dirección de Ginecología quedó en manos del médico militar Julio César Caserotto, del que hablaron ya varios testigos como el encargado de los partos clandestinos. Caserotto asumió con el golpe de Estado. Las guardias de los obstetras, que hasta ese momento eran pasivas, empezaron a hacerse en el Hospital, como si se hubiesen acelerado el ritmo de los partos. En ese momento, también Pellerano se sumó a las guardias, una vez a la semana.
El área de Ginecología estaba a unos 60 metros de Infectología. El médico recordó que ahí había dos salitas de aislamiento a las que ellos no podían ingresar. En cierto momento, espió por una hendija y pudo ver a una mujer con anteojos negros, una mujer que ya no sabe si efectivamente era una “NN”, como describió a las personas no identificadas que pasaban por el lugar en declaraciones anteriores. Tampoco recordó si alguien efectivamente les prohibió el paso, aunque la idea de haber tenido que espiar para mirar le sugiere eso. Tampoco se acordó de si en la puerta había guardias armados o si el lugar parecía una celda, como sí lo dijeron otros testigos, como ya está probado, y como él mismo lo dijo ante la Conadep.
Pese a esos problemas de memoria y olvido, Pellerano recordó otras escenas. La presencia de niños dentro del Hospital, niños “en pie”, asociados a la imagen de dos religiosas. “Me acuerdo de que fueron dos mañanas”, explicó. “Una vez vi a una monja con un chiquito, le pregunté: ‘¿qué hacés?’, porque eran las ocho de la mañana, y ella me dijo algo así como que no sabía, que el chico vino de la calle, porque ellas eran mudas”. Otra vez en cambio vio a dos niñas, las dos lloraban y otra religiosa con ellas. Sucedió lo mismo que la primera vez. Pero en ese caso, la monja no le respondió.
Pellerano aclaró que él estaba en el Hospital sólo de ocho de la mañana a dos de la tarde y sólo un día a la semana, en las noches de guardia, podía escuchar o saber algo más. Que en esas noches, entre “trago y trago”, aparecía algo en las cenas en el Casino de Oficiales. Alguna de esas noches escuchó a Caserotto, por ejemplo, decir que quería hacer operaciones “extraperitoniales” a las detenidas, un dato del que el médico había hablado ante la Conadep. “¿Qué eran esas operaciones?”, le preguntó Domingo Altieri, vocal del Tribunal Oral Federal 6. Pellerano explicó que eran técnicas distintas para atender los partos de las detenidas, pero que él no las conocía, no sabía si alguna vez se usaron y que lo que en realidad quería decir es que parecían querer usar a las embarazadas para experimentos. “Nunca las hicimos (las operaciones) –dijo–, ni tampoco nos detuvimos a preguntar eso; la verdad, la cesárea es una sola, hay que abrir, no hay otra forma.”
Entre vaso de agua y vaso de agua, el Tribunal, las querellas y defensas avanzaron con las preguntas que parecían construir lo que él mismo llamó en alguna declaración como la “monstruosidad” de alguno de los médicos. Preguntaron por Ricardo Lederer, otro de los médicos militares, una persona que no era extrovertida, pero que entre copa y copa, alguna vez, le dijo “ser adepto a mejorar la especie, como lo decía Hitler, seguramente habrá querido significar con eso su nazismo con zeta”.
Le preguntaron también por Norberto Bianco, el médico militar encargado en los papeles del área de Traumatología, apropiador de dos niños y encargado de los traslados de las detenidas. ¿Por qué usted alguna vez dijo que era un monstruo?, le preguntó esta vez Altieri. “Porque se decía que tenía la actividad, que seguramente tenía a las encarceladas y las traía y las llevaba en su propio coche, como el más representativo de toda esa actividad”. ¿Cuál era la actividad?, insistió el magistrado. “La actividad de llevar y traer internas y embarazadas del lugar de detenidas; no puedo saberlo, doctor –replicó Pellerano–: nosotros no participábamos.”
Pese a no poder dar cuenta de prohibiciones, límites, mandatos, Pellerano explicó en un momento que en cierta ocasión con otro médico hicieron un acuerdo. Los habían llamado para atender a dos personas. Ellos se prometieron que no iban a atenderlas si no estaban registradas en el libro de guardia, como si eso fuese una práctica normal o parte de una normalidad de la que el médico tampoco pudo dar cuenta: “Mirá –nos dijimos–, si nos obligan a atenderla, vamos a pedir que figure en el libro de guardia; pero no se me ocurre por qué lo decidimos así, fue entre los dos, si usted a lo mejor se lo pregunta cuando declare el otro médico, a lo mejor él se acuerda”.
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